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Tea Party: un movimiento ciudadano agita la política en Estados Unidos

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Barack Obama ha lamentado públicamente la sentencia dictada el 21 de enero por el Tribunal Supremo de Estados Unidos, que ha levantado las limitaciones a la financiación de campañas políticas por parte de empresas y entidades. Por la mínima mayoría, los jueces han dictaminado que la ley anulada (de 1907 en su forma original) es contraria a la libertad de expresión. En cambio, para el presidente, el Supremo “ha dado luz verde a una nueva oleada de dinero a favor de intereses particulares en nuestra política”. Es un regalo, dice, a las grandes empresas y grupos de presión, que tendrán más facilidades para “ahogar la voz de los americanos corrientes”.

Sin embargo, la inesperada victoria, dos días antes, del republicano Scott Brown en un feudo demócrata no se debe al gran capital, sino en buena parte a una organización de ciudadanos corrientes, conocida como el movimiento Tea Party, que hicieron oír su voz. Los demócratas apenas imaginaban que podrían perder el escaño del Senado que Ted Kennedy ocupó durante 46 años seguidos hasta su muerte en agosto pasado. Convencido de su fuerza en Massachusetts, el partido del burro no advirtió a tiempo el silencioso pero firme paso del elefante que se le venía encima, y se ha quedado sin los 60 senadores necesarios para asegurar que un proyecto se someta a votación en el pleno.

Con esa mayoría, el Senado logró sacar adelante su versión de la reforma sanitaria la Nochebuena pasada. Pero cuando llegue la propuesta definitiva, hibridada con la de la Cámara de Representantes, no estará en la misma situación. Los republicanos, 41 con Scott Brown, podrán impedir que se vote un proyecto con medidas que antes no pudieron parar, como la creación de un seguro público abierto a todos y financiado con nuevos impuestos. Obama ya ha dicho que hará falta un enfoque más modesto. La presidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, ha reconocido lo mismo y ha advertido que la reforma se retrasará. No parece ya posible que el presidente pueda firmar el proyecto estrella de su política nacional en marzo.

Cosas así pueden pasar en la política. Al fin y al cabo, no es tan raro que el partido mayoritario sufra algún castigo en unas elecciones parciales. Pero, aparte de la trascendencia que ha tenido el éxito de Brown en la particular situación actual del Senado, esta vez lo más interesante es la fuerza popular que aupó al improbable ganador. El propio Obama ha reconocido en los comicios de Massachusetts el eco de una reacción popular contra la reforma sanitaria y otras de sus iniciativas.

Descontento popular

El movimiento Tea Party responde al descontento de muchos, galvanizado por la crisis económica. Sus miembros se ven como ciudadanos cumplidores de la ley, que en estos tiempos pasan apuros para llegar a fin de mes, y ven que el gobierno abre las arcas públicas para rescatar a los culpables en la banca y la industria. Toman su nombre del Boston Tea Party, la rebelión contra la Ley del Té en 1773, uno de los principales precedentes del levantamiento contra el dominio británico. El año pasado, el movimiento convocó centenares de tea parties o actos de protesta en todo el país. Tiene coincidencias con el partido Boston Tea Party, fundado en 2006 por una secesión del Partido Libertario; pero este cuenta con una base muy pequeña.

La reacción contra el empleo de casi 800.000 millones de dólares en dinero público para reactivar la economía se corresponde con otros rasgos clásicos de los conservadores norteamericanos. Los seguidores del movimiento recelan del centralismo de Washington, son partidarios del Estado mínimo, se oponen a los impuestos elevados. Son antielitistas, y creen que políticos, intelectuales y poderes económicos se alían para perseguir sus intereses y acallar la voz del pueblo. Su gran capacidad de convocatoria es compatible con una relativa heterogeneidad de sus miembros y la falta de dirección central.

Para traducir la protesta en acciones que cambien la política del gobierno, el movimiento ha empezado a trabajar para influir en el Partido Republicano (al Demócrata lo dan por imposible). Un método que se ha demostrado eficaz es el de ofrecerse a ser precinct leaders del partido, que son unos puestos de nivel local, sin brillo, que dan más trabajo que recompensas, y a menudo quedan vacantes. Pero los precinct leaders tienen voz y voto para elegir a los dirigentes que en cada circunscripción nombran los candidatos para los comicios, aprueban el programa electoral y deciden cómo se gasta el dinero del partido. La estrategia funcionó el año pasado en Las Vegas, donde el Partido Republicano tenía medio millar de puestos de precinct leaders sin cubrir. Los del movimiento los coparon, por falta de competidores, y así lograron cambiar el comité local del partido, que su vez eligió candidatos y un presidente estatal del partido afines al Tea Party.

Los políticos republicanos notan claramente la presión del movimiento. Unos creen que da energías al partido; según otros, le empuja hacia posturas extremas, cuando lo que necesita es ampliar su espectro. Pero aunque el Partido Republicano pueda sacar provecho de esta fuerza popular, no la domina, ni cuenta con su apoyo incondicional. Para los “populistas” del Tea Party, también el G.O.P. forma parte del establishment, y hay que domarlo. Movilizarán votos a favor no de cualquier candidato republicano, sino solo de los que sintonicen con las demandas del movimiento. Al final tendrá que haber alguna especie de compromiso entre las bases y los políticos profesionales, que seguirán siendo imprescindibles.

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