La crisis anglicana condiciona el diálogo con Roma

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Roma. Cuando uno de los puntos centrales de la declaración firmada por Benedicto XVI y el Primado de la Comunión Anglicana, Rowan Williams, se reduce a temas tan obvios como el acuerdo en la búsqueda de la paz, marcada en nuestro tiempo por la amenaza del terrorismo, lo que se está queriendo decir es que el terreno común en cuestiones más específicas no es actualmente muy amplio.

La franqueza en reconocer esta situación fue posiblemente la nota distintiva, junto a la cordialidad, de la primera visita oficial que el Primado anglicano realizó a Roma durante la semana pasada, que culminó el 23 de noviembre con el encuentro con el Papa y la firma de la declaración conjunta. La reunión tuvo lugar el mismo día en que, cuarenta años antes, el arzobispo anglicano Michael Ramsey y el Papa Pablo VI dieran inicio a una nueva fase en el proceso de reconciliación entre católicos y anglicanos.

El saldo más positivo de estos años de diálogo ha sido, sin duda, el clima de cercanía y de confianza que se ha instaurado. No han faltado documentos teológicos suscritos por ambas partes, como «El don de la autoridad» (1999) y «María, gracia y esperanza en Cristo» (2005); pero los problemas internos en la Comunión Anglicana sitúan esos logros en una perspectiva algo incierta. La Comunión Anglicana, en la que se reconocen unos ochenta millones de fieles en todo el mundo, carece de una estructura capaz de asegurar la unidad. Hasta ahora, la armonía ha dependido -en palabras del propio Primado- de una especie de acuerdo de «gentlemen» entre los líderes de las treinta y ocho circunscripciones en las que está dividida.

Pero la situación no es hoy la de los años sesenta o setenta. La ordenación de mujeres y de personas abiertamente homosexuales lleva años provocando serias divergencias internas. Uno de los momentos más críticos fue la ordenación de Gene Robinson como obispo de New Hampshire (Estados Unidos). A eso se añade la intención de ordenar como obispos a mujeres, como ya ha ocurrido entre los episcopalianos, los anglicanos de Estados Unidos, cuya guía es hoy Katharine Jeffers Schori.

Uno de los más conocidos críticos de esa línea es Peter Akinola, Primado anglicano de Nigeria. Pero tampoco faltan tensiones dentro de la propia Gran Bretaña, ya que el Dr. Williams parece que no contenta ni a unos ni a otros en su papel de mediador. Es evidente, por ejemplo, el apoyo moral que el anterior Primado anglicano, Lord Carey, ha ofrecido a cuantos se oponen a la ordenación de obispos homosexuales, contra la tradicional discreción que suele caracterizar la actuación de los arzobispos de Canterbury cuando se retiran.

Integridad del Evangelio

Tanto Benedicto XVI como el Dr. Williams aludieron a esos problemas. «En los últimos tres años -dijo el Papa durante el encuentro del 23 de noviembre-, usted ha hablado de manera abierta sobre las tensiones y dificultades que acosan a la comunidad anglicana, así como de la incertidumbre sobre el futuro de la misma Comunión». El Papa añadió que las cuestiones que han causado esa situación han repercutido también en las relaciones entre la Comunión Anglicana y la Iglesia católica, pues se trata de temas «de vital importancia para la predicación del Evangelio en su integridad». De ahí que expresara su «ardiente deseo» de que la Comunión Anglicana «permanezca arraigada en los Evangelios y en la Tradición Apostólica, que conforman nuestro común patrimonio y que son el fundamento de nuestra común aspiración a trabajar por la unidad plena visible».

También la declaración común se hace eco de esas dificultades, al mismo tiempo que señala la urgencia de «continuar el diálogo para afrontar los temas importantes que conciernen a los factores eclesiológicos y éticos actuales que hacen más difícil y arduo ese camino [hacia la unidad]». Naturalmente, eso no impide reconocer campos en los que sí es posible hoy una colaboración más cercana: la búsqueda de la paz, la promoción y el respeto de la vida, de la santidad del matrimonio y de la familia, la ayuda a los pobres y oprimidos, especialmente a los perseguidos por su fe, la respuesta ante los efectos negativos del materialismo, el cuidado del medio ambiente, la promoción del diálogo interreligioso.

Se trata de cuestiones sobre las que los obispos católicos y anglicanos de Gran Bretaña acordaron trabajar juntos. Esa fue la decisión principal de una reunión celebrada en Leeds hace unas semanas, la primera de ese tipo que tiene lugar desde que la Iglesia de Londres se separara de Roma. Ese hecho confirma que durante estos años, al menos, han caído algunas barreras.

Protestantización sin frutos

El proceso de «protestantización» de la Comunión Anglicana parece confirmar lo que ha ocurrido a algunas confesiones protestantes: los cambios introducidos para adaptarse a lo que se entendía como mentalidad de los tiempos no han producido los frutos esperados. El entusiasmo y la adhesión del pueblo no ha sido la nota distintiva. Más bien al contrario. El propio Primado anglicano reconocía a mediados de noviembre que tenían dificultades incluso para encontrar voluntarios que ayudaran en cuestiones administrativas.

Un artículo publicado este verano en «Los Angeles Times» (9-07-2006) se hacía eco de este fenómeno. «Como todo el mundo admite, excepto unos cuantos obstinados, todas la Iglesias y los movimientos dentro de las Iglesias que han desdibujado la doctrina y ablandado los preceptos morales han visto reducirse sus efectivos y, en el caso de la Iglesia episcopaliana, desintegrarse».

Según la autora, Charlotte Allen, si una Iglesia no se toma en serio a sí misma, tampoco los fieles se la toman en serio. Si todo da igual, ¿para qué ir a escuchar un sermón los domingos? En 1960, el 40% de los protestantes de Estados Unidos pertenecía a alguna de las principales Iglesias protestantes (presbiteriana, metodista, luterana, etc.). Tras cuarenta años de «proceso de adaptación», esa cifra ronda hoy en el 12%.

Diego Contreras

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