El nuevo libro añade poco a lo que sabemos de John Gray por Misa negra (2008), la recopilación de Anatomía de Gray (2012) y otros. A veces repite las mismas ideas con las mismas palabras. No hay una sistemática clara sino una yuxtaposición de textos. La novedad, relativa, es que esta vez Gray –filósofo político, profesor en la London School of Economics– hilvana sus pesimistas y casi crueles consideraciones al hilo de comentarios a textos literarios. Entre otros, de Arthur Koestler, Joseph Conrad, Wallace Stevens, Curzio Malaparte, Jorge Luis Borges, Georges Orwell, Robinson Jeffers, etc. Como crítico literario, Gray es agudo e interesante. Es, quizá, lo mejor del libro.
El fondo de la cuestión, para el que se sirve de una interpretación de Freud como filósofo más que como psicoanalista, es sencillo: el mundo es un caos y el hombre es un ser imperfecto (la conocida versión de Gray del pecado original). Sus limitaciones no puede ser superadas; vivir es aceptar la imperfección. Pretender que la razón lo puede todo lleva al desastre. Creer en mitos es quizá inevitable, pero hay algunos especialmente tontos, como el del progreso: “Como la música barata, el mito del progreso levanta los ánimos y entumece el cerebro”.
Para resumirlo en sus propias palabras: “El saber que no hay nada sustancial en este mundo puede dar la impresión de privar al mundo de su valor. Sin embargo, este vacío se puede convertir en nuestra posesión más valiosa, puesto que nos abre al mundo inagotable que existe más allá de nosotros mismos”. Ese mundo inagotable es el mundo material, en el que se puede gozar, por ejemplo, admirando a los animales, y su silencio: “viven en silencio porque no necesitan redimirse”.
Es un libro literario, lírico en ocasiones (como en el breve apartado dedicado a los animales), posmoderno. Nada es probado de un modo satisfactorio. Son, simplemente, impresiones de Gray. Su publicidad editorial lo califica como “el escritor más lúcido y convincente de teoría política desde Isaiah Berlin”. Se exagera: Berlin intentó siempre argumentar y probar. Gray se pronuncia.

Lo que se entiende menos, después de tantos libros como este, es que aún se considere “progresista” la reiterada ilusión en un mito que ya está hecho pedazos.