Cuando firma un autógrafo dibuja el ala de un ángel, un motivo que ha convertido en el logo de su productora, Road Movies. La trayectoria de Wim Wenders le muestra siempre interesado por la dimensión trascendente del ser humano. Acaba de estrenar Tierra de abundancia, una hermosa película sobre el poder redentor de un amor que nace del trato con Dios, en tiempos de miedo y turbación.
Desde hace años vive en Los Ángeles. Ernst Wilhelm Wenders nació en Düsseldorf el 14 de agosto de 1945. De familia católica, pierde la fe a los doce años; crece en una época y un ambiente impregnados de existencialismo, y llega a la universidad en tiempos de revolución estudiantil y de droga. En Düsseldorf estudió durante dos años medicina y filosofía, pero sus intereses eran principalmente artísticos: música y pintura.
En 1966 se traslada a París, donde acude diariamente a la «Cinemathèque» y decide dedicarse al cine. En 1967, de vuelta a Alemania, tras no ser admitido en el IDHEC francés, ingresa en la Escuela Superior de cine de Múnich. Durante tres años estudiará, escribirá crítica de cine y textos sobre música rock. También realizará seis notables cortometrajes en los que se encuentra el embrión de su obra: cámara fija, planos largos, la ciudad protagonista, paisajes, ausencia de personajes, de trama, de historia, música rock. Su práctica de fin de carrera «Summer in the City» (1970) será su primer largometraje.
Wenders ha ganado la Palma de Oro en Cannes, el León de Oro en Venecia, el premio del jurado en Berlín, un BAFTA británico al mejor director, el premio al Mejor Director Europeo y muchos otros. Se le considera de manera unánime uno de los directores que han revolucionado el lenguaje cinematográfico. Desde 1991 es director de la Academia de Cine Europeo. Desde 1993 está casado con Donata, una fotógrafa alemana, 20 años más joven. Es su sexto matrimonio. No ha podido tener hijos.
Ha realizado más de cuarenta películas y publicado una decena de libros. En el último festival de Venecia, Tierra de abundancia recibió el premio Robert Bresson que concede el Consejo Pontificio para las Comunicaciones Sociales. Su presidente, el arzobispo John P. Foley, al entregar el premio a Wenders destacó su capacidad para tocar el corazón de la gente con un cine en el que «encontramos muchos momentos meditativos de alta espiritualidad sobre el sentido de la vida, sobre el mal, sobre la muerte y sobre el más allá».
Viajero y explorador del alma humana
Desde el principio, Wenders descubre que no hay nada más interesante que las personas ni mayor aventura que la vida cotidiana. Con una extrema economía de medios narra historias mínimas, anécdotas que apenas tienen entidad, pero logra entrar en el alma de sus personajes.
En El miedo del portero ante el penalti, Joseph, portero de fútbol, estrangula a una mujer sin motivo alguno y huye sin prisas hacia la frontera, sin atreverse a cruzarla. La historia no es un thriller, sino un viaje hacia la nada, lleno de ausencias y de búsquedas de sentido. En las tres road movies que rueda a continuación Wenders adquiere soltura.
En Alicia en las ciudades desarrolla el tema de la amistad a través del viaje: un artista en crisis se ve obligado a cargar con una niña de nueve años, Alicia, de Nueva York a casa de su abuela, en algún lugar de Europa. El viaje va de Nueva York a Amsterdam y prosigue por las ciudades del Ruhr. Los paisajes, las ciudades, el descubrimiento de sí mismo y del otro son un poema visual.
Wenders comienza a dominar la técnica, afina el lenguaje que necesita para contar sus historias. Falso movimiento es una película casi metafísica, en torno al viaje que realiza un escritor en busca de su propia identidad de norte a sur de Alemania, encontrando a su paso diversos personajes a quienes une la soledad y la imposibilidad para relacionarse.
En el curso del tiempo, última película de esta trilogía, Bruno, un proyeccionista itinerante, de camino a Alemania Oriental recoge a Robert, un joven deprimido por su reciente divorcio que ha estado a punto de suicidarse. Se muestran unos días de su itinerario, un viaje en el que se inicia una amistad, un viaje en el que no sucede nada y hay largos silencios, un viaje hecho de los detalles de la vida cotidiana de cada uno de los dos protagonistas, y de los lugares por donde pasan: carreteras, paisajes, las ciudades y los cines que visita Bruno por la frontera.
Estas cuatro películas tienen guión del escritor modernista austriaco Peter Handke, que más adelante escribirá El cielo sobre Berlín.
Europa-América
En 1975, Wenders ha cumplido los 30 y ya tiene fama internacional. Sus películas son premiadas en los más prestigiosos festivales. El amigo americano (1977), que parte de una novela de la serie Ripley, de Patricia Highsmith, trata la relación entre Europa y América, definida por la conexión entre Jonathan (Bruno Ganz), un artesano de Hamburgo que acepta cometer un asesinato que le servirá para asegurar económicamente a su familia tras su muerte segura, y Tom Ripley, un sofisticado norteamericano, encarnado por Dennis Hooper (con uniforme de palurdo de Tejas).
La extraña amistad de estos dos hombres se mezcla con paisajes urbanos y un continuo viajar. El mundo del arte, el cine y la pintura, vuelve a ocupar un lugar destacado: el trabajo de Ripley es la falsificación de cuadros -metalenguaje se diría hoy-, y sus cómplices son Nicholas Ray y Sam Fuller. La muerte, tercer protagonista de la historia, ronda a Bruno Ganz a lo largo de toda la película. El mismo título, El amigo americano, indica el propósito de esta historia, una manera de cuestionar la fascinación que él mismo ha sentido siempre por Estados Unidos, que se irá desvaneciendo en Hammett, El estado de las cosas (León de Oro en Venecia), y Paris, Texas (Palma de Oro en Cannes).
Claves temáticas
Las constantes temáticas del cine de Wenders son el hombre en busca de sentido vital, la falta de comunicación y el viaje como metáfora de la búsqueda. Las presencias de la mujer y de la muerte son enormemente significativas, mientras que el paisaje es siempre determinante en sus historias. En el trasfondo, de forma recurrente, están el arte, la música y la invasión de la imagen electrónica en la vida cotidiana.
Desde el punto de vista formal, Wenders prefiere la cámara fija y no tiene miedo a los silencios. Siempre cuida con esmero las bandas sonoras. En una ocasión se identificó con «el hombre de la cámara»; Wenders es un hombre que viaja y graba lo que ve para contarlo. Es interesante señalar que rueda casi tantos documentales como películas de ficción, y que sus filmes de ficción -con una excepción- no son sino reflexiones contemporáneas sobre el hombre y el mundo. «Sex and violence was never really my cup of tea; I was always more into sax and violins», ha declarado de manera jocosa este cineasta convencido de que la única manera de ser dueño y señor de tus películas en un mundo lleno de presiones es siendo tu propio productor. En este sentido, Wenders es un modelo de cómo hacer arte, venderlo y vivir de él.
De París a Berlín pasando por Texas
Paris, Texas y El cielo sobre Berlín son sus películas más galardonadas y también las mejor aceptadas por los espectadores. Paris, Texas tiene un guión del escritor y actor Sam Shepard, uno de los grandes del teatro norteamericano actual. La historia no es nueva: un hombre ama a una mujer, la pierde e intenta recuperarla. Wenders la cuenta con su estilo personal, sencillo, poderoso. La película comienza con unas bellas y desoladoras imágenes de un desierto castigado por el sol. Travis, el protagonista, lo cruza a pie, con paso cansado pero decidido. Su extraña mirada, el polvo que lo cubre y su indumentaria revelan lo incongruente de la situación. Travis tenía una mujer a la que adoraba, y un crío, y luego algo salió mal y lo perdió todo, y lleva años errante. La película es el perfecto «road movie», empieza con una búsqueda y un camino (el desierto), trata de los problemas de comunicación (Travis aparece mudo, más tarde hablará con su mujer en una cabina de un «peep show», de espaldas al cristal que los separa), de la búsqueda de uno mismo y de las grandes ausencias. La fotografía a cargo de Robby Muller es espléndida y sugiere que detrás de lo que contemplamos (el término «ver» no sirve en una película como ésta) siempre hay un gran horizonte.
El cielo sobre Berlín es una película imposible: no se puede rodar a finales del siglo XX una película en la que los protagonistas son ángeles, y menos cuando éstos son invisibles y apenas hablan; no se puede cambiar de localización y encuadre continuamente y sin transición, al modo de los ángeles, y seguir la historia; no se puede… tantas cosas, pero Wenders las hace, sintetizando todo lo que el lenguaje cinematográfico había logrado hasta la fecha para dar un paso más en la narrativa audiovisual. Para esta aventura volvió a recurrir a la pluma de Peter Handke para acometer una relectura de Berlín, sinfonía de una ciudad con ayuda de dos ángeles. Daimiel (Bruno Ganz) y Cassiel (Otto Sander) cuidan de los habitantes y son la memoria de la ciudad, pero no pueden intervenir directamente. Sólo los niños perciben su presencia. Un día Daimiel se enamora de una trapecista, renuncia a su condición, se vuelve hombre y «baja» a la tierra para ayudarla.
La narrativa de Wenders favorece la forma sobre el fondo. En El cielo sobre Berlín, durante buena parte de la película la noción de «continuidad narrativa» no tiene sentido. El mundo de los ángeles está fotografiado en blanco y negro, el de la trapecista en color, y se alternan. Las voces en «off»·de las mentes de los ángeles y de los hombres, llegan de todas partes, el sonido ambiental ha sido cuidadosamente filtrado. La planificación, las angulaciones y los desplazamientos de cámara forman un conjunto cuya cohesión son estos dos seres invisibles que, a pesar de todo, transmiten sus emociones y logran ver -y que veamos- hasta el fondo del alma de los seres que ellos miran con una amor y una piedad indecibles. Intuiciones, inventiva, sentido del ritmo y unos bellos textos de Handke se dan cita en una película única. Wenders dijo que El cielo sobre Berlín era un poema sobre esa ciudad que sólo pudo realizar tras vivir siete años en Norteamérica.
Tan lejos, tan cerca
En 1993 Wenders sorprende a propios y extraños al rodar ¡Tan lejos, tan cerca!, una secuela de El cielo sobre Berlín. Una vez más los ángeles pasean por la ciudad -tras la caída del Muro-, e intervienen en la vida de los hombres. Si la película puede resultar menos atractiva que la anterior se debe a tres factores: el tema ya no es novedoso, la película es más narrativa que la anterior y el guión es del propio Wenders y no de Handke. También es cierto que tiene una profunda significación religiosa. Wenders se había vuelto cristiano y declaraba que mientras que en «El cielo sobre Berlín» los ángeles eran una metáfora, un pretexto para variar los puntos de vista; en «¡Tan lejos, tan cerca!» son seres espirituales, mediadores entre Dios y los hombres.
Se diría que la búsqueda de Wenders no ha terminado, pero se percibe una intensa presencia de Dios y es como si el director se preguntase qué puede hacer con su cámara para ayudar. Sus películas se llenan de pobres y necesitados. En Lisboa Story, aprovechando un tenue hilo narrativo, muestra la belleza y la miseria y se pregunta por el sentido de rodar en la calle. En El final de la violencia, The Million Dollar Hotel y «Tierra de abundancia» los pobres se adueñan de la pantalla. Claramente la última película es la mejor de las tres y tiene un aire diferente, en parte porque el guión es más claro y en parte también porque el dominio técnico del director se utiliza en una dirección nítida y decidida y no busca dando palos de ciego.
Tierra de abundancia
La penúltima película de Wenders (la última, Don’t Come Knockin’, acude en mayo al Festival de Cannes) revela la madurez que ha alcanzado su arte y parece como un punto de partida para una nueva etapa creadora. «Tierra de abundancia» muestra unos rasgos de Estados Unidos poco habituales, detalles en los que sólo podía fijarse un observador veterano, que ama ese país pero sin identificarse con él. Wenders muestra el corazón del hambre de los Estados Unidos en pleno centro de Los Ángeles.
Y muestra dos caras de América, la de Paul, un veterano de Vietnam que después del 11-S vive en un continuo temor a un nuevo ataque terrorista; y la de su sobrina Lana, joven cristiana, hija de misioneros, profundamente idealista. Las dos caras forman parte de Estados Unidos. «El 11 de septiembre -declaró Wenders a propósito de la película- todo el mundo se sintió solidario con Estados Unidos. Dos años después la opinión pública mundial era tan antiamericana como antes, o incluso peor. La gestión del 11-S por los políticos norteamericanos ha sido penosa. Yo quiero que esta película manifieste la solidaridad con la mitad del país que no tiene la culpa de lo que hacen sus líderes. He dirigido esta película porque estoy furioso con el gobierno de mi país, que se considera abiertamente cristiano pero no se comporta como tal. En realidad, han secuestrado la religión tal y como yo la veo».
En cuanto a la génesis del filme, es una realización típica suya: aprovechó el retraso inesperado que sufrió la producción de Don’t Come Knockin’ para contar la tristeza y frustración que sentía. Lightning Over Water o Der Stand der Dinge tuvieron un origen similar. A película vista, resulta sencillamente asombroso que Wenders haya empleado solo 16 días de rodaje.
Fernando Gil-Delgado
Simplemente cristiano
Con motivo del estreno en España de Tierra de abundancia, Wenders pasó por Madrid. Estas son algunas de sus respuestas a las preguntas de Fernando Gil-Delgado y Jerónimo José Martín.
– En sus películas siempre hay viajes. Tengo la impresión de que esos viajes no son reales, son una metáfora, y no tienen un objetivo claro, representan una búsqueda existencial que se realiza mediante el propio viaje.
— En efecto, esa es la razón por la que hago cine.
— Y esa búsqueda ¿es la búsqueda de Dios?
— Sí.
— Lana, la protagonista de Tierra de abundancia es una mujer cristiana. ¿Tiene usted fe?
— Mi familia era católica y yo me crié en el catolicismo. Desde hace unos diez años no utilizo etiquetas, me declaro simplemente cristiano. El cristianismo es una religión que nos pide buscar la paz, creo que este es uno de los principios más importantes del cristianismo. Además está la solidaridad con los pobres y los necesitados: es el mensaje más repetido por Cristo.
— Usted lleva años reivindicando un cine contemplativo, espiritual, que tenga en cuenta lo religioso, también en su dimensión fundamental de la relación personal entre Dios y los hombres. ¿Cabría considerar la defensa de esa «mirada trascendente», de esa exaltación de la contemplación y del diálogo con Dios, como el principal legado cultural de Juan Pablo II?
— Es asombroso el vigor con que este Papa ha defendido sus creencias religiosas y sus convicciones morales incluso al final de su pontificado. Sorprende especialmente en estos tiempos de explosión tecnológica, en que los hombres pensamos que hemos hecho todo, que somos los inventores del mundo. Unos tiempos en los que ya no vemos a Dios como Creador ni a los hombres como criaturas. Hoy día es muy difícil defender o promover cualquier idea en favor de Dios como Creador, y el Papa lo ha hecho constantemente en un mundo cada vez más secularizado. Me ha impresionado especialmente la recta final de su vida, en la que mostró al mundo su debilidad, su sufrimiento, su muerte. Podría haberse retirado antes, pero prefirió seguir hasta el final. Pienso que dejarnos ser testigos de todo eso es lo más importante que hizo en su vida.
— Me parece que usted cursó estudios de Teología…
— Soy Doctor en Teología por la Universidad de Friburgo.
— ¿Cabe entonces considerarle el primer cineasta teólogo?
— No, yo no soy el primero; ha habido muchos antes que yo. En el cine hay una gran tradición de directores cuyas películas han explorado las cuestiones transcendentales. Ahí están Robert Bresson, Carl Theodor Dreyer, Ingmar Bergman, Andrei Tarkovski… De hecho, indagar en ese terreno religioso, del alma humana y de sus relaciones con Dios, es uno de los objetivos más grandes que puede alcanzar el cine o cualquier otro arte. Desde los años noventa, esto se está olvidando, y la mayoría se están dedicando a cosas accidentales y no a lo profundo del ser humano.