La Navidad tiene sus polémicas, que empiezan a ser tan tradicionales como las propias fiestas que se celebran: la de los belenes en espacios públicos, la de las luces de las calles, o la del propio nombre de los festejos. Este año se ha sumado una más: las cabalgatas de Reyes. En el fondo, todas se refieren a la conveniencia o no de que las administraciones participen en la representación de ciertos motivos religiosos.
Ciertamente, como en otras polémicas “de estación”, periodísticamente son más interesantes los argumentos defendidos por unos y otros que los propios hechos. Al fin y al cabo, no parece que la identidad religiosa de España dependa de cómo vayan vestidos los reyes (o reinas) en las distintas cabalgatas. Sin embargo, resulta curioso escuchar las razones aducidas para justificar los experimentos perpetrados en algunas ciudades españolas.
Por ejemplo, en Madrid, donde los reyes de la cabalgata organizada por el ayuntamiento iban vestidos como en una coreografía de Lady Gaga o un desfile de Agatha Ruiz de la Prada, un portavoz del municipio ha explicado que, como no hay documentos históricos del atuendo de los reyes magos (en realidad, tampoco la hay de que fueran reyes), el asunto está “abierto a debate”, y cualquier representación “es tan válida como otra”. La propia alcaldesa de la ciudad señaló en un tuit que en el consistorio “nos tomamos tan en serio las tradiciones que las actualizamos y diversificamos para que sigan importando”.
Ambos razonamientos apuntan a una curiosa forma de entender la tradición, que básicamente consiste en eliminar de ella sus dos ingredientes fundamentales: un determinado contenido y una ritualización construida con el paso del tiempo. Es cierto que las tradiciones, por su propia naturaleza histórica, pueden ir cambiando. Pero eso no significa que todas las representaciones sean igual de válidas: de otro modo, no tendría mucho sentido debatirlas. Tampoco se comprende qué hace un ayuntamiento tratando de “diversificar” una costumbre popular, salvo que esta entrañara algún componente dañino para la cosa pública. Esto es lo que debieron de pensar en los distritos donde se incluyó una reina maga en el desfile. Se trataba de denunciar la sociedad patriarcal –la de la Persia del siglo primero, se supone–, y explicar a las niñas que si cualquiera de ellas se lo propone, puede llegar a donde quiera, incluso aunque históricamente sea imposible.
Si de celebrar la riqueza cultural se trata, no se entiende que para ello se elimine lo que hace específico a una tradición
Todavía nadie se ha atrevido con la “niña Jesusa”, aunque hay quien piensa que es cuestión de tiempo. Probablemente, la reticencia a dar este paso estriba en que aún se ve detrás del Nacimiento una historia con contenido serio, que de alguna manera compromete las conciencias.
Lecciones al pueblo
Una vez difuminados el contenido y el rito, la tradición ofrece una oportunidad tentadora para difundir diferentes mensajes, generalmente pedagógicos. Una “lección de educación para la ciudadanía”, solo que en vacaciones, con caramelos y sin examen. Por ejemplo, en la cabalgata de Madrid desfilaron, junto a los reyes, varios colectivos representativos de distintas culturas. En realidad, la representación de los Reyes Magos ha tenido siempre una connotación multiculturalista: a Baltasar se le ha adjudicó el color negro para hacer ver el alcance universal del mensaje traído por Jesucristo. Se trataba, eso sí, de un multiculturalismo que tenía algo más que celebrar que el hecho de tener distintos colores de piel.
Por otro lado, si de celebrar la riqueza cultural se trata, no se entiende que para ello se elimine lo que hace específico a una tradición. Pasar el rodillo de lo carnavalesco a una festividad esencialmente distinta (aunque también el carnaval tenga raíces cristianas), más que multiculturalismo es culturicidio.
Más grave es que la ideología, además de colonizar una tradición, sirva para excluir de ella a quien no piense como yo. Es lo que ha pasado en el distrito de Carabanchel (Madrid), donde la Junta excluyó de la cabalgata a un colegio de educación diferenciada. Según las explicaciones oficiales, no se podía permitir que una asociación “que discrimina por razón de sexo” participara en un evento público.
El asunto tiene miga: no solo se acusa a los padres de discriminadores (al fin y al cabo, son ellos los que libremente eligen colegio para sus hijos), sino que, a los ojos de los niños, se les imputa una culpa tan grave que les impide participar en un acto festivo con el resto de la comunidad. Y todo esto sin necesidad de demostrar nada: ni que efectivamente estos colegios hagan mal a nadie, ni que refuercen visiones negativas del otro sexo. Simplemente, no nos gustas; y como aquí mandamos nosotros, te quedas fuera.
Esto es no tener ni sentido navideño, ni multicultural, ni democrático, ni común.