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La fecundación artificial o la justificación ética del interés

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25 años del primer «bebé probeta»
El 25 de julio de 1978, tras numerosos ensayos fallidos, nació la denominada primera «bebé probeta»: término popular hoy en desuso, y escasamente descriptivo del complejo proceso de la procreación asistida. Veinticinco años después se puede hacer balance de lo que ha supuesto esta práctica: qué era al principio y en qué se ha convertido, cómo ha cambiado el Derecho de familia y el estatuto del embrión humano.

Louise Brown nació en Inglaterra, fruto del esfuerzo de los médicos Patrick Steptoe, ginecólogo del Oldham General Hospital, y Robert Edwards, fisiólogo de la Universidad de Cambridge. Sus padres habían intentado durante años tener un hijo pero una obstrucción en las trompas de Falopio de su madre lo impedía.

La técnica aplicada para tan sorprendente proceso, que hizo recordar a muchos las previsiones de la obra de Aldous Huxley Un mundo feliz, se venía desarrollando desde 1966 pero había fracasado siempre a las pocas semanas de la transferencia del embrión a la madre.

Desde 1978 la técnica fue mejorando sus escasas cifras de éxito y se extendió en muchos países, constituyendo una esperanza de tener hijos para mujeres con impedimentos de diverso tipo. Si bien desde el punto de vista demográfico el fenómeno de la fecundación in vitro con transferencia de embriones (FIVET) ha tenido escaso impacto -unos centenares de miles de nacimientos en los primeros veinte años-, en lo que se refiere a las legislaciones, especialmente en Derecho de familia, y al estatuto del embrión humano, el efecto ha sido muy notable. En efecto, la presencia de donantes de esperma o de óvulos ha hecho que la fecundación asistida impactara sobre cuestiones como el reconocimiento de hijos en las parejas, la investigación de la paternidad o incluso a la evidencia de que el hijo es de la madre que da a luz.

Voces de alarma

Muy pronto la técnica tuvo sus detractores, así como sus acérrimos partidarios. Entre los primeros podríamos destacar al propio Jacques Testart, artífice técnico del primer bebé probeta francés, que en su conocido libro El embrión transparente denunció todo el proceso investigatorio-productivo en el que se había visto inmerso.

Las alarmas respecto a la FIVET se han podido dividir en dos categorías. Las primeras hacen referencia a los efectos posibles de desviaciones de la técnica respecto al primer objetivo propuesto, evitar diversas formas de infertilidad. Así se denunciaron la aparición de diversas formas de madres de alquiler, con gestación por encargo, admitida en ciertos derechos pero claramente rechazada en las legislaciones continentales. También la procreación de niños por motivos diversos a su propia existencia, como los hermanos creados para ejercer como donantes de algún hermano mayor. Igualmente se anunció un intento de superar la menopausia con las famosas madres-abuelas, se discutió sobre la posibilidad de crear niños para parejas homosexuales con diversas combinaciones, la aplicación de una eugenesia masiva, o incluso la posible creación de híbridos humano-animal. Se consideró que el paso mayor sería la clonación humana, en principio rechazada con grandes declaraciones, y a veces aspavientos (véase el Código Penal español de 1995), pero luego admitida por algunos bajo la denominada clonación «terapéutica», más propiamente clonación de investigación.

Otras dudas sobre la FIVET se centraron en aspectos más nucleares del fenómeno. Explican, en buena medida, la deserción de Testart de la práctica y las críticas que muy pronto sufrió la técnica por parte de autores relevantes como Jérôme Lejeune. La impresión es que la fecundación in vitro suponía un salto respecto a otras técnicas de fecundación asistida y el traslado al laboratorio de la procreación humana, desvinculándola en cierta forma de su aspecto personal: procreación de una persona por parte de otras personas en un acto de profunda entrega y significado, de forma que pasaba a ser un acto técnico que a muchos les parecía indigno.

La posición del Magisterio pontificio fue muy clara en este aspecto, pero conviene recordar que no fue única: si en cierta manera fue pionera, pronto se vio acompañada de declaraciones de bioéticos de prestigio como el propio Leon Kass, de confesión judía.

Un cierto pensamiento bioético ha querido presentar estas dudas como propias de un naturalismo casi supersticioso. En cierta manera se dice que la intervención técnica es propiamente humana y que el fin pretendido era bueno: superar los inconvenientes de la esterilidad. Es más, se ha argumentado que el hijo fruto de la fecundación in vitro es el más buscado de los hijos, con costes personales y económicos muy profundos para los padres e incluso desvinculado de la pulsión sexual. No hay accidentes en la fecundación in vitro, se argumenta: todos los hijos fruto de la misma son queridos, con la importancia que tiene este concepto de «hijo querido» tras la generalización del aborto intencionado.

La procreación despersonalizada

El tiempo transcurrido es suficiente para hacer un balance de estas críticas a la luz de la experiencia, y podemos decir en este punto quién pecó de ingenuo o quién de supersticioso.

Una de las preocupaciones bioéticas más profundas es el riesgo que la tecnificación está produciendo sobre el propio ser humano, que ha pasado de sujeto de toda la acción científica a objeto de la misma; de manipulador de la naturaleza a objeto de la propia manipulación en una forma impensable antes de la revolución biológica.

La relevancia de la tecnificación de la procreación humana reside en primer lugar en la sustitución del propio concepto de procreación por el de producción, aunque sea con un fin benéfico; sin embargo tiene un segundo eslabón en su impacto sobre el fenómeno del nacimiento humano. El nacimiento humano es un fenómeno de libertad. Es el principal sustentador de la novedad. Por ello la tendencia a su control es un vano esfuerzo de control del futuro o, si se quiere, de manipular a los hombres futuros. Aliado con la manipulación genética positiva, es decir, con la predeterminación de cualidades personales elegidas de una forma exterior al propio sujeto, es una amenaza al cambio real en aras de un absurdo esfuerzo de control.

Por ello autores como Habermas se han mostrado tan críticos con los intentos de presentar dicha manipulación como un intento real de mejora respetuoso con la libertad humana. De hecho, las comparaciones realizadas con la educación como forma de modelar a las nuevas generaciones se han mostrado inadecuadas. La educación tiene necesariamente en cuenta la libertad humana y todos los que nos hemos dedicado a esta actividad somos conscientes del relativo impacto que tiene la repetición de esquemas del pasado sobre las nuevas generaciones. Por el contrario, al predeterminar una cualidad mediante manipulación preimplantatoria resolveremos cualidades del sujeto que pueden provocar un fuerte rechazo en el mismo o al menos la certeza de que su posible libertad se ha visto afectada. La selección inherente a la FIVET, realizada ya en las clínicas, se verá pronto superada. Ya se ha comenzado con la selección de sexo, donde la presión para que las causas médicas sean sustituidas por un deseo más o menos razonable de los padres es creciente, como hemos observado en España.

Se cambia el estatuto del embrión

Pero el riesgo posible de la tecnificación en el inmediato futuro no es la única circunstancia que debemos tener en cuenta al referirnos a la FIVET. La FIVET ha exigido modificaciones legales y ha incidido con fuerza en el estatuto del embrión. En efecto, la discusión sobre el estatuto de estos miembros de la especie humana se ha visto mediatizada por la necesidad práctica de favorecer estas técnicas. En cierta medida la polémica se ha resuelto en un sentido que hiciera posible cada adelanto técnico. Esto es lo que se ha denominado «función ideológica de la bioética»: una moralización en el sentido nietzscheano que ha convertido en ético lo conveniente. Obsérvese a estos efectos lo que ha significado la teoría de la implantación como inicio propio de la vida humana y el peculiar hallazgo del término preembrión. No puede deberse a una casualidad que esta teoría adquiriese carta de naturaleza en el momento en que el favorecimiento de la técnica lo hacía necesario.

La legislación española y la propia doctrina del Tribunal Constitucional son ejemplos de lo que decimos. El debilitado estatuto del embrión preimplantatorio surge de una doctrina constitucional negativa que ha ido creando una jurisprudencia destinada a sortear el obstáculo que el artículo 15 de la Constitución española («Todos tienen derecho a la vida…») producía respecto a muchas de las prácticas que se consideraron necesarias para favorecer la FIVET.

En este sentido no sería aventurado afirmar lo siguiente. La negación del estatuto humano de dignidad al embrión, aún más, la redefinición de la vinculación entre ser de la especie humana y ser persona, son imprescindibles para favorecer una más libre aplicación de la FIVET, y aún más para permitir, por ejemplo, la clonación de investigación. Existe un interés directo en recrear sucesivamente la definición de persona de forma que se permitan nuevos pasos técnicos. Por el contrario, quienes sostienen la personalidad del embrión, o al menos la exigencia de que se le dé un trato digno, no proceden desde una perspectiva supersticiosa, ni padecen velo que les impida ver la realidad: más bien son quienes se han acercado al fenómeno desde una actitud desinteresada, es decir, no se han visto afectados por ningún interés que predeterminara su actitud.

Ya no es solo para procrear

Si en torno a la FIVET se ha producido un claro debilitamiento del estatuto del embrión, este se ha visto acentuado por algunos efectos derivados. En España es especialmente relevante la cuestión de los embriones congelados. Hay un número indeterminado -parece que son más de 30.000- de embriones sobrantes de la técnica que se crioconservaron supuestamente con la finalidad de proceder a nuevas transferencias. El ejemplo es muy ilustrativo de cómo se ha actuado en este asunto. En efecto, para intentar mejorar las escasas cifras de éxito, se autorizó la producción de embriones sobrantes y su posterior crioconservación. La legislación no se preocupó en absoluto por el destino de los embriones congelados, salvo para poner un plazo arbitrario de congelación y no resolver qué ocurriría más adelante. En este sentido, la legislación española se mostró mucho más permisiva que la alemana y casi predeterminaba una solución a la inglesa, consistente en una destrucción periódica.

Pero el ejemplo de los embriones congelados muestra también una posible derivación de la técnica. En principio se ha sostenido que la función de la FIVET era exclusivamente procreativa. A lo más se autorizaban investigaciones tendentes a la mejora del fin propuesto. Pero es indudable que gracias a la FIVET se ha podido investigar sobre embriones humanos de una forma incompatible con el reconocimiento de cualquier asomo de dignidad.

En 1998 se innovó con el término «clonación terapéutica». Se trata de investigar la posible utilización de técnicas de clonación para producir embriones a los que, destruyéndolos, se les extraerían células troncales utilizables en terapias regenerativas. Esta posición tendría dos efectos. En primer lugar, eliminar la prohibición de clonación de humanos, en la que hasta entonces casi todos se habían mostrado de acuerdo. En segundo lugar, permitir la creación de embriones humanos con fines distintos a la reproducción, barrera jurídica y moral que en su momento se consideró insorteable y que ahora se pretende sortear.

En el ínterin se solicita con fuerza desde medios científicos y de comunicación que se destinen estos embriones sobrantes a la investigación en el área mencionada. Esto supondría la modificación o violación de otra protección al embrión reconocida en la legislación española y en buena parte de las legislaciones europeas: la que prohíbe la experimentación con embriones viables.

Efectos perversos de buenas intenciones

A la luz de este proceso, inacabado en estos momentos, podemos lícitamente preguntarnos si la FIVET no ha tenido efectos más allá de la creación de unos cientos de miles de Luisas Brown. Sin la autorización y generalización de estas prácticas los otros pasos que requieren la radical reducción del estatuto del embrión humano no se habrían dado.

En este sentido es posible concluir que quienes advirtieron sobre los efectos de la tecnificación completa de la reproducción humana acertaron en sus predicciones. Evidentemente, quienes han nacido de las técnicas han tenido garantizado su pleno estatuto humano, y muchos de los que han acudido a las mismas o las han hecho posibles han estado animados de las mejores intenciones. Pero para lograr este objetivo se ha reducido radicalmente el estatuto de otros muchos y se ha actuado sobre la vida prenatal con una enorme falta de respeto. Y no nos referimos a un respeto retórico ni a unos efectos más o menos secundarios. Todo el estatuto humano, o toda la ética de la especie, se ha visto reducida y probablemente en el inmediato futuro veremos efectos aún más graves.

José Miguel Serrano Ruiz-CalderónJosé Miguel Serrano Ruiz-Calderón, profesor de Filosofía del Derecho en la Universidad Complutense (Madrid), es autor, entre otros libros, de Eutanasia y vida dependiente (ver servicio 50/01) y Nuevas cuestiones de bioética (ver servicio 168/02).Las cifras de la fecundación artificial

De la difusión actual de la FIVET dan una idea los datos más recientes (corresponden a 1999) recopilados por la Sociedad Europea de Reproducción Humana y Embriología (ESHRE) (1). Aunque se refieren solo a Europa, resultan significativos, ya que en este continente se realizan el 60% de todos los tratamientos de reproducción asistida.

En 1999 se registraron 258.460 ciclos (tratamientos) de reproducción asistida (todos los métodos) en los 22 países europeos estudiados. En comparación, en Estados Unidos se realizaron 86.822 ciclos. En los ocho países europeos sobre los que hay datos completos hubo 943 ciclos por millón de habitantes en 1999, casi el triple de la tasa de Estados Unidos (317).

El 48,5% de los ciclos realizados en Europa fueron de FIVET. La segunda técnica más usada (36,8% de los casos) es la inyección intracitoplasmática de espermatozoides (ICSI). Hubo además 34.000 ciclos de transferencia de embriones congelados (13%) y un 1,5% de donación de ovocitos.

Si se comparan el número de tratamientos efectuados con el de embarazos conseguidos en 1999, resulta una tasa de éxito del 27,7% para la FIVET y del 27,9% para la ICSI. Esto supone unos incrementos de 0,7 y 1,1 puntos, respectivamente, con respecto a las tasas de 1998.

Pero si se comparan los embarazos no con los ciclos realizados, sino con el número de embriones transferidos en todos los ciclos, la tasa de éxito es mucho menor. En efecto, para conseguir un embarazo hubo que transferir una media de 7,8 embriones, lo que se traduce en una tasa de éxito del 12,8%. En España, el tercer país europeo -después de Ucrania y Hungría- donde más embriones se transfieren en cada tratamiento, hicieron falta, por término medio, 10,2 embriones para obtener un embarazo (o sea, 9,8 embarazos por 100 embriones transferidos). Ahora bien, en cada ciclo se suele obtener varios embriones más que no son transferidos, sino desechados o congelados; si se los contara -cosa que no hace el informe de la ESHRE-, resultaría un rendimiento de la FIVET en torno a 4-8 nacimientos por 100 embriones creados, según cuántos embriones congelados se lograra implantar luego con éxito.

Por otra parte, la FIVET resulta en una tasa de embarazos múltiples muy elevada: el 26,3% en Europa en 1999 (en Estados Unidos, el 37%). La proporción europea se compone de un 24% de partos dobles, un 2,2% de triples y un 0,1% de cuádruples (o sea, 25 veces la frecuencia natural de gemelos, casi 150 veces la de trillizos y 500 veces la de cuatrillizos). Como los embarazos múltiples entrañan mayores riesgos para la madre y los hijos, varios participantes en el último congreso de la ESHRE (Madrid, 29 de junio a 3 de julio de 2003) subrayaron que se debía transferir solo un embrión en cada ciclo, y congelar los demás, al contrario de lo que hacen aún muchas clínicas para aumentar la probabilidad de éxito.

Otra de las complicaciones de la FIVET, a la que también se dedicó una sesión del reciente congreso de ESHRE, es el síndrome de hiperestimulación ovárica (SHO), que afecta a cerca de 2.000 mujeres al año en Europa. El SHO se da cuando, después de la FIVET, los ovarios de la mujer siguen produciendo más folículos y óvulos que lo normal, por efecto de las hormonas administradas durante el tratamiento de reproducción asistida.

En el congreso de la ESHRE se presentó un estudio sobre consecuencias de la ICSI, dirigido por el Prof. Gianpiero Palermo, del Cornell Medical College (Estados Unidos). Según muestra ese trabajo, los niños nacidos por este método, usado en casos de infertilidad masculina, heredan la esterilidad del padre.

Ya antes se habían detectado riesgos y complicaciones de la reproducción asistida. Según un estudio, el 7,4% de los niños nacidos por ICSI tienen defectos congénitos que exigen terapia continuada o suponen una limitación permanente; el 0,8% (cuatro veces la probabilidad natural) presentan aberraciones en los cromosomas sexuales (ver servicio 16/98). Otros estudios han señalado que en los nacidos mediante fecundación in vitro se da mayor frecuencia de distintas anomalías (ver servicios 37/02 y 51/03). En Francia, el Comité Consultivo Nacional de Ética concluye, en un informe que revisa las investigaciones realizadas en los últimos años, que el riesgo de malformaciones congénitas en los niños concebidos por FIVET (2,4%) es el doble que en los embarazos naturales (ver servicio 43/03).

Javier Táuler____________________(1) K.G. Nygren y A. Nyboe Andersen, «Assisted reproductive technology in Europe, 1999. Results generated from European registers by ESHRE», Human Reproduction (noviembre 2002), pp. 3260-3274.

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