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La patera, el selfie y la dura realidad

publicado
DURACIÓN LECTURA: 9min.

Nadie se hace un selfie enjugándose las lágrimas. Por norma, todo en Instagram son risas, gestos triunfantes, divertidos, y nada en derredor que denote pobreza, abandono, apuros económicos…

El emigrado que fracasa en su estancia en Europa tiene difícil ser aceptado nuevamente en su comunidad de origen

Así son las fotos que envían a Marruecos, a sus familiares en las aldeas más remotas de ese país, los menores extranjeros no acompañados (“menas”) que llegan a España, a Francia, a Italia… Y ver que un hermano o un amigo puede realizar el “sueño europeo” anima a otros a intentarlo, a cruzar el Estrecho de Gibraltar a como dé lugar para no perder su oportunidad, aunque la “tierra de oportunidades”, a su llegada, les muestre los dientes en una mueca.

Una reportera de El Periódico, Elisenda Colell, anduvo hace unas semanas por el vecino país,  escuchando las historias que empujan a niños, adolescentes y jóvenes a abandonar sus hogares y dar el salto. Las enormes injusticias imperantes en el reino alauita, la imposibilidad de escalar en la pirámide social por medio del estudio o el trabajo duro, las vidas anodinas que  nacen y se agotan en el mismo sitio, llevan a familiares y amigos a alegrarse enormemente con la noticia de que uno de los suyos llegó a España y está en un centro de acogida, donde le dan “ropa, estudios y papeles”.

Por eso, en un barrio de la norteña localidad de Larache visitado por Colell, de 40 chicos que vivían allí hace unos años, apenas quedan ocho. Porque incluso los familiares empeñan a veces lo poco que tienen para pagarles el viaje. Una embarcación es, para muchos menores, la forma que tiene la felicidad, y de hecho es lo que dibujan cuando un activista de una ONG les pide desplegar su imaginación: pateras. La labor está en convencerles de que se trata de un espejismo.

Padres que empujan

“Pateras de Vida” es una asociación fundada en el año 2000 y que trabaja en el norte de Marruecos. Cada año atiende a entre 600 y 650 muchachos. Su objetivo: sensibilizar a niños y jóvenes del mundo rural y urbano sobre los riesgos de la emigración clandestina, así como exigir cambios en las políticas migratorias del país magrebí y de la UE.

También, según nos explica Fouad Akhrif, coordinador de la asociación, cooperan en la atención a los inmigrantes subsaharianos, a quienes brindan acompañamiento e información. Pero el foco está en los menores marroquíes, así como en el trabajo con sus progenitores.

¿Por qué con los padres?

— Para sensibilizar a un menor sobre los riesgos de la emigración, tenemos que hacerlo también con la familia. No estamos contra la emigración, pero sí esperamos que esta garantice al menos el derecho de la vida. Cuando ya hay tantos muertos en el Estrecho, tanto sufrimiento de las familias y de la sociedad en general, entonces estamos ante algo grave. Y Larache es uno de los sitios de donde salían y siguen saliendo pateras.

Gracias a las TIC, muchos niños y jóvenes en Marruecos están al tanto de lo que sucede en los centros de acogida en España

Los padres tienen de alguna manera la visión de que el hijo bien puede encaminarse solo en Europa…

— Es que de hecho los animan a marcharse. Algunos los empujan a ello. Aquí la mayoría de la gente tiene una visión sobre Europa que no es la real. Hubo una época en que sí necesitaban allí mano de obra marroquí. España precisamente la ha necesitado, pero al llegar la crisis ya había otro tipo de inmigrantes: subsaharianos, europeos del este, sudamericanos…

Lo que anima a la gente a lanzarse en patera es la imagen que dan los inmigrantes cuando vuelven de visita a los países de origen: fotos en un coche, o mostrando su última nómina, y así por el estilo. Pero no cuentan la realidad de lo que sucede en España.

Proyectan solo una imagen de bienestar…

— Sí. De puestos de trabajo, de dinero, de mejores servicios sociales y todo eso. Pero hay de todo.

Lo que se cuenta en Facebook

Me ha impresionado leer que los niños con los que trabaja su asociación dibujan pateras.

— Cuando conversamos con los menores en las escuelas, una de las herramientas para saber cómo piensan es invitarlos a dibujar. Y nos sorprende que muchos, cuyos familiares se han ido así, como oyen hablar del tema, tienen también esa ilusión de probar: dibujan a inmigrantes en pateras, a policías, pintan fronteras. ¡Es lo que escuchan! Ahí es donde empezamos la labor de sensibilización: que la patera no es una manera segura de ir a Europa, que no merece la pena viajar de esa manera, que puedes morir o te puede pillar la policía. Se lo decimos todo.

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Sin embargo, algunos de los que reciben la charla cruzan de todos modos…

— Sí. Es que también se comunican por WhatsApp, por Facebook, con algunos que están en los centros de acogida en España, y tienen mucha información de que, a pesar de las malas condiciones, existen centros donde los chicos comen, donde pueden estudiar…

Hace dos semanas me sorprendió, en una sesión, que los niños me contaban sobre un centro de menores del País Vasco, y sabían incluso cómo se llamaban los monitores. Decían: “Fulanito es mejor que Menganito”, o que “este es más cariñoso que el otro”, o que otro es muy racista. ¡Están describiendo un centro como si estuvieran viviendo en él!, y tienen fotos que les mandan sus amigos y familiares allí. Saben, por ejemplo, que hay uno entre Algeciras y Cádiz que no es de los mejores, y que los chicos se van de ahí hacia el norte porque hay otros con más condiciones. Ya tienen mucha información.

Algunos padres animan a sus hijos menores a cruzar ilegalmente hacia Europa

Curiosamente, en este caso las TIC les complican el trabajo a ustedes.

— Sí, porque estás hablando con menores, y estos tienen una forma muy limitada de pensar. No ven el futuro con claridad y te dicen cualquier cosa. “Voy nadando”; “quiero irme, porque mi hermano se ha ido y tiene coche y trabajo”… No pueden analizar como un adulto.

En los últimos años se ha disparado el número de chicos marroquíes que llegan a la Península. ¿A qué cree que se deba ese aumento?

— Es la política migratoria, tanto la europea como la marroquí. No creo que, con tanta seguridad que hay en la frontera, puedan llegar tantas pateras. No se entiende. Podemos decir que [el incremento de las llegadas] es un modo de chantaje entre países. Pero además, ahora están las lanchas rápidas. Hay muchos vídeos, colgados en la web, del momento en que los emigrantes se suben a la lancha y del momento en que llegan.

¿Mantiene comunicación con alguno que haya llegado a España?

— Con muchos.

¿Qué le comentan?

— De todo. Algunos te dicen que están peor; otros, que quieren regresar; otros, que ya se han integrado; otros, que están en un centro. Unos están bien; otros, mal.

La tentación de delinquir

Según datos del Ministerio del Interior español, citados por la agencia EFE, en España hay unos 12.300 menas, cuya estancia en centros de acogida no es en ningún caso obligatoria, por lo que muchos de ellos prefieren quedarse en la calle, al margen de toda norma, o siguen solos el camino hacia otros sitios de Europa, como Francia.

El número ha escalado vertiginosamente, toda vez que en 2017 se contabilizaban 6.414 menores. Por comunidades autónomas, las que llevan el peso de esa mayor presencia son Cataluña (con más de 4.200) y Andalucía (más de 2.100), pero es en el primer territorio donde más se ha hecho notar el fenómeno, al relacionársele con el aumento de los hechos delictivos en Barcelona, algo que ha puesto a la ciudad en el centro de atención de no pocos medios y hasta de la embajada norteamericana.

El pasado 26 de agosto, el diario barcelonés La Vanguardia  publicó una lista, elaborada por la policía autonómica catalana, de los delincuentes más reincidentes en la ciudad en el período comprendido entre el 1 de junio y el 18 de agosto. En el top ten, con decenas de detenciones por robos con violencia e intimidación y otros delitos, había cinco menas o exmenas de origen argelino o marroquí. Lo comentamos con Fouad:

Últimamente en la prensa española se habla de cómo, en sitios como Barcelona, estos menores han contribuido a aumentar la inseguridad pública, con más robos, más asaltos. ¿Conoce la situación?

Para muchos menores marroquíes, la felicidad tiene forma de patera. Es lo que dibujan

— Eso no es nuevo. Siempre hay incidencias de este tipo. Desde mi punto de vista, no como asociación, lo veo hasta cierto punto normal: un joven que se ha ido de su país, que no tiene papeles, que no conoce el idioma ni tiene trabajo, ¿qué va a hacer para comer? O robar, o vender drogas, o prostituirse. Cualquier cosa para salvarse la vida. No estoy a favor de esto, pero hay que buscar una solución.

¿Cuál pudiera ser?

— Trabajar con ellos en el tema de la independencia económica, de la formación. Se trata de menores. No conocen mucho. Han vivido en un contexto y, de repente, están en otro. Es un choque cultural, y el choque cultural da pie a ese tipo de cosas.

Al que regresa, darle la espalda

El país de destino no es siempre exactamente como muchos lo sueñan. ¿Conoce a jóvenes que hayan regresado a Marruecos?

— En la sociedad marroquí se entiende que puede haber fracasos en la vida, sea en el matrimonio, en el trabajo, en los estudios… Pero en cuanto a la emigración, regresar es algo imperdonable o mal visto, con independencia de cómo la persona haya estado viviendo en Europa.

Hay un rechazo. El 90% de la sociedad no recibe bien al que quiere regresar. Si ya se ha ido y ha tenido una experiencia que no le gustó o lo ha pasado mal, encontrará siempre rechazo. Conozco un montón de casos de gente joven que quieren volver para recomenzar su vida, pero frente a ese repudio social temen hacerlo. Es un poco complicado.

Yo tengo la suerte de que voy a Europa muchas veces. Cuando regreso, mis amigos me dicen “Tonto, ¿por qué no te has quedado allá?”. Aunque intentas explicarles, ellos lo tienen bien metido en la cabeza: Europa es el paraíso, mientras que aquí no hay nada.

Si en Marruecos se hiciera un reparto más equitativo de las riquezas, ninguno pensaría en irse. Este es un país muy rico. Lo que debe hacer es acabar con la corrupción económica, política, social; mejorar los servicios sociales, la educación, la sanidad, el acceso a la universidad. Si hiciera esto, acabaría con la emigración ilegal, pues la gente pensaría de otra manera.

Próxima entrega: Menas en Barcelona: “La calle es muy dura y no trae nada bueno”

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