Revolución “queer”

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Revolución “queer”

Elena Berd/Shutterstock

Una de las ideologías más influyentes hoy es la que sostiene que las diferencias sexuales son constructos sociales. Autores como la americana Judith Butler o el español Paul B. Preciado promueven en sus obras la sensibilidad queer y luchan contra el binarismo, reivindicando identidades y géneros volátiles.

¿Matrimonio homosexual? ¿Derecho a adoptar por parte de personas del mismo sexo? Todo ello son reclamaciones ya obsoletas. Lo que ahora rige en leyes y en los medios son los valores queer, que han convertido en causa de guerra todo lo que mantiene en pie al “régimen heteropatriarcal”.

En efecto, casarse o tener hijos, identificarse como hombre o mujer, con independencia del sexo biológico, supone acatar lo que Judith Butler, una de las principales promotoras del movimiento queer, llama la “matriz heterosexual”; implica, pues, seguir aherrojado a la última forma de servidumbre que nos subyuga: la genitalidad.

Siempre “elles”

Por esta razón se equivoca quien suponga frívolo o superficial emplear en un discurso “elles”, en lugar de un “ellos” más genérico. Jugar a los equívocos no constituye una simple estrategia política, ni una maniobra publicitaria. Detrás de la invención de pronombres, como detrás de toda la jerga encargada de denostar la cultura hetero, capitalista, colonialista y racista, hay una cosmovisión filosófica revolucionaria que está calando y transformando nuestro humus cultural.

Nietzsche decía aquello de que no terminaríamos de desprendernos de Dios hasta que destruyéramos la gramática. Parafraseando al pensador alemán, quienes abanderan lo queer saben que tampoco se puede combatir la diferencia sexual sin forzar el lenguaje, sin hacer que las distinciones sintácticas salten por los aires.

Lo queer es lo más parecido a una bomba colocada en los cimientos de la civilización occidental, porque convierte al poder y a la violencia en el único motor de la historia. Sí, es un movimiento explosivo –revolucionario– que apuesta por la “desustancialización” de la realidad.

La matriz heterosexual

Desustancializar quiere decir que no hay ni hombre ni mujer, ni varón ni hembra y que los genitales no tienen en sí ningún significado. Si creemos que son determinaciones sexuales es que estamos ya imbuidos de sesgos. Butler lo explica con claridad con su concepción del género como acto performativo: somos nuestros actos; nuestras prácticas sexuales –sean cuales sean– nos definen.

Judith Butler (foto: Carlos Sánchez Benayas)

Así como para la posmodernidad toda diferencia –la que se establece entre la verdad y la mentira, entre el bien y el mal y, en fin, entre la cordura y la locura– es el ejercicio de una forma sutil de violencia, lo mismo ocurre con la distinción sexual. Lo que Butler llama “matriz heterosexual” no es más que una ficción o artificio para sojuzgar un deseo exuberante, remiso a las fronteras y a las normas. Hay que luchar, sobre todo, contra la homogenización.

Para entenderlo mejor es útil reparar en el origen del término: queer tenía, en un principio, un sentido peyorativo; indicaba “lo raro” y se aplicaba al homosexual, al que se salía de la matriz. Teresa de Lauretis, renombrada feminista, se apropió del término y, desprendiéndolo de su sentido despectivo, lo empleó para hacer referencia a toda sexualidad que no se adaptara al canon tradicional. Se ha dicho que, para desactivar la violencia y reivindicar la peculiaridad, no hay nada más eficaz que apropiarse de los términos ofensivos.

Más allá del feminismo

Y aunque tanto la propia De Lauretis como Butler se consideran feministas, en realidad sus propuestas suponen un cuestionamiento de los postulados que defiende el feminismo. Junto con otras pensadoras próximas a lo queer –Monique Wittig, Adrienne Rich o Gayle Rubin–, desacreditan y reniegan de la diferencia entre hombre y mujer. Eso ha suscitado un importante debate en el seno del feminismo.

A quienes se han batido el cobre en la defensa de la mujer les parece una broma pesada afirmar que lo femenino no existe; que supone un encasillamiento poco compatible con la libertad del deseo, cuando llevan tantos años luchando por que se reconozca su singularidad y valores. Los defensores de lo queer han acusado a estas corrientes de transfobia y, de hecho, hay un enfrentamiento directo entre quienes piensan que mujer y hombre son constructos y los que defienden el feminismo clásico y desaprueban la moda trans.

Si Butler reafirma la posibilidad de las identidades nómadas, Preciado habla de “sujetos mutantes”

Por decirlo con toda claridad: el movimiento queer supone radicalizar la crítica que hacía el feminismo clásico a los roles de género. No solo afirma, como aquel, que lo masculino y femenino son invenciones socioculturales injustas o sesgadas; desde su punto de vista, también lo es el sexo. Butler es constructivista y sostiene que el binarismo es “un escenario constrictivo”, un reflejo del poder que diversos dispositivos ejercen sobre la corporalidad.

Identidades fluidas

Sería un error no comprender que la teoría queer se aleja de la ideología del género y del feminismo; de hecho, siguiendo sus razonamientos, el homosexual que se identifica con un sexo sería también siervo del régimen hetero –fascista, dice Butler–, porque admitiría una identidad sexual asentada en la discriminación de fondo.

“La unidad de género es el efecto –explica la autora de El género en disputa– de una práctica reguladora que procura hacer uniforme la identidad de género mediante una heterosexualidad obligatoria”. El paradigma debe ser siempre desafiar la matriz hetero, es decir, promover la indefinición; lo deseable es que el sujeto se rebele frente al binarismo, porque libre, a fin de cuentas, es quien no se deja determinar por los contornos de su anatomía.

No cabe forjar la identidad porque el yo humano es algo espontáneo, cambiante, ajeno a las clasificaciones y categorías. Para Butler, somos seres al albur de nuestros deseos, de nuestros sentimientos. La profesora de Berkeley, pues, acentúa la maleabilidad de lo humano y habla de “identidades nómadas”, difusas, que cancelan la biología y cualquier orden “fosilizado”.

La perversión como norma

En El género en disputa, Butler compara la identidad con el desempeño de un papel en el teatro, pero… un papel improvisado. Esta concepción, ciertamente, impide encasillar al ser humano, pero también impide que alcance una identidad coherente. Con independencia de la orientación sexual, no se puede alienar la identidad de la naturaleza, de lo que es cada uno, pues esta enajenación es el origen de muchas perturbaciones anímicas.

Además, en la concreción de la identidad, no es importante solo el deseo o el sentimiento subjetivo, sino también el reconocimiento de los otros y la manifestación “objetiva” de nuestro yo, como puso de manifiesto Robert Spaemann. La teoría queer olvida que nuestra identidad se forja en un intercambio entre lo subjetivo y lo objetivo, y que precisamente la exterioridad y la concreción objetiva del yo nos salvan de los equívocos. Lo queer olvida todo esto.

Ahora bien, siguiendo a Butler, ¿dónde arraiga, en última instancia, el yo? La fuente última es la libido que, como indicaba Lacan, no solo es inadaptada e inadaptable, sino siempre “pervertida”.

Sabemos que, con su voluntad de dinamitar todas las jerarquías, Foucault exploró el potencial emancipatorio de los excluidos, como, por ejemplo, los locos. Lo mismo hace Butler y el movimiento queer con quienes, dejándose guiar por una voluptuosidad desgajada de la razón, se rebelan contra las prácticas sexuales estereotipadas. Así, no solo se legitima el desenfreno, sino que se reivindica como forma de libertad. Bajo este enfoque, no cabe interpretar ni el sadomasoquismo ni prácticas análogas como depravaciones. La perversión ha de ser la norma.

Desestabilizar la sexualidad

A este respecto es interesante, por ejemplo, el debate sobre la pornografía; a diferencia de feministas como Catharine MacKinnon, que piensan que el porno cosifica a la mujer, Butler cree que censurarlo supone no solo dar pábulo al poder, sino también reprobar formas de deseo desde la atalaya de la heteronormatividad. Por eso, al igual que otras pensadoras, ha defendido una pornografía alternativa, viendo en ella una práctica recomendable para transformar la visión corriente de la sexualidad.

Lo que alaba quien se inscribe en lo queer es toda desestabilización de las jerarquías, de lo considerado normal, de lo que obstaculiza la proliferación o difusión de las cosificaciones de género. Se propone de ese modo la subversión de las reglas binarias y excluyentes propias la cultura heterosexual. ¡Abajo los criterios!, es su lema.

Para Deborah Cameron, profesora de la Universidad de Oxford, la agenda política queer “consiste en confundir la polarización binaria de género a través de la incorporación deliberada de la ambigüedad”.

De hecho, esa indiferenciación sexual es algo que se empeñan en exteriorizar, hasta el punto de que no podemos acertar en muchos casos si los representantes del movimiento son hombres o mujeres; en su imagen quedan neutralizadas las diferencias. Son, en sentido preciso, “elles”, yoes ambiguos, indiferenciados.

Mayor polarización

Uno de los principales problemas es el de la comunicación de la disidencia queer. Su empeño por escapar de “las trampas del lenguaje” les ha llevado a elaborar una jerigonza intraducible. La radicalización queer es tan exagerada que uno se pregunta si sus actos emancipatorios se entienden y, en el caso de no hacerlo, si esa falta de comprensión no reduce, al fin y al cabo, su potencial crítico.

Lo que sí comparte la ideología de género con el movimiento queer –en general, con toda la posmodernidad– es el interés por politizar todas las dimensiones de la existencia.

Cuando se afirma que “lo personal es político” se quiere decir que todo –desde el atuendo hasta el deseo sexual– expresa y sirve para defender o cuestionar una ideología. No cabe duda de que esta forma de pensar ha contribuido a exacerbar el clima social y ha terminado por aumentar el radicalismo y la polarización.

Manifiesto contrasexual

Muy cercano a Judith Butler está Paul B. Preciado, uno de los pensadores españoles más influyentes del momento, y, junto a ella, principal ideólogo de la corriente queer. Preciado, transexual, publicó en 2002 una suerte de hoja de ruta del movimiento: El manifiesto contrasexual, un texto en el que se evidencia a la perfección la envergadura revolucionaria de lo queer.

El título refleja ya esa superación de la sexualidad que implica abdicar de la distinción entre hombre y mujer. “La contrasexualidad –afirma Preciado– apunta a sustituir este contrato social que denominamos Naturaleza por el contrato contrasexual. En su marco, los cuerpos se reconocen a sí mismos no como hombres o mujeres sino como cuerpos hablantes, y reconocen a los otros como cuerpos hablantes. Se atribuyen a sí mismos la posibilidad de acceder a todas las prácticas significantes, así como a todas las posiciones de enunciación, en cuanto sujetos, que la historia ha determinado como masculinas, femeninas o perversas”.

Si Butler reafirma la posibilidad de las identidades nómadas, Preciado habla de “sujetos mutantes”, defendiendo la existencia de un derecho humano a vivir fuera de las prescripciones heteropatriarcales.

Régimen totalitario

Preciado resulta mucho más crítico que Butler y, a diferencia de esta última, ha mostrado un mayor interés en universalizar la lucha queer. Por ello, ha vinculado el régimen heteropatriarcal con el capitalismo y el racismo. En este sentido, identifica un sistema totalitario: el sistema “petro-sexo-racial”.

Lo queer y lo woke pretenden desentrañar las desigualdades más profundas y consideran la civilización occidental como principal culpable de la violencia sistémica

Para desterrarlo, cree que es necesario primero revelar sus principales costuras. Para él, se trata de un régimen que nace con la modernidad y que se sustenta sobre tecnologías de poder y representación expandidas como consecuencia del “capitalismo colonial y de las epistemologías raciales”.

Como Butler, Preciado considera que el capitalismo tiende a perpetuarse convirtiendo en aliado todo movimiento crítico. A su juicio, ni siquiera el identitarismo ha escapado de los tentáculos del sistema. “Lejos de haber desmantelado los regímenes de opresión racial o de género, las políticas de identidad han acabado por renaturalizar e incluso intensificar las diferencias”.

Derecho a desidentificarse

Es en este punto donde el discurso queer “intersecciona” con lo woke. En origen son distintos, pues mientras lo woke nace en el contexto de las discriminaciones raciales, lo queer se arroga la representación de las víctimas de la injusticia sexual. Ahora bien, ambas corrientes tienen como objetivo desentrañar las desigualdades más profundas y las dos consideran a la civilización occidental –judeocristiana– como principal culpable de la violencia sistémica.

Para Preciado, tanto la proliferación de las luchas –el MeToo, la cultura de la cancelación, lo woke– como la crisis del coronavirus suponen un punto y aparte, el inicio de una auténtica revolución: la que reclama la no existencia de la identidad; la que protege el derecho de todos los “elles”.

En su último libro, Dysphoria mundi (Anagrama, 2023), libro de género –justamente– inidentificable, que reúne autobiografía, retazos poéticos, manifiestos y un estilo ensayístico, exige que se proteja, por ejemplo, el derecho de los cuerpos a no ser asignados a ningún género y, por tanto, “a ser lesbiana, a ser trabajadora sexual si así se decide, a ser madre puta o madre lesbiana, el derecho a no identificarse como mujer, a ser trans, a ser padre o madre trans, el derecho a definirse como una persona de género no binario, el derecho universal e inalienable a desidentificarse”.

Butler y la vulnerabilidad

Entre Preciado y Butler hay una diferencia fundamental. El primero ha convertido el pensamiento queer en el único asunto de su investigación, mientras que Butler ha buscado otras áreas de profundización y sería injusto enjuiciarla solo como promotora del movimiento postidentitario.

Así, en su análisis de la corporalidad, hay aspectos de Butler que merecen destacarse, como por ejemplo su atención a la vulnerabilidad, al ser doliente, y la defensa de la no violencia como paradigma de la lucha política. También ha insistido en la necesidad de conformar comunidades y, en coherencia con ello, la importancia de la acción colectiva.

Naturaleza y cultura

Se esté o no de acuerdo con el pensamiento queer, lo cierto es que será una ideología de gran influencia en el futuro próximo. Sus propuestas dejan obsoletas muchas luchas y muchos enfrentamientos y exigen repensar la naturaleza humana. Se puede situar el debate en lo concreto –como, por ejemplo, el aborto, las operaciones de cambio de sexo, la dualidad entre hombre y mujer–, pero, en realidad, lo queer ha socavado bases más hondas que tienen que ver con nuestra peculiaridad como seres humanos.

Paul B. Preciado (foto: Elena Ternovaja)

El corte entre lo natural y lo cultural, entre el sexo y el género, entre lo necesario y lo libre, no opera de una forma tan marcada desde el punto de vista antropológico. Si así fuera, andaríamos enajenados. Lo humano es, precisamente, conciliar ambas esferas, sin dinamitarlas. Pero hay que dejar claro, también, que las realidades ontológicas no dan carta blanca ni para la discriminación, ni para la violencia.

Aun cuando hay una constante –la de suponer que la identidad cambia y que el sexo y el género son irreales, construcciones de poder–, en el seno de lo queer no hay tanta uniformidad como se supone.

Críticas a lo “queer”

La ideología queer ha sido blanco de muchas críticas. Se ha acusado a quienes se sitúan en su estela de antibiologicismo, por su negativa a reconocer lo que es palmario: la diferencia sexual. Por otro lado, también se ha indicado que incurren en un marcado reduccionismo. Freud apuntó al inconsciente como clave de lo humano, pero pensar que el placer sexual es el único motor de la acción humana es indudablemente ingenuo y parcial.

¿Y qué decir del sexo? ¿Acaso es solo deseo, expresión de un yo subjetivo? La complementariedad enriquece la comprensión de la sexualidad como una forma –muy especial– de comunicación. Ver al sujeto como un mero ser deseante puede acentuar el narcisismo y promover conductas irrespetuosas entre hombre y mujeres.

Desde trincheras próximas, progresistas, se ha apuntado dos objeciones. En primer lugar, que el hablar tanto de la indiferencia sexual deja de lado la injusticia material y la batalla contra la precariedad existencial propia de la izquierda. Elisabeth Duval, la niña prodigio de la corriente trans en España, sostiene que con el discurso queer no se puede armar una auténtica alternativa política.

¿Acaso no es elitista preocuparse por la expresión sexual cuando hay mujeres y hombres con necesidades más perentorias sin satisfacer?

Con todo, quizá lo más preocupante sea el horizonte al que apunta la crítica de toda suerte de heteronormatividad: a complejos sociales anómicos, en los que no quepa ni la distinción más básica entre lo que es de sentido común y lo que es fruto del absurdo. ¿Estaríamos dispuestos a vivir sin ningún tipo de criterios, sin ninguna norma, sin ningún norte? ¿No sería eso el reinado de la más completa indiferencia y ambigüedad?

7 Comentarios

  1. Muy buen artículo. Felicitaciones José María. Creo que la ideología queer es la consecuencia lógica de la definición del género como «mera» construcción social-cultural de dominación con fines de poder. Si no se distingue lo natural y lo cultural, negando lo primero como artificio de «disciplinamiento», se cae en la negación de toda «estabilidad identitaria» como «efecto discursivo del poder». En el fondo, es negar la objetividad, la realidad, dentro de la cual se encuentra la diferenciación y complementariedad sexual.

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