Gabriel Romanelli, párroco de la Franja: “La gente está extenuada sobre el calvario de Gaza”

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El padre Romanelli visita a una parroquiana gazatí que recibe tratamiento médico en Haifa. (Foto: cortesía del padre Romanelli)

Cuando el avión inicia su descenso hacia Tel Aviv, se ven los magníficos y modernos edificios de la ciudad y sus parques verdes. A poco más de 70 kilómetros al sur, sin embargo, la vista de pájaro revelaría un paisaje muy diferente: escombros, tierra y polvo gris sobre la Franja de Gaza.

En el aeropuerto de Ben Gurion todo se desarrolla con normalidad, pero en el amplio pasillo que conduce al control de pasaportes los rostros de los rehenes capturados por Hamás se suceden, uno tras otro, recordando a aquellos ausentes desde el comienzo de la guerra. Una frase se repite en cada cartel: “¡Traedla (traedlo) a casa ya!” Son personas a las que se les acaba el tiempo y cuyas familias asisten impotentes al paso de los días, mientras la instrumentación política que se hace de ellos está dividiendo a la sociedad israelí.

Las calles y el transporte público están a rebosar. Si no fuera por la omnipresencia de las fotos de los rehenes, uno podría olvidarse de la guerra. Hay que acercarse a la Ciudad Antigua de Jerusalén o cruzar el checkpoint hacia Belén para descubrir que la ausencia de peregrinos ha dejado prácticamente desiertos los lugares santos y sin trabajo a quienes viven del turismo y que acababan de remontar tras los años de la pandemia. “Esto no es la Tierra Santa, es la tierra del demonio”, sentencia el dueño de una tienda cercana a la basílica de la Natividad.

Las celebraciones del mes de Ramadán, así como la Semana Santa, han transcurrido de forma discreta, pues tanto cristianos como musulmanes quieren mostrar solidaridad con el resto de los palestinos que sufren la guerra en Gaza. Es precisamente tras la liturgia del Viernes Santo en la iglesia del Santo Sepulcro cuando conversamos con el padre Gabriel Romanelli, párroco de Gaza, en la sede del Patriarcado latino de Jerusalén. De origen argentino, este sacerdote lleva casi treinta años en Oriente Medio.  El estallido de la guerra le sorprendió fuera de Gaza y, hasta el día de hoy, las autoridades israelíes no le han dado permiso para volver a su parroquia.

La parroquia de Gaza pasó de ser “un oasis de paz” a convertirse en campo de refugiados y hospital

Desde Jerusalén, se mantiene en contacto constante con su vice-párroco, el padre Youssef Assad. “La comunidad cristiana está sobre el Calvario, como particularmente todos los habitantes de la Franja. También tienen su calvario los rehenes y los prisioneros, ciertamente”. Sin embargo, enfatiza que “es la gran parte de la población de Gaza, que son civiles, los que se están llevando lo peor, porque están muriendo todos los días” debido a los bombardeos y la falta de recursos para curar a los heridos y enfermos. En medio de este sufrimiento –“¡dolor verdadero!”, exclama el padre Romanelli, “hasta el modo de expresar es un pálido reflejo de lo que están viviendo nuestros hermanos y hermanas allí”– la comunidad cristiana está “celebrando la Semana Santa del mejor de los modos”.

De oasis de paz a campo de refugiados

El complejo parroquial, el único en toda la ciudad de Gaza, está compuesto por la pequeña iglesia, la escuela (primaria y media), la casa de las hermanas de la madre Teresa, la de las hermanas del Verbo Encarnado, la de los padres de esta misma congregación (a la que pertenece el padre Romanelli), el jardín de infancia y el oratorio. “Son todas realidades cuyos nombres son más grandes que la realidad física”, aclara el sacerdote. Este pequeño espacio sirve de refugio actualmente a 550 personas, aunque ha llegado a albergar a 700 a lo largo de estos meses de guerra. La mayoría son cristianos, católicos y ortodoxos, “y los musulmanes que tenemos son los niños de las hermanas de la madre Teresa”. El ejército israelí tiroteó las placas solares y bombardeó los depósitos de agua que abastecen el complejo, pero entre el padre Youssef y “algunos jóvenes que son ingenieros o se la ingenian” han conseguido hacer funcionar un motor para sacar agua de una cisterna que abastece “a los que están en el complejo y a los cientos de vecinos musulmanes” del barrio de Zeitoun, donde se encuentra la parroquia.

El complejo parroquial de Gaza acoge actualmente a 550 refugiados. (Foto: cortesía del padre Romanelli)

“Siempre quisimos que [la parroquia] fuera un oasis de paz, y no es un modo de decir, para los cristianos –católicos, ortodoxos–, ya que no hay muchos lugares en los que puedan desarrollarse espiritual y socialmente; pero también para la comunidad musulmana, ya que, por ejemplo, muchísimos eligen enviar a sus hijos a las escuelas católicas. Pero de ese oasis pasó a ser un campo de refugiados y, después, un hospital”. En la parroquia se han hecho algunas operaciones menores debido a la destrucción de los hospitales, pero quienes requieren de intervenciones más serias, “necesitan ser evacuados”, porque la situación de los hospitales en Gaza es desesperada. Sin embargo, esto no siempre es posible, ya que para salir de la Franja (e incluso para moverse dentro de ella) hace falta estar incluido en las listas que manejan distintas autoridades en Gaza, Egipto o Israel, y enfrentarse a las inseguridades del camino. “La guerra también rompe el entramado social –explica Romanelli–, y así como los buenos se pueden tornar más buenos, muchas veces es ocasión para que los malos también se tornen más malos y se aprovechen”.

De los 1.017 cristianos que había en Gaza al comienzo del conflicto, han muerto, hasta la fecha, 32: 18 en un bombardeo israelí frente a la iglesia ortodoxa de San Porfirio; dos mujeres, madre e hija, asesinadas por francotiradores israelíes dentro del complejo parroquial donde estaban refugiadas –otras 7 personas también fueron heridas en ese ataque–; y 12 por falta de medicinas y de un quirófano elemental. Fue el caso de Hani, un padre de familia con cuatro hijos –la más pequeña nacida al comienzo de la guerra– que tuvo que trasladarse a Khan Younis, al sur, tras ser bombardeado el hospital de Al Shifa, donde recibía tratamiento de diálisis tres veces por semana. En Khan Younis, el hospital y la casa donde se refugiaba también fueron bombardeados. “Así que se quedó sin medicina, sin cura. Y entonces me escribió pidiendo que por favor le consiguiera a alguien que le diera permiso para volver al norte”. Sabía que iba a morir y quería ver antes a su mujer y a sus hijos. “Le denegaron el permiso para ir al norte y murió. Fue enterrado ahí. Quisieron recuperar el cuerpo. Nada”.

“No tienen fuerzas de decir basta”

El padre Romanelli enumera las víctimas del conflicto: 1.200 muertos israelíes en aquel terrible 7 de octubre; más de 32.000 en la parte palestina, además de unos 8.000 que se calcula que pueden estar debajo de los escombros. En total, 40.000 muertos, a los que hay que añadir 5.400 heridos israelíes, y más de 72.000 palestinos. “No sé el mundo a qué está esperando”. Un dolor especialmente agudo es el de los niños: 12.000 muertos y más de 1.000 mutilados. “¿Qué va ha hacer ese niño? Ese niño amputado es el joven amputado de mañana, el adulto amputado de pasado mañana. ¿Cómo va a vivir si no se le da ayuda? ¿Cómo va a sanar? La mano no se la va a devolver nadie, pero la herida del corazón se podría llegar a subsanar en parte. Pero cuanto más dure esta guerra, cuanta menos ayuda espiritual, moral, física y material llegue y se deje llegar, más difícil será la reconciliación, tanto para la sociedad israelí como para la sociedad palestina”.

“Casi no tienen fuerzas de decir basta. Lo único que dicen, cristianos y musulmanes, es ‘bendito sea Dios, nuestra fuerza está en Dios, Él es el que va a hacer justicia’”

Una gran parte de la población gazatí ya dependía de la ayuda humanitaria antes de la guerra. La situación ahora es desesperada: “La cuestión de la hambruna es una cosa real. Se necesita una ayuda ma-si-va –remarca Romanelli–. Es necesario un alto al fuego de manera inmediata”. Privados de todo, desesperados, los habitantes de la Franja viven con “la angustia de no saber hasta cuándo”. “Es necesario decir ese ¡basta!, que también el cardenal de Jerusalén lo ha dicho, el Papa lo ha dicho, lo decimos por la gente; pero hoy la gente está extenuada sobre el calvario de Gaza, casi no tienen fuerzas de decir basta. Lo único que dicen, cristianos y musulmanes, es ‘bendito sea Dios, nuestra fuerza está en Dios, Él es el que va a hacer justicia’”. La fe se convierte en el único agarradero posible, dejando testimonios realmente conmovedores.

La comunidad cristiana celebra el Domingo de Resurrección en la parroquia de Gaza (Foto: cortesía del padre Romanelli)

“A nosotros, cristianos de Occidente –explica Romanelli– nos cuesta entender a los cristianos de Oriente. Es muy difícil para nosotros entender la fe que tiene esta gente. Jamás se van a quejar de Dios, jamás le van a reprochar”. Aunque saben que Dios no quiere esta situación, “porque no puede amar el mal”, tienen fe en que, si lo permite, “algún misterioso bien debe de haber”. Es el caso de Razan, una joven cristiana ortodoxa que sobrevivió –herida y en estado de shock– al bombardeo de la iglesia de San Porfirio en el que fallecieron sus padres, una sobrina, y donde otros miembros de su familia fueron heridos. Refugiada en la parroquia católica, días después escribía una oración en la que decía:

Señor, Tú eres mi fuerza y ​​mi vida. Sin Ti, Señor, nada soy. Tú dijiste: “No tengas miedo, porque Yo estoy contigo”. Venceré el miedo, porque contigo, Señor, mi miedo se va y mi fe se fortalece. Te ruego, mi Señor, y te pido siempre que el mundo se oscurezca ante mi rostro y tu luz brille en mi camino. Cada vez que la desesperación toque a mi puerta, aumenta Tú la esperanza en mi corazón. Siempre que las dificultades de la vida me destruyan, sé Tú un bálsamo sanador. Siempre que el pecado me aleje de Ti, tráeme de regreso a Ti y permanece cerca de mí y que tu mano me guarde en todos los momentos de mi vida. Gloria y gracias a Ti por siempre. Amén.

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