En el año 10 d.C., las legiones romanas intentan asegurar la frontera del Rin, tras la cruenta batalla del bosque de Teutoburgo un año antes: así comienza la segunda temporada de Bárbaros. La primera (2020) supuso un gran éxito internacional de audiencia; en Estados Unidos fue la serie de Netflix de lengua no inglesa más vista del año.
Los creadores de Bárbaros –Andreas Heckmann, Arne Nolting y Jan Martin Scharf– cuentan con experiencia en series de televisión; los dos últimos, por ejemplo, son los guionistas de la versión alemana de la serie española Pulseras rojas. Entre los directores destaca el irlandés Steve Saint Leger (Vikingos) y el veterano Stefan Ruzowitzky, ganador del Oscar a la mejor película extranjera por Los falsificadores (2007). Ruzowitzky deja su impronta con su capacidad narrativa y sobre todo en la planificación.
Los actores jóvenes no solo destacan en las numerosas escenas de acción, sino que consiguen exteriorizar los conflictos de cada uno de los personajes, muy bien secundados por una serie de actores muy conocidos en Alemania. La historia combina un tiempo pretérito de cierto exotismo con unas relaciones humanas que constituyen la base emocional para el espectador.
Técnicamente, la serie muestras trepidantes escenas de batallas, con un ritmo muy logrado, de extraordinaria fotografía y coreografía, si bien la violencia explícita probablemente aleje a algunos espectadores. También el plurilingüismo contribuye a la autenticidad de Bárbaros, heredando la costumbre de Mel Gibson (La Pasión de Cristo, Apocalypto) de que cada personaje hable en su idioma original.
La serie adolece de un cierto maniqueísmo que no logra superar. Mientras que los personajes germanos son tratados con una amplia variedad de matices, la imagen de los romanos es bastante esquemática.