No es la primera vez que la democracia liberal se halla en crisis. Ya en los años sesenta y setenta, los sistemas políticos tuvieron que afrontar demandas de mayor participación. A las objeciones sobre la distancia que existe entre gobernantes y gobernados, se añade hoy la supuesta incapacidad de la política democrática para solventar las disfuncionalidades económicas, como explica Reconstructing Democracy, el último libro de Charles Taylor.
Al filósofo le preocupan especialmente las secuelas de la globalización en muchas partes de América y Europa, que, a consecuencia de la deslocalización industrial, arrastran ahora elevadas tasas de desempleo y poco sentido de pertenencia.
Es el nivel local donde se muestra con mayor crudeza la desafección política y donde ha arraigado más la semilla del populismo. También los jóvenes sienten desconfianza hacia las élites que ocupan el poder y pueden, ante la falta de salidas, sucumbir fácilmente a tentaciones autoritarias. Junto a todo ello, hay que tener en cuenta que los asuntos que se han de gestionar tienen cada vez mayor envergadura: sostenibilidad, nuevas desigualdades, etc.
Desde abajo

Pero no se puede atajar la recesión democrática desde arriba: no son suficientes ni las recetas programáticas, ni los proyectos impuestos desde las atalayas institucionales. Sería como volver a la periclitada fórmula de un “gobierno para el pueblo, pero sin el pueblo”, una suerte de “despotismo ilustrado” para sociedades posmodernas. La democracia, explica en este libro que ha escrito el pensador canadiense junto con Patrizia Nanz y Madeleine Beaubien Taylor, solo se puede construir comunitariamente, en el día a día.
Lo que urge es restablecer la solidaridad entre los ciudadanos y regenerar el capital humano y cultural, sin el que la democracia se convierte en una oligarquía profesionalizada. Porque la política no consiste en la gestión de intereses privados, sino, ante todo, en la aclaración de bienes y metas comunes.
El equívoco acerca de la finalidad de la vida colectiva es lo que ha postergado en la agenda pública los auténticos intereses de los ciudadanos, dando prioridad a decisiones o problemas que no les interpelan. Frente a ello, Taylor sostiene que hay que apostar por el entramado cívico que antecede y da sentido a la política institucional, fomentado cauces de participación ciudadana que alineen las metas y motivaciones de las comunidades con las de los políticos profesionales.
Consultas cívicas
En Reconstructing Democracy se incluyen algunos ejemplos de esa política comunitaria que puede ayudar a implicar a todos los ciudadanos en la gestión de los asuntos públicos. Movimientos de consulta, círculos cívicos, grupos de discusión, encuentros solidarios que, desde Canadá a Austria, y en su mayor parte inspirados por la ciudadanía, muestran que hay modos alternativos de entender el ejercicio del poder.
Sin solidaridad entre los ciudadanos y sin capital humano y cultural, la democracia se convierte en una oligarquía profesionalizada
Lawrence, un centro industrial importante de Massachusetts, ha visto cómo, a medida que la ciudad perdía relevancia económica, sus ciudadanos ponían en marcha una red para gestionar algunos servicios comunitarios y celebran reuniones periódicas con el fin de comprometer a los habitantes en la solución de los problemas colectivos. Uno de los proyectos, por ejemplo, ha sido la publicación de una guía en la que se aclara el presupuesto de la ciudad, los modos de financiación y las diversas partidas de gastos.
En Bregenz (Austria), el ayuntamiento creó hace unos años un consejo de ciudadanos para discutir sobre un plan urbanístico que, finalmente, modificó el diseñado por los expertos. Algo similar ocurrió en Columbia Británica, una provincia canadiense, donde un grupo de 161 ciudadanos seleccionados al azar discutieron sobre las deficiencias del sistema electoral, proponiendo un cambio. Aunque finalmente no se aprobó, tras fracasar la propuesta en un referéndum, sirvió al menos para dar voz a quienes son los auténticos protagonistas de la política.
Una nueva esfera pública
El éxito de estas iniciativas es desigual y su alcance, limitado, porque constituyen movimientos cívicos de naturaleza exclusivamente consultiva. No vinculan a las autoridades y además su naturaleza democrática no asegura siempre el acierto. Pero sería un error suponer que solo se trata de canalizar la participación ciudadana. Si eso fuera así, bastaría con convocar, con mayor asiduidad, referendos o plebiscitos. Lo relevante es la capacidad de todas esas iniciativas para engendrar una nueva esfera política, es decir, “grupos de ciudadanos informados y comprometidos” con el bien colectivo de sus comunidades.
“Para que la política funcione tiene que existir una continua interacción entre las instituciones democráticas y las metas y exigencias de los ciudadanos”, y eso solo puede lograrse si se comienza a entender la política como un asunto local o regional, ya que en ese nivel es más fácil reconectar las preocupaciones de la comunidad con las instituciones. Lo ha mostrado la crisis del Covid, en la que la gestión de los alcaldes está siendo en general mejor valorada que la de la mayoría de los gobiernos centrales.
Pero ¿no tiene riesgos esa forma de entender la vida democrática? Algunos expertos, como Daniel Innerarity, han alertado de los peligros que comporta sustituir los mecanismos representativos por formas de democracia directa que pueden perjudicar el consenso racional. Taylor lo sabe y, más que proponer una concepción alternativa, lo que busca es restablecer el protagonismo cívico para devolver de nuevo su prestigio a la política.