Cuando uno trata de encontrar sentido a los actos terroristas, hay una tendencia a interpretarlos dentro de un esquema que refuerza las ideas preconcebidas. En el caso de la masacre de Orlando, la clave de interpretación ha sido: radical islámico fanatizado hace una masacre en un club gay, movido por la homofobia. Pero a medida que se van conociendo más detalles de la vida de Omar Mateen su perfil se hace más complejo. Y cuando se trata de un lobo solitario, es mucho más aventurado pretender descifrar su mente y sus motivaciones.
Lo que va emergiendo es una personalidad inestable y violenta. En el colegio fue ya un alumno conflictivo, con abundantes sanciones disciplinarias. Sabemos que maltrataba a su primera mujer hasta que le abandonó, que fue interrogado en dos ocasiones por el FBI como sospechoso, y que le gustaban las armas y poseía algunas. Iba a la mezquita, pero tampoco destacaba por su religiosidad, como es cada vez más habitual entre los musulmanes violentos.
Sobre su orientación sexual hay versiones contradictorias: mientras unos conocidos dicen que odiaba a los gais, otros lo consideraban de tendencia homosexual. De hecho, parroquianos del Pulse confirman que había ido allí decenas de veces como cliente. Su afán narcisista de notoriedad se manifiesta también en el hecho de que mientras realizaba la masacre fue capaz de subir comentarios a Facebook y llamar a una emisora de televisión.
Pese a la idea de presentar a los LGTB como una comunidad vilipendiada y amenazada, los grandes medios de comunicación rivalizan por dar una imagen positiva de ella
Aunque estas informaciones nos dan alguna luz sobre su personalidad, seguimos sin entender qué puede haberle movido a realizar la masacre. Por mucho que declarara poco antes de los hechos su fidelidad al Estado Islámico, da toda la impresión de que ha actuado como un lobo solitario, que ha vestido su frustración y su rabia bajo el ropaje de una causa.
Toda resistencia es homófoba
Es obvio que su crimen revela odio y desprecio hacia los homosexuales. Pero intentar explicar la matanza como fruto de un clima social de homofobia tiene poco sentido. Sin embargo, es la explicación que algunos quieren dar. El New York Times escribe en un editorial: “Los crímenes de odio no ocurren en el vacío. Ocurren donde el fanatismo se encona, donde las minorías son vilipendiadas y donde la gente se convierte en chivo expiatorio por oportunismo político”.
Y de ahí pasa a descalificar la acción de los estados, gobernados por Republicanos, que desde la legalización del matrimonio gay por el Tribunal Supremo, “han redoblado su lucha contra las leyes que protegen a la gente sobre la base de su orientación sexual y su identidad de género”.
En realidad, estas leyes, como la First Amendment Defense Act, lo que pretenden es proteger la libertad religiosa de quienes no quieren verse involucrados en actos, como el matrimonio gay, que contrarían sus convicciones. Como ha explicado Matthew Franck, “los cristianos que se resisten a una redefinición del matrimonio, y que quieren ser libres de vivir conforme a lo que su fe enseña sobre el matrimonio, no odian a nadie, y la legislación que protege su libertad no es anti-LGTB, excepto en las mentes de los que quieren imponer un conformismo forzoso”.
Pero la masacre de Orlando proporciona una buena oportunidad para presentar toda resistencia a las pretensiones LGTB como craso delito de odio. Si crees que el matrimonio es solo entre hombre y mujer, si estás convencido de que un niño necesita padre y madre, si piensas que uno no puede cambiar de género a voluntad, si no ves la necesidad de una protección especial para el público LGTB, entonces has contribuido a crear el clima de la masacre de Orlando. Aunque seas una pacífica florista que solo se resiste a adornar una boda gay, has cargado el fusil de Omar Mateen.
En realidad, pese a la idea del NYT y otros medios de presentar a los LGTB como una comunidad vilipendiada y amenazada, los grandes medios de comunicación rivalizan hoy día en dar una imagen positiva de ella. Objetar cualquiera de sus pretensiones se transforma inmediatamente en signo de homofobia, sin necesidad de analizar los argumentos a favor o en contra.
Tratar de explicar la matanza de Orlando como fruto de un clima social de homofobia tiene poco sentido
En cualquier caso, es realmente peregrino pensar que una mente como la de Omar Mateen necesite un caldo de cultivo intelectual para pasar a la acción.
Política identitaria
Otros actos de terroristas islámicos se han interpretado como “anti-Occidente”, como ataques a la libertad o como crímenes contra los derechos humanos. Pero en estos tiempos de política identitaria, la masacre de Orlando se presenta solo en términos de acto homofóbico. Es más, presentar a las víctimas como simples “personas” asesinadas es para algunos un modo de escamotear su auténtica condición. Hay que decir que les han matado por ser gais (no sé por qué se olvida su condición de latinos, cuando el 90% de las víctimas lo son). Incluso algún activista pro derechos LGTB ha denunciado que el comunicado de condena del Vaticano no haya mencionado que las víctimas eran gais.
Brendan O’Neill destaca en Spiked la afirmación de un comentarista que hace hincapié en que las 49 víctimas deben ser recordadas como “queer lives” y no como “human lives” abstractas e indiferenciadas. Para O’Neill, esta idea de que una persona es primero gay, y solo después humana, es una de las nefastas consecuencias de las políticas identitarias. “Diría que las víctimas de Orlando han sufrido una doble deshumanización. Primero han sido deshumanizadas por Omar Mateen, que claramente las veía como menos que humanas, como ‘maricones’ que solo merecían una muerte violenta. Y luego han sido deshumanizadas por el discurso de la políticas identitaria, que explícitamente pide que les trasvasemos de las discusiones generalistas sobre la humanidad y los veamos como ‘queer lives’ en vez de ‘human lives’”.
El movimiento LTGB, que si en otros tiempos fue perseguido hoy es establishment, puede presentar 49 víctimas reales, muertas por el odio de un asesino, y no dejará de reivindicarlas. Todos hemos de luchar contra el fanatismo. Pero precisamente por eso hay que respetar la libertad del discrepante, sin descalificarlo como fanático.