El caso Welby como brecha para introducir la eutanasia en Italia

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Roma. La muerte de Piergiorgio Welby pone fin a un caso que ha ocupado durante tres meses cientos de páginas de periódicos y horas de emisión en Italia. Un enfermo de distrofia muscular, paralizado pero perfectamente lúcido, conectado a un respirador artificial, que pide ser desconectado y morir. Su dura situación clínica no era peor que la de otros enfermos similares, pero sí su situación anímica, a pesar de los cuidados que durante años le prestó su mujer.

Los expertos dictaminaron que no se trataba de un caso de ensañamiento terapéutico. No era un paciente terminal, pues no existía peligro inminente para la vida, el enfermo estaba consciente y comunicaba a través de su esposa. De acuerdo con las leyes italianas, un paciente puede pedir la suspensión de un tratamiento que no desee (otra cosa es la valoración moral de esa decisión); y puede solicitar la terapia adecuada para paliar el dolor causado por esa interrupción. Welby podía haber sido acompañado a una muerte sin sufrimiento en conformidad con la ley vigente. Lo que ocurre es que deseaba una sedación que lo llevara de inmediato a la muerte. Para contentarle no bastaba simplemente con desconectar el respirador.

El caso fue abanderado por el Partido Radical italiano, y de este modo lo que era una tragedia íntima y familiar entró a formar parte del «circo mediático». Al final, un médico anestesista -ajeno a los que atendían al enfermo- le suministró un «cocktail farmacológico» y le desconectó el respirador, en presencia de algunos familiares y de la plana mayor de los radicales. A estos les faltó tiempo para dar la noticia de la muerte en su emisora de radio y convocar una rueda de prensa. Era lo que buscaban: una muerte bajo los reflectores, en nombre -eso sí- de la piedad y de los derechos individuales.

Si hubo o no delito en la acción del anestesista (si fueron los fármacos los que provocaron la muerte), lo comprobará la magistratura. Lo que sí está claro es el ensañamiento ideológico que ha rodeado todo este trágico episodio. La sobreexposición del caso estaba destinada a provocar la saturación y a suscitar en la sociedad una respuesta más emotiva que racional a favor de la eutanasia. Si lo han conseguido o no, es pronto para decirlo. A ello hay que añadir una información confusa en la que se ocultaba, a veces deliberadamente, que lo que el paciente pedía del Estado era una acción positiva: darle el empujón necesario para el suicidio.

Ante esta situación, la diócesis de Roma se vio obligada a tomar una decisión difícil: con sus gestos y sus escritos, Welby se había puesto en una situación que contrastaba con la doctrina católica. Por esa razón, y atendiendo también al clamor del caso, no se celebrarán funerales religiosos.

Un especialista en cuidados paliativos que visitó a Welby en los últimos días, y que rechazó ejecutar lo que al final hicieron otros, comentó con amargura: «quien lleva adelante la batalla por la eutanasia y usa a Welby para hacer brecha, olvida que detrás de todo esto está la soledad y el dolor de un ser humano». La conclusión no es reglamentar la eutanasia sino preguntarnos qué más podemos hacer por estos enfermos que han perdido las ganas de vivir.

Diego Contreras

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