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«El desarrollo económico es necesario para solventar los problemas ambientales»

publicado
DURACIÓN LECTURA: 13min.

Manuel Ferrer Regales, demógrafo
Pamplona. El aumento de la población mundial ya no preocupa sólo por el posible agotamiento de los recursos, sino también por temor a que arruine el medio ambiente. La cuestión demográfica se plantea ahora dentro del triángulo población-desarrollo-ecología. En un estudio recién publicado, Población, ecología y medio ambiente (1), los profesores de la Universidad de Navarra Manuel Ferrer Regales y Antonio Peláez López analizan la situación actual. El Prof. Ferrer, demógrafo, director del Centro de Estudios de Ecología Humana de dicha Universidad, repasa en la siguiente entrevista los principales temas examinados en el libro.

– El crecimiento demográfico se considera a menudo contrario al bienestar. ¿Hay una relación clara entre la magnitud o el aumento de la población y el desarrollo o la riqueza de un país?

– En principio, a mayor población, mayores son las posibilidades de desarrollo de un país. Esto ya lo dijo hace bastantes años un célebre economista, Colin Clark, un clásico de nuestro tiempo. Aunque sólo fuera por razones de potencial de mercado, o por las posibilidades de materias primas, reservas energéticas, magnitud de las infraestructuras que conlleva un país de gran tamaño superficial y poblacional, la afirmación es válida, pero matizable.

El desarrollo es un proceso cronológico que tiene sus etapas de instauración en determinados países y difusión hacia otros. A pesar de los vaticinios de hace tres o cuatro décadas sobre el foso insalvable entre desarrollo y subdesarrollo, entre Norte y Sur, en el Sudeste asiático surgen primero los pequeños «dragones» (Corea, Taiwán, Singapur), y poco después se incorporan al crecimiento económico países de mayores superficie y población (China, Indonesia, India, Filipinas).

No existe tampoco una relación entre tasa de incremento demográfico y progreso económico, aunque las tasas muy elevadas dificultan seriamente el progreso, y una tasa baja, con envejecimiento añadido, plantea problemas de índole económica y social. El debate actual sobre la supervivencia del Estado del bienestar tiene claramente raíces demográficas.

Previsiones inciertas

– Pero se supone que los recursos del planeta no se pueden estirar hasta el infinito. ¿Se puede saber cuál es la población humana máxima que puede albergar el planeta?

– Sería una torpeza, ética, pero también social y económica, señalar límites a la población del planeta, ignorando la capacidad innovadora del hombre y su poder para adaptarse a situaciones y desafíos nuevos. Las predicciones malthusianas no se han cumplido, más bien ocurre lo contrario. En los últimos cincuenta años la producción de alimentos per cápita supera con mucho el crecimiento de la población, a pesar del ritmo acelerado de esta última. Unos recursos sustituyen a otros -el aluminio al cobre, por ejemplo-, y la innovación no se detiene, continúa cada vez más acelerada.

– A menudo se publican estadísticas y proyecciones demográficas elaboradas por organismos diversos. Suelen ir acompañadas del mensaje -implícito o explícito- de que es necesario frenar el crecimiento de la población. ¿Son fiables esos datos?

– La historia de las proyecciones se sintetiza así: hasta los años ochenta tenían que ser corregidas por defecto, y después por exceso. Una proyección a medio plazo (hasta el 2025) es relativamente fiable, siempre que se haga con las tres variantes típicas (alta, media, baja); más allá es opaca, como señalaba en 1989 un estudio de la Comisión Europea sobre la población de la UE en el contexto de la demografía mundial. Las previsiones realizadas de cara a fines del siglo XXI e incluso hasta el 2050 no tienen más alcance que el propio del efecto boomerang. Son puras especulaciones o ejercicios de ordenador, que contribuyen a favorecer el catastrofismo inherente a la cultura neomalthusiana.

El frenado rápido de la población, por medio del recorte drástico de la fecundidad, da lugar a distorsiones de la pirámide de edades que a largo plazo se pagan. Ciertamente, no se pueden desconocer tampoco los graves problemas que se plantean en aquellos países donde la fecundidad y, especialmente, el retroceso de la mortalidad infantil, ha ocasionado abultados volúmenes y proporciones muy elevadas de población muy joven. El acceso a la educación, al trabajo, a la vivienda, son allí cuestiones dramáticas.

– África es el continente que parece no alcanzar nunca el tren de desarrollo. ¿No sería beneficiosa una reducción de las altas tasas de natalidad africanas?

– África tiene un potencial de riqueza extraordinario, señalaba hace años Pierre George, uno de los geógrafos europeos que más estudiaron este continente. Padece las rémoras de una colonización de reparto, ajena a la realidad étnica; experiencias de desarrollo basadas en el marxismo, fracasadas; prácticas de corrupción; guerras fratricidas.

Es evidente que las tasas de crecimiento demográfico son altas, y que sería beneficiosa su reducción en algunos países. El problema es cómo se llevan a cabo. La alternativa es entre medios respetuosos con la cultura autóctona y medios atentatorios de su libertad y dignidad y del propio substrato biológico del ser humano. No en balde la contracepción es una agresión al equilibrio de la naturaleza, produce -valga la expresión- una ruptura ecológica. Es lógico que ocasione efectos secundarios. La regulación natural de la natalidad es la solución ética y ecológica.

El futuro no está escrito

– Según la teoría de la «transición demográfica», comúnmente admitida, tras una larga fase de crecimiento lento, la población aumenta deprisa durante un tiempo, para luego tender a estabilizarse. ¿Será así el futuro de la población mundial? ¿Es inevitable o deseable la estabilización?

– Una población estabilizada conlleva una población envejecida, puesto que es el resultado de una evolución demográfica que termina en estructuras en cierta medida similares a las de la Europa actual. Probablemente, la «europeización» demográfica del resto del mundo ocasionaría un freno a la continuidad del desarrollo al disminuir el mercado. Creo que sólo es posible la estabilización bajo el dominio de una dictadura planetaria que fijase la fecundidad por países de acuerdo con una programación tecnocrático-totalitaria.

– Sin embargo, el descenso de la natalidad, objetivo de algunas organizaciones internacionales interesadas en la población, conduciría al envejecimiento demográfico. ¿Qué consecuencias tendría ese fenómeno?

– Resulta difícil imaginar una población mundial envejecida. En el caso de que todo el mundo se instalase en el modelo de subfecundidad que caracteriza a la «vieja» Europa, caben, en principio, dos tipos opuestos de futuros escenarios. En un extremo habría que situar las proyecciones de un conocido demógrafo francés, Bourgeois-Pichat, que prevén la extinción de la humanidad dentro de dos o tres siglos. En el otro, topamos de nuevo con un mundo programado, en el que la libertad personal y familiar desaparecen.

El primer escenario parece inviable, propio de la ciencia-ficción, al igual que los escenarios tremendistas a que nos tiene acostumbrados la imaginería de la explosión demográfica. Más factible es imaginar el segundo supuesto, de la mano de la ingeniería genética y la ingeniería social. No obstante, hay que dirigir el ojo del visor en direcciones distintas, más esperanzadas; en definitiva, basadas en una sociedad inspirada en el humanismo personalista y, en consecuencia, en la buena utilización de la ciencia y de la técnica.

La Europa de las canas

– ¿Qué factores influyen más en el envejecimiento de la población europea?

– Entre las causas del descenso de la fecundidad hay que distinguir las de orden socioeconómico -dificultades de acceso a la vivienda y al trabajo, así como tamaño de la vivienda, integración de la mujer en la actividad profesional, exacerbación del consumismo-, demográficas -aumento de la edad media del casamiento- y sociológicas -extensión de la cohabitación, es decir de las parejas ajenas a todo vínculo-. Estas razones no bastan para explicar que la media de hijos por familia en la UE oscile entre 1 y 2. Su medición según la tasa de reemplazo generacional en 1996 da 1,40. España e Italia compiten estos últimos años por ostentar el valor más bajo de esta tasa (1,17 para España en la misma fecha).

Únicamente la decadencia de valores, el proceso de secularización que ha experimentado Europa, más acusado y rápido en esos dos países, explican la velocidad del descenso y la supuesta continuidad.

Las políticas familiares pueden ayudar en parte a reactivar la natalidad: subsidios abundantes a las familias con hijos, así como un régimen fiscal adecuado; ayudas a la mujer que compatibiliza hogar con trabajo; atención preferente a las necesidades de las familias jóvenes; no discriminación de la mujer en la empresa, por citar algunas medidas. Pero las vías de superación del problema se encuentran en el redescubrimiento y refuerzo de la familia y del matrimonio estable, en el marco del fortalecimiento de los valores cristianos. De no ser así, el futuro se ennegrece.

Los límites del crecimiento

– La cuestión del crecimiento demográfico se plantea en relación no sólo con los recursos, sino también con los daños al medio ambiente, pues la gente contamina. ¿Estamos poniendo en peligro el ecosistema terrestre?

– Es evidente que el hombre interviene en el ecosistema terrestre por medio de las tecnologías duras, con la consiguiente ruptura del equilibrio y los efectos secundarios manifiestos en la contaminación en su más amplio sentido. Sin embargo, es obvio también que el progreso tecnológico puede alcanzar niveles superiores a los actuales que atenúen estos efectos. La puesta en marcha de legislaciones a nivel mundial -Cumbre de Río, por ejemplo- o continental -medidas protectoras de la UE- es bien reciente, pero muestra que somos conscientes de la necesidad de paliar los daños a la naturaleza y al entorno en que vivimos.

De todas formas, si pensamos en los grandes problemas, como el supuesto cambio climático, la biodiversidad o el ozono, tendremos que concluir que, respecto a los dos primeros, carecemos todavía de información suficiente; y respecto al último, que se halla más o menos controlado. La última reunión de la Comisión Intergubernamental del Cambio Climático (IPCC) muestra el grado de incertidumbre con que nos movemos en esta cuestión. La prueba es que unos y otros problemas forman parte del actual debate científico.

– Pero la noción de «desarrollo sostenible» parece sugerir un límite al crecimiento demográfico y al económico por razones ecológicas: para evitar una «superpoblación» que deje un planeta devastado a nuestros descendientes…

– Hablar de «superpoblación» carece de rigor. Hay multitud de situaciones nacionales, con circunstancias demográficas, económicas, sociales y ecológicas muy distintas. Con grandes densidades de población existen altos niveles de renta, y pobreza con bajas densidades. La noción de «desarrollo sostenible» puede igualmente situarse en el plano de la extrema variedad de situaciones. Jamás el hombre, hay que insistir, ha contado con tales posibilidades de superación de problemas. El objetivo del «crecimiento cero demográfico y económico» es una idea de los años setenta, que ha sido superada. El crecimiento económico es necesario para solventar los problemas del crecimiento demográfico, y por supuesto, los ambientales.

Ecología personalista

– ¿Son iguales los problemas ecológicos en los países en desarrollo y en los desarrollados?

– Esta pregunta obliga previamente a plantear el triple desafío que los países desarrollados deben asumir en relación con los otros. Ayudar y colaborar con los países desfavorecidos es una exigencia ética, de solidaridad; económica, de apertura de mercados y de promoción del desarrollo para que la población pueda acceder al consumo de nuestros productos y progresivamente de los autóctonos; y ecológica, puesto que el desarrollo económico es indispensable para cuidar el ambiente.

De lo anterior ya se deduce la diferencia notable que separa a unos y otros países. Los desarrollados disponen de medios de todo tipo para solventar los problemas, incluidos los financieros, técnicos y legislativos. Los países en vías de desarrollo se hallan acuciados por lograr el crecimiento económico, disponiendo de menos valor añadido para cuidar el ambiente. Por añadidura, los problemas de contaminación urbanos y rurales alcanzan una dimensión desconocida en estos últimos: el problema de los vertidos, y de las aguas no potables, de riego y residuales; hacinamiento y viviendas mal acondicionadas; instalación de industrias muy contaminantes, en algunos casos trasladadas desde los países ricos.

– En el Tercer Mundo, la población urbana ha crecido de forma espectacular. ¿Cómo hacer frente al problema de las megápolis?

– La megápolis es un fenómeno propio de los países ricos y de los pobres. Con la diferencia de que los problemas de pobreza y de organización metropolitana difieren entre unos y otros. La megápolis occidental es hoy una especie de tejido en el que se mezclan grandes masas urbanas de diversos diseños y tamaños entre intersticios agrarios y forestales, bien conectadas interna y externamente por las infraestructuras, incluidas las propias de la sociedad de la información.

El exceso de centralización y acumulación urbana en la mayoría de los países del Tercer Mundo no tiene otro remedio que unas políticas regionales de descentralización, lo que se dice fácilmente pero es difícil llevar a cabo. Habrá que pensar que, conforme aumenta el desarrollo, por lo común la urbanización se reparte o distribuye de forma más homogénea. Con todo, el problema del gigantismo urbano en expansión es uno de los dramas que se sobreañaden, entre los ya citados, a los países desfavorecidos.

– A lo largo de las pasadas décadas y coincidiendo con la crisis de la modernidad hemos asistido a la difusión por todo el mundo del pensamiento ecológico. ¿En qué estado se encuentra actualmente esta corriente?

– El pensamiento sobre las relaciones del hombre con la naturaleza oscila entre dos extremos. De un lado estaría la dimensión radical o ecocéntrica -ciertos ecologismos- que enlaza con las religiones que no distinguen gradaciones entre el Homo sapiens y las demás especies. Habría, en consecuencia, que conseguir la inserción del hombre en el ecosistema, lo que significaría volver atrás, dar la espalda al progreso, reducir la población drásticamente -no ya el crecimiento sino el volumen-, eliminar el sistema industrial. En el otro extremo se hallan los diversos antropocentrismos, que favorecen el desarrollo de la ciencia y de la técnica.

En el medio estaría la visión judeo-cristiana, que considera al hombre como imagen de Dios. El Creador ha otorgado al hombre el dominio de la naturaleza, pero ese dominio debe ejercerlo desde la perspectiva del respeto y el cuidado, en el marco del carácter del hombre como solucionador de problemas. Se entiende así la concepción de una ecología personalista, en la que el hombre es el custodio responsable de las relaciones con el planeta Tierra, que pertenece a todos.

Enrique Abad_________________________(1) Manuel Ferrer Regales y Antonio Peláez López. Población, ecología y medio ambiente. EUNSA. Pamplona (1996). 284 págs. 3.000 ptas.

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