El trabajo racionado

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El debate sobre el reparto del empleo
Como el trabajo parece hoy un bien escaso, no es extraño que surja la idea de «racionarlo»: menos horas trabajadas y más empleo para todos. Trabajar menos y, a la vez, reducir el paro es, ciertamente, una fórmula cómoda. Más bien ilusoria, replican otros. Algunos confían en que el simple crecimiento económico será capaz de crear empleo, especialmente en el sector relacionado con la gestión de la información. Y hay quienes, frente a los vientos de globalización de la economía, señalan que las oportunidades para el empleo están en la economía local y social.

El desempleo no es un fenómeno nuevo. Pero sí lo es en el caso de Europa su permanencia y su extensión -10,5 % de la población activa- a pesar de las medidas tomadas. Y el desempleo, unido al envejecimiento de la población, hace tambalear los sistemas de protección social, en concreto las pensiones y el propio seguro de paro.

Desempleo protegido frente a pobreza asalariada

Mientras, al otro lado del Atlántico, la tasa de desempleo es la mitad (5,5%) que en Europa, dato esgrimido mil veces por los partidarios de la flexibilidad a la americana. Las opiniones que intentan demostrar que la «vía americana» quizás no es el ejemplo a seguir, aducen que un empleo en Norteamérica no significa un salario suficiente para vivir. Frente al desempleo protegido a la europea, tendríamos la pobreza asalariada a la americana. Oficialmente sólo 7,4 millones de norteamericanos estaban desempleados en 1995, pero… 36 millones viven bajo el umbral de pobreza, 26 millones dependen de subsidios alimentarios, y 40,6 millones no tienen seguro médico de ningún tipo. Puestos a ver la otra cara de la moneda, los datos correspondientes a 1995 muestran que, por primera vez desde hace seis años, la renta media de los hogares alcanzó los 34.076 dólares, con un aumento del 2,7%; paralelamente, el porcentaje de población que vive bajo el umbral de pobreza (15.569 dólares anuales para un hogar de cuatro personas) ha bajado del 14,5% en 1994 al 13,8% un año más tarde. Y en 1996 hay un auge de nuevos empleos, especialmente para los técnicos, cuya elevada demanda ha supuesto un aumento de sus salarios.

Naturalmente, entre las estadísticas oficiales sobre el paro y la realidad puede haber un buen trecho. Jeremy Rifkin sostiene que la cifra del 5,5% de desempleo en EE.UU. no es real, porque en las estadísticas no entran los varios millones de personas que, desalentadas, han dejado de buscar empleo. Pero, en los países donde el mercado de trabajo está más intervenido, es bastante probable que tampoco las estadísticas oficiales reflejen la realidad, por encubrir no poca economía sumergida. Sólo así es posible explicar que España «soporte» una tasa de paro superior al 20%.

Sea como sea, si antes la reactivación económica se presentaba como la panacea del desempleo, ahora surge cada vez una cuestión: ¿qué ocurre cuando el crecimiento económico es compatible con el desempleo o la pobreza asalariada?

Y es que podemos instalarnos en una sociedad dual, donde una parte de la población quede económicamente marginada. Lo ha expresado perfectamente Nathan Gardels, editor de News Perspectives Quarterly: «Desde el punto de vista del mercado, los cada vez más numerosos desempleados hacen frente a algo peor que la explotación o el colonialismo: la irrelevancia económica. La cuestión de fondo es: nosotros (los económicamente integrados) no necesitamos lo que ellos tienen (su trabajo) y ellos no pueden comprar los que nosotros vendemos.»

La frase pone en evidencia que el desempleo en Occidente se produce no sólo porque no necesitemos el trabajo de los parados (mano de obra más barata en otros lugares, posible falta de cualificación o sustitución por la tecnología), sino que se «soporta» económicamente porque ya ni siquiera les necesitamos para reactivar la economía. Quizás haga falta entonces alegar argumentos no económicos sino éticos.

La devoradora de empleos

Una de las explicaciones más comunes del desempleo es que se necesitan menos trabajadores por la creciente automatización de las tareas. Desde hace dos siglos, los avances tecnológicos han destruido siempre puestos de trabajo y han provocado repetidas predicciones de desempleo masivo. Pero los trabajadores que fueron sustituidos por máquinas, se trasladaron a otros campos de actividad, donde las nuevas tecnologías abrían nuevas posibilidades de empleo, sobre todo en el sector de servicios. De este modo, el empleo total siguió creciendo al compás de la población e incluso más aprisa.

Pero, si hemos de creer a economistas como Jeremy Rifkin, autor de El fin del trabajo (1), la tecnología de la información que ahora estamos asumiendo es diferente a las anteriores tecnologías, y su impacto sobre el empleo será devastador. ¿Por qué? Porque esta nueva tecnología afecta no a un determinado sector sino a todos, y especialmente al sector de servicios, que hasta ahora era la reserva de nuevos empleos. En segundo lugar, se está introduciendo más aprisa que las tecnologías de antes, lo cual deja menos tiempo para reemplazar los empleos perdidos. Y, tercero, con el desarrollo de las telecomunicaciones ya no es precisa la cercanía física a la hora de trabajar. Las empresas pueden encargar su contabilidad o su software al otro extremo del globo, si los salarios son allí más baratos.

De modo que, aunque las nuevas tecnologías creen nuevos empleos, es más probable que sea en países emergentes del Tercer Mundo que en los países ricos de Occidente.

Saliendo al paso de este tipo de análisis, The Economist (28-IX-96) concluía que la nueva tecnología creará al menos tantos empleos como los que destruye. Desde el punto de vista teórico, hay que huir del error que lleva a pensar que el producto total (y por tanto el trabajo) es algo fijo. La nueva tecnología no sirve sólo para hacer lo mismo que antes más eficientemente y, por tanto, con menos empleo. «La propia tecnología hace crecer la producción y crea así nueva demanda, aumentando la productividad y por lo tanto las rentas en términos reales, o creando nuevos productos. Los vídeos, los teléfonos móviles, los walkman o las lentes de contacto blandas apenas existían hace 20 años. Estas nuevas industrias han creado nueva demanda y nuevos trabajos».

Si las nuevas tecnologías reducen los costos, explica la revista, pueden resultar tres cosas: que el precio del bien o servicio baje; que los salarios crezcan; que los beneficios suban. Las tres cosas suponen un aumento del poder adquisitivo y de la demanda, que se traducirá en más producción y más empleo. Eso en cuanto a la teoría. Si atendemos a los hechos, se observa que los países que han introducido más las nuevas tecnologías, como EE.UU. y Japón, son los que han creado más empleos y tienen menos paro.

Reparto ofensivo y defensivo

Ante el desorden de la sociedad dual, no deja de ser una tabla de salvación la sugerencia de repartir el empleo. Pero bajo esta idea se engloban soluciones muy diversas.

La más simple resulta ser la más atractiva a primera vista. Se sugiere entonces reducir las horas diarias, instaurar la semana laboral de 4 días, prohibir las horas extras… El primer problema es si esa reducción de horas se repercute en el salario, cosa que pocos trabajadores y menos los sindicatos aceptarán. El segundo es el carácter de la medida: ¿debe ser coercitiva o libre, en un sector o en todos…?

Michel Godet, Profesor de Prospectiva Estratégica del Conservatorio Nacional de Artes y Oficios (CNAM) francés, descarta la reducción de jornada como medida generalizada. Godet, que participó, junto con Jeremy Rifkin, Paul Krugman y otros economistas, en unas jornadas sobre Empleo y tiempo de trabajo, organizadas por el gobierno vasco este verano en San Sebastián, piensa que el reparto de trabajo, en sentido estricto, sólo está justificado en dos casos:

– En empresas que se mueven en un mercado puntero, y en las que se puede negociar la reducción del tiempo de trabajo con vistas a mejorar la productividad global a través de la utilización óptima de la maquinaria. Se trata entonces de crear auténticos nuevos puestos de trabajo bajo modalidades englobadas bajo el nombre de «reparto ofensivo de trabajo» (caso Michelin en Vitoria).

– En empresas en dificultad en las que antes de despedir, por ejemplo, al 20% de los trabajadores se reduce el tiempo de trabajo de todos rebajando los salarios (reparto defensivo de trabajo, caso de Volskwagen en Alemania).

Godet advierte que estos dos casos pueden darse sobre todo en el trabajo en cadena en las grandes empresas industriales, que en Francia representan una fracción del empleo total inferior al 15%, y mucho menos en la pequeña y mediana empresa. Además, en la mayor parte de las actividades de servicios la producción se evalúa por el resultado, no por las horas de presencia.

El otro «reparto» del empleo

Pero existe otro modelo de reparto de trabajo que ya se ha producido: el retraso de la entrada en el mercado laboral y el adelanto de la salida. Las interpretaciones sobre el carácter de este ajuste son variadas.

Así, el retraso en la entrada al mercado de trabajo se explica en el caso español a través de la prolongación de estudios de los jóvenes en los últimos diez años. Este dato no deja de interpretarse en clave optimista por muchos (la «revolución educativa», la generación mejor preparada del siglo…). Sin embargo, parece claro que en nuestro caso han sido las familias quienes han asumido tanto el coste social como económico de esa prolongación de estudios (y no el Estado) y que, a tenor de la simple realidad, no cabe identificar automáticamente «escolarización» con preparación y menos con preparación para el empleo. En cuanto al reparto «por arriba», producido por las jubilaciones anticipadas, dentro de poco va a formar parte de la historia. No podemos permitirnos ese lujo.

Pero también existe otra forma de reparto de trabajo: el empleo a tiempo parcial. En opinión de Lluis Fina, Profesor de Economía Aplicada en la Universidad Autónoma de Barcelona, existe una relación constante en Europa entre una tasa alta de paro (sobre todo femenino) y la escasez de empleo a tiempo parcial, especialmente en el sector servicios. No parece casualidad que, en líneas generales, los países europeos con menor paro sean los que tienen sus servicios más desarrollados y, también, en los que hay más trabajo a tiempo parcial y mayor ocupación femenina.

Economía global, local y social

Según el mismo Godet, al hablar del empleo del futuro se toma como punto de referencia a las grandes empresas, cuando, a pesar de la crisis, son las PYMES y los pequeños servicios de carácter local quienes siguen creando empleo.

Hace ya dos años la Comisión Europea (2) estimaba las posibilidades de creación de 3 millones de nuevos empleos repartidos entre los servicios de proximidad (servicios a domicilio, cuidado de niños y ancianos…), la mejora de las condiciones de vida (mejora de la vivienda, seguridad, transportes colectivos locales…), servicios culturales y de ocio, y la protección del medio ambiente (3).

Junto a las iniciativas locales, otros, como Jeremy Rifkin en la obra antes citada, propugnan potenciar el sector de voluntariado. Junto al sector público y el privado, este tercer sector serviría como área de crecimiento de empleo o, al menos, de actividad, así como para satisfacer necesidades sociales que ni el Estado ni el mercado atienden.

En cualquier caso, ambas posibilidades no dejan de ofrecer dudas. Se ha considerado, no sin razón, que algunas iniciativas locales de creación de empleo, sobre todo en el ámbito de servicios a la vida diaria, no hacen sino transformar el trabajo sumergido en trabajo visible, es decir, redunda más en beneficio del Estado que de los propios trabajadores. Por otro lado, alentar la iniciativa local parece implicar muchas veces un mero trasvase de la burocracia central a la local: es decir, más empleos de «animadores» o «promotores» que otra cosa.

En el caso del tercer sector hay dudas razonables sobre la generación real de empleo remunerado. Es verdad que el tercer sector puede servir de amortiguador de la incapacidad del Estado o del mercado, puede incluso ser un mejor oferente de servicios y un instrumento de solidaridad en tiempos de crisis. Podemos también reducir nuestro consumo cuando tenemos menos dinero, podemos hacer que el tiempo y la satisfacción personal sean valores en alza. Pero el experimento no tiene una elasticidad ilimitada.

Aurora PimentelDe la teoría a la práctica

La reducción de la jornada laboral manteniendo los salarios es el eje de una propuesta del ex primer ministro socialista francés Michel Rocard, aprobada en el Parlamento Europeo el pasado 18 de septiembre. Rocard estima que la Unión Europea dedica hoy un 4,5% del PIB a financiar el seguro de desempleo, las prejubilaciones y las atenciones sanitarias a parados. De esa bolsa pretende Rocard sacar el dinero necesario para financiar una rebaja de las cotizaciones sociales a las empresas que reduzcan la jornada por debajo de las 32 horas semanales y creen nuevos empleos, sin rebajar salarios ni aumentar los costes.

En todo caso, la resolución sólo podrá aplicarse si se ponen de acuerdo los interlocutores sociales. Por otra parte, antes la Comisión deberá elaborar un Libro verde que cuantifique los resultados previsibles, lo que puede ser el típico recurso para aparcar un asunto políticamente difícil.

En Francia van pasando de las ideas a la práctica. Este mes de octubre acaba de entrar en vigor la ley sobre reducción del tiempo de trabajo. Según esta ley, una empresa que (voluntariamente) reduzca de un 10% a un 15% el tiempo de trabajo y aumente sus efectivos en la misma proporción, durante al menos tres años, podrá beneficiarse de una reducción de las cotizaciones sociales durante siete años. El rebajar o no los salarios se deja a la negociación entre las partes.

Otro aspecto de la misma ley va en la línea del reparto defensivo del trabajo, para evitar las supresiones de empleos. En este caso, las partes deberán establecer un acuerdo sobre el campo de aplicación del horario reducido, sobre los compromisos en materia de empleos y sobre la rebaja salarial.

La experiencia de medio siglo

Pero otros piensan que reducir la duración del trabajo para disminuir el paro es una idea ilusoria. También en Francia, la publicación simultánea de dos documentos con estadísticas de los últimos cincuenta años permite observar que no hay una relación directa y unívoca entre duración del trabajo, creación de empleo y paro. Erik Izraelewicz lo explica en una crónica publicada en Le Monde (22-X-96).

Desde 1945 se han sucedido tres períodos, cada uno con una relación diferente entre los tres factores. De 1945 a 1973, la duración anual del trabajo y la semanal (45-46 horas) permanecieron estables. Sin embargo, hubo una creación masiva de empleo y el paro se mantuvo muy bajo. En el segundo período, de 1974 a 1982, hubo una fuerte reducción en la duración semanal del trabajo (pasó de 45 a 40 horas) y el desempleo se disparó. Sin embargo, no hay por qué ver una relación de causa a efecto entre ambas cosas. En el tercer período, de 1982 hasta hoy, la duración del trabajo ya no disminuye, pero el paro sigue aumentando. Por lo tanto, la experiencia no permite concluir que la reducción de jornada vaya a ser el elixir mágico para solucionar el paro. En cambio, las estadísticas de este medio siglo confirman que cuanto mayor fue el crecimiento económico más creación de empleo hubo.

Puede decirse que Alemania es una adelantada respecto a la reducción de jornada, pues, en el conjunto de países industrializados, la población alemana es la que menos horas trabaja. Con una media de 1.639 horas de trabajo anual en la industria, Alemania queda muy por detrás de Japón (1.888) o Estados Unidos (1.904). Sin embargo, no por eso ha reabsorbido el paro (10,1%).

Con la introducción de la semana laboral de cuatro días en Volkswagen, a principios de 1994, los sindicatos aceptaron por primera vez la reducción de jornada con rebaja de salarios. Era un modo de evitar los despidos. Meses después, en la metalurgia se llegó también a un acuerdo que autorizaba a las empresas que lo desearan a reducir la semana laboral a 30 horas, sin compensación salarial.

Junto a las meras posturas defensivas, otras fórmulas buscan crear empleos. Así, la fábrica de BMW en Regensburg instauró este año un doble turno de trabajo (antes había sólo uno) con reducción de la semana laboral de 36,5 a 35 horas. La empresa añadió 2.500 trabajadores a los 4.000 que ya tenía, sobre todo con el objetivo de aumentar la productividad (cosa que ocurrió) y para responder a un aumento de las ventas (cfr. International Herald Tribune, 5-VIII-96).

De todos modos, hoy lo prioritario es la flexibilidad de horarios, trabajando más o menos horas para adaptarse a la fluctuación de la demanda. Ahora bien, según Wolfgang Scheremet, investigador del Instituto DIW de Berlín, «lo importante no es cuánto tiempo se trabaja, sino a qué nivel de productividad. Toda reducción del tiempo de trabajo sólo tiene sentido si se efectúa sin aumentar los costes». Pues la reducción del coste unitario del trabajo es lo que permite ser competitivo.

Ignacio Aréchaga_________________________(1) Jeremy Rifkin. El fin del trabajo. Paidós. Barcelona (1996).(2) Crecimiento, competitividad, empleo. Retos y pistas para entrar en el siglo XXI. Libro Blanco. Comisión Europea (1994).(3) Iniciativas locales de desarrollo y de empleo. Encuesta en la Unión Europa. Comisión Europea (1995).

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