Gaza: “No es una guerra con la intención de que el daño colateral sea menor”

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Refugios para desplazados en la localidad de Deir al Balah (Gaza), julio 2025. | Foto: cortesía de la entrevistada.

Casi dos años después del comienzo de la guerra de Israel contra Hamás, Gaza sigue sufriendo bombardeos, ataques militares, desplazamientos forzosos y destrucción masiva de infraestructura civil. El pasado domingo, debido a la presión internacional, Israel anunció pausas humanitarias que permitirán la entrada de ayuda tras el bloqueo que mantenía desde mediados de marzo. Éste se había iniciado poco antes de que se rompiera el alto al fuego que dio un breve respiro a los gazatíes entre el 19 de enero y el 18 de marzo de este año. 

Las organizaciones humanitarias que trabajan en la Franja han denunciado repetidamente la situación de hambruna a la que se está sometiendo a la población de Gaza. La ONU informa de que un tercio de la población pasa días sin probar alimento y la OMS precisa que de las 74 muertes por desnutrición en lo que va de año, 63 ocurrieron en julio. Estas muertes se suman a las más de 59.000 víctimas del conflicto, a las decenas de miles de heridos y a la pérdida del hogar que sufre la mayoría de los más de dos millones de habitantes, que han tenido que desplazarse varias veces desde que empezó la guerra en octubre de 2023. 

“Todas las organizaciones tenemos toneladas de comida y de artículos de ayuda humanitaria tanto en Jordania como en Egipto”, explica Marta, que prefiere no dar su nombre real. Esta cooperante trabaja en Gaza para una ONG internacional especializada en respuesta a emergencias. Cuando le preguntamos por las fotografías de niños desnutridos, afirma que eso “es real, sí, desgraciadamente”. Tres días antes de que Israel cediera a la presión internacional para la entrada de ayuda humanitaria, describe a Aceprensa la crítica situación: “No hay gas, no hay nada en los mercados, y notas que la gente está mucho más flaca”. 

La complicada gestión de la ayuda humanitaria

Aunque Israel vuelve a permitir la entrada de ayuda humanitaria, lo cierto es que “siempre ha sido muy difícil; pueden pasar hasta dos meses para que te aprueben algo”, cuenta Marta. Además, dice que los controles son muy arbitrarios y que un mismo producto se lo aceptan a una organización y a otra no, “sin ninguna razón aparente”. Por ejemplo, “artículos de apoyo psicosocial para niños, como plastilina, nos los han rechazado tres veces”. 

Marta explica que Naciones Unidas coordina la logística y sirve de enlace entre los israelíes y el resto de entidades humanitarias. Después, la ayuda se organiza en cuatro sectores: comida; agua y saneamiento (todo lo relacionado con la higiene); albergues (tiendas de campaña y material necesario para refugiar a quienes han perdido su hogar); y apoyo psicosocial. 

“Nos hemos dado cuenta de que nuestro sistema internacional está roto y que un país que se dice democrático puede hacer este tipo de actos ante los ojos de todos los gobiernos”

Desde julio de 2024 hasta enero de 2025, Israel permitió un flujo constante, aunque escaso, de ayuda humanitaria, con excepción del mes de octubre. “Hay fiestas judías ese mes y cerraron muchos días, por lo que en noviembre faltaban muchísimos alimentos”. Marta también percibe arbitrariedad a la hora de abrir y cerrar los pasos fronterizos a la ayuda humanitaria: “Están constantemente con la actitud de que te están haciendo un favor”. 

El alto al fuego a principios de año supuso un alivio y muchos camiones pudieron introducir material humanitario durante ese periodo. “Fue muy bonito ver cómo la gente estaba intentando rehacer su vida en medio de la destrucción”, recuerda Marta. Pero Israel reanudó el bloqueo el 2 de marzo para presionar a Hamás y, dos semanas después, “se rompió el alto al fuego de una manera brutal. A las dos de la mañana oímos como veinte bombas alrededor de nosotros. Dijeron que estaban buscando a cuatro personas, pero hubo más de 400 muertos esa noche”. 

“El sistema internacional está roto”

El pasado 17 de julio, la única iglesia católica de la Franja fue atacada por el ejército israelí. Tres personas murieron y nueve resultaron heridas, incluido el párroco, el padre Gabriel Romanelli, a quien el papa Francisco llamaba todos los días para interesarse por la comunidad refugiada en el recinto parroquial. Menos de 24 horas después, el Patriarca latino de Jerusalén, el cardenal Pierbattista Pizzaballa, y el Patriarca ortodoxo griego, Teófilo III –arropados en la distancia por el papa León XIV– llegaron en visita oficial a Gaza para mostrar su apoyo y cercanía a los afectados.

La amplia cobertura mediática de este hecho sirvió para volver a poner el foco en los abusos y crímenes de guerra cometidos por Israel. “Parece que no hay ninguna regla”, lamenta Marta. Los edificios en los que vive el personal humanitario o la iglesia, explica, son lugares identificados que “Israel acuerda que no va a atacar”. Sin embargo, en este último periodo, “atacaron [la sede de] UNOPS (Oficina de Servicios para Proyectos de las Naciones Unidas), donde murió un cooperante y cinco resultaron heridos; la Cruz Roja, y ahora la iglesia”. 

“Las áreas donde no hay órdenes de evacuación son muy pequeñas, están llenas de tiendas de campaña; ya no cabe nadie”

La guerra en Gaza está demostrando la impotencia de la comunidad internacional y de sus organismos para poner fin a abusos y posibles crímenes de guerra. El bombardeo del primer hospital, al comienzo de la guerra, fue un gran escándalo. Sin embargo, Israel vio que “el mundo podía condenarlo por redes sociales, pero realmente no pasaba nada. Esto es muy peligroso –advierte Marta–. Nos hemos dado cuenta de que nuestro sistema internacional está roto y que un país que se dice democrático puede hacer este tipo de actos ante los ojos de todos los gobiernos, y que se condenen en cierta medida, pero no lo suficiente para que los dejen de hacer”. 

En esta línea, Marta también comenta que el ejército israelí ha demostrado repetidamente que, gracias a sus sistemas de inteligencia, puede matar a quien se proponga con bombas dirigidas específicamente a un refugio o vivienda. Por el contrario, la sensación en Gaza es que “están mandando bombas para hacer el mayor daño posible; no es una guerra con la intención de que el daño colateral sea menor”. 

Evacuaciones, demoliciones y la controvertida GHF

“Cada vez hay más órdenes de evacuación”, constata Marta, y, si anteriormente te concedían 24 horas para evacuar antes de bombardear una zona, “el otro día nos dieron sólo 4-5 horas y evacuamos en una”. Además, explica que ahora las restricciones son “acumulativas”: no se puede volver después de los ataques al mismo lugar, por lo que el espacio en el que estar a salvo de los bombardeos se ha reducido considerablemente. “Las áreas donde no hay órdenes de evacuación son muy pequeñas, están llenas de tiendas de campaña; ya no cabe nadie”. Esta situación provoca que mucha gente decida quedarse, asumiendo el riesgo de las bombas, “porque no tienen a dónde irse”.  

Deterioro de los edificios en la Ciudad de Gaza | Foto: cortesía de la entrevistada.

El paisaje de edificios destruidos es habitual en Gaza. Muchos de los que se mantienen en pie están muy deteriorados, otros han quedado reducidos a escombros. En este contexto, la BBC ha documentado vía satélite cómo el ejército israelí está realizando demoliciones de áreas enteras desde el mes de marzo: edificios públicos y residenciales, vacíos debido a las evacuaciones, que son reducidos a polvo. Marta confirma que se escuchan las detonaciones y que son sonidos que no había escuchado antes, acostumbrada a distinguir una bomba de un tanque o de un dron. Si el objetivo es la anexión de esos territorios o la creación de zonas de seguridad, se le escapa. 

Otro tema controvertido ha sido el del reparto de ayuda humanitaria coordinado por la Gaza Humanitarian Foundation (GHF), una organización de origen americano respaldada por el gobierno israelí que empezó a operar en la Franja el pasado mayo. Desde entonces, más de 800 personas han muerto por disparos de soldados israelíes cuando intentaban conseguir la comida que repartían. Marta explica que la GHF es una organización con bases militares, por lo que ninguna organización humanitaria ha querido colaborar con ellos: “El primer principio humanitario es no usar guardias armados y también distribuir la ayuda en condiciones que dignifiquen a la persona”. 

Antes de Gaza, Marta ha tenido experiencia en distintos conflictos en África, Latinoamérica y Oriente Medio. Sin embargo, reconoce que Gaza está siendo el destino más duro: el espacio es muy pequeño, las zonas seguras cada vez más reducidas y, “a diferencia de otras guerras, la gente no puede salir; es una prisión”. Más doloroso todavía, en su opinión, es el hecho de que no se trata de un efecto colateral del conflicto, sino que es una situación buscada por Israel. 

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