Hay quien denuncia la teoría de “la gran sustitución” como fuente inspiradora de los últimos actos de terrorismo de supremacistas blancos. Según estas ideas, la raza blanca estaría siendo remplazada en sus territorios tradicionales por una inmigración masiva que amenazaría la pervivencia de su cultura. Pero, más que una teoría, “la gran sustitución” puede ser un modo de describir un fenómeno demográfico, de proporciones por el momento más modestas de lo que parece.
“La gran sustitución” llegó a los titulares periodísticos a raíz del atentado contra dos mezquitas en Christchurch (Nueva Zelanda) el pasado 15 de marzo, y después con el cometido en el centro comercial de El Paso, el 3 de agosto, contra un público hispano (aunque en realidad hubo más víctimas estadounidenses que mexicanas). El autor de la primera matanza, Brenton Tarrant, publicó en Internet un texto titulado “La gran sustitución”, donde exponía su tesis de la cultura occidental asediada por la inmigración musulmana. Al terrorista de El Paso, Patrick Crusius, blanco de 21 años, se le atribuye un manifiesto publicado pocas horas antes del atentado, en el que declara que la comunidad hispana pasó a ser su objetivo tras leer el texto de Tarrant. Pero la personalidad y el nivel intelectual de los autores de los atentados no permiten pensar que sus motivaciones respondan a una ideología coherente.
Tarrant podrá ser considerado un supremacista blanco, pero en su texto declaraba que el país que más se acerca a sus “valores políticos y sociales” es China, que no parece ni muy blanco ni muy occidental. Crusius asegura que está “simplemente defendiendo a mi país de una sustitución cultural y étnica producida por una invasión”, pero también arremete contra el imperialismo militar, las grandes corporaciones, la automatización, la degradación ambiental… Según como se mire, puede inspirarse también en críticos anticapitalistas y en el activismo ecologista. Lo más probable es que ambos terroristas tuvieran en la cabeza un galimatías intelectual, que no da para una teoría, y que el caldo de cultivo de sus actos fuera la mera presencia de inmigrantes en sus comunidades.
La resistencia a la inmigración es mayor entre las capas sociales nacionales que sienten más la presencia y competencia de los foráneos
Puestos a buscar precedentes ideológicos donde pudieran haber bebido estas tóxicas ideas, se ha recordado al francés Renaud Camus, que acuñó el concepto en su libro La gran sustitución, publicado en 2012. Camus alertaba allí de una próxima sustitución de la población nativa europea por otra inmigrante. Pero él hablaba de este remplacement como quien describe un fenómeno en curso, no como una teoría. En declaraciones a los periodistas que acudieron a entrevistarle a raíz del atentado de El Paso, Camus declaraba: “Los autores de las masacres no hacen ninguna referencia a mí, ni siquiera conocen que existo y, probablemente, nada habrán leído de mis obras, con lo que no habrán recibido ninguna influencia. Si no fuese así, no cometerían asesinatos, porque es algo diametralmente opuesto a todo lo que yo recomiendo” (El País, 9-08-2019). De hecho, no es fácil encontrar los libros de Camus, y menos en el mercado inglés, donde solo se ha publicado en 2018 You Will Not Replace Us!, una versión resumida de sus tesis escrita por él en inglés. No es probable que estos supremacistas blancos se hayan topado con las ideas de Camus, un hombre sometido en Francia al ostracismo intelectual.
Los blancos contarán menos
Las teorías son discutibles, pero las tendencias demográficas son comprobables. Si nos fijamos en Europa, Norteamérica y Oceanía, que no agotan la población blanca, pero son los continentes hacia donde se dirige en buena parte la inmigración que preocupa, su número de habitantes va a menos como porcentaje de la población mundial. Según las estimaciones demográficas publicadas por la División de Población de la ONU, en 2017 Europa (10% de la población mundial), Norteamérica (5%) y Oceanía (1%), representaban en conjunto unos 1.200 millones (16% de la población mundial). Las previsiones para 2050 sugieren que Europa (7%), Norteamérica (4%) y Oceanía (1%) supondrán el 12% del total (unos 1.193 millones). Así que en el conjunto mundial, los continentes “blancos” podrían quedarse con una población estancada o en declive.
De los países hoy desarrollados con un volumen de población importante, el único donde seguiría creciendo la población sería EE.UU., que alcanzaría los 388 millones en 2050, pero con una composición étnica en la que contaría cada vez más la inmigración.
En cambio, la población crecería en Asia y en África, continentes que sumarían el 80% de la población mundial a mediados de siglo.
Según la ONU, para 2050 las poblaciones de muchos países europeos habrán disminuido. De aquí a 2050 se estima que las muertes superarán a los nacimientos en 63 millones, descenso que no se compensaría con la inmigración, que solo aportaría 31 millones. Pero los movimientos migratorios no son fácilmente predecibles.
Lo que es bastante probable es que haya trasvases de población de regiones con abundante población joven y en búsqueda de empleo hacia zonas de población envejecida y escasa natalidad que necesitan mano de obra. Si actualmente la tasa de fecundidad en Europa es de 1,6 hijos por mujer y en África de 4,4, no es extraño que haya una potente presión migratoria a través del Mediterráneo. Sin llegar a ese diferencial, también cabe esperar que los habitantes de Centroamérica, con una tasa de fecundidad de 2,23 y empleos muchas veces precarios, busquen atravesar la frontera con EE.UU., que vive una situación de pleno empleo y tiene una tasa de fecundidad de 1,75.
La aportación extranjera a la natalidad
Aun así, la conjetura de “la gran sustitución” tiene sus límites. Los demógrafos advierten que la inmigración no resolverá la crisis poblacional europea, aunque su aportación a la natalidad es importante.
En la UE, 2018 ha sido el segundo año consecutivo en el que ha habido más muertes que nacimientos. Y si la población total (513 millones) ha aumentado en un millón de habitantes, se debe a la inmigración. En la mitad de los países europeos, las madres inmigrantes contribuyen a aumentar la tasa de fecundidad. Pero en uno de cada cuatro, no son suficientes para modificarla.
En Francia, por ejemplo, el 12% de las mujeres en edad fértil son de origen inmigrante, y en 2017 aportaron el 19% de los nacimientos. Pero, según un reciente estudio (ver Aceprensa, 15-07-2019), en términos relativos, las inmigrantes solo añaden un 0,1 a la tasa de fecundidad, que gracias a ellas aumenta de 1,8 a 1,9 hijos por mujer. La conclusión del estudio es que la superior tasa de fecundidad francesa no se debe tanto a las madres inmigrantes como a las nacionales.
En España, los extranjeros (de dentro y fuera de la UE) suponen el 10% de la población total, pero aportan el 20% de los nacimientos, porque la población inmigrante es más joven y tiene antes los hijos. Desde 2015, en el conjunto nacional hay más ataúdes que cunas, y si la población se ha mantenido en torno a 47 millones de habitantes, ha sido gracias a la inmigración, cuyo saldo positivo ha compensado el déficit vegetativo. Falta hace. Hay que tener en cuenta que en España la edad media para tener el primer bebé se ha retrasado hasta los 32 años, mientras que la tasa de fecundidad está en 1,31 hijos por mujer frente a una media de 1,6 en la UE.
La inmigración en España es un balón de oxígeno poblacional, pero si no cambian las tendencias demográficas actuales, los inmigrantes no podrán compensar la reducción de la población nativa. Según las Proyecciones de población 2016-2066, del INE, España perderá medio millón de habitantes hasta 2031. El número de nacimientos seguirá reduciéndose en los próximos años, sobre todo por la disminución del número de mujeres en edad fértil.
En definitiva, el mejor modo de evitar una “gran sustitución” sería que los europeos se decidieran a tener más hijos.
Europa: Sustitución insuficiente
Las estadísticas no parecen confirmar la idea de “invasión”, si bien hay que observar que ya una parte de las personas que tienen la nacionalidad –en Europa o en EE.UU.– pueden haber nacido en el extranjero.
En enero de 2017, había en la UE 21,8 millones de inmigrantes de países no miembros, lo que equivalía al 4,3% del total de la población. Los porcentajes eran más altos en países como Alemania (6,3%), Italia (5,8%), Suecia (5,4%), España (5,3%), Francia (4,6%) y Eslovenia (4,6%). Y en cambio no llegaban al 1% en otros (Polonia, Hungría, Eslovaquia, Rumanía).
Al mismo tiempo, otros 16,9 millones de habitantes de la UE residían en un país distinto del suyo. En términos relativos, la suma de ambos tipos de extranjeros equivale al 7,6% de la población total de la UE-28.
En la Europa del Este, más que “sustitución” ha habido pérdida de población (ver Aceprensa, 19-03-2019). Entre 15 y 18 millones de europeos centro-orientales han “invadido” Europa occidental, en busca de mejores condiciones de vida y de trabajo. Lo cual ha ocasionado que desde 2007 Bulgaria haya perdido medio millón de habitantes y Rumanía nada menos que 1,6 millones. Se calcula que la quinta parte de la población activa rumana trabaja hoy en Europa occidental. Ante la escasez de mano de obra que esta emigración ha provocado en Rumanía, el vacío se ha llenado en parte con trabajadores de fuera de la UE (moldavos, serbios, ucranianos, vietnamitas, filipinos…).
Asistencia para una población envejecida
Entonces, ¿en qué queda la teoría de “la gran sustitución”? En términos numéricos, no da mucho de sí. Si consideramos la zona OCDE como “continente blanco”, entre 2010 y 2017 ha tenido unas entradas permanentes de entre 4 y 5 millones de inmigrantes al año, incluidas las de traslados entre ciudadanos de la zona. En 2017 tuvo 5 millones de entradas, por primera vez en baja (–5% respecto a 2016). El descenso se debe a la reducción significativa del número de refugiados (1,23 millones de demandas).
Los tres primeros países de origen son Afganistán, Siria e Irak, países asolados por la guerra. Si “la gran sustitución” debe responder a algo organizado, no parece que sea el caso, ya que estos orígenes muestran más bien la eclosión de situaciones caóticas.
Si la tasa de fecundidad en Europa es de 1,6 hijos por mujer y en África de 4,4 no es extraño que haya una potente presión migratoria a través del Mediterráneo
El principal y menos llamativo canal de emigración hacia la OCDE sigue siendo la reagrupación familiar, que representa el 40% de las entradas permanentes.
A veces nos olvidamos también de otra invasión que, lejos de preocupar, es bienvenida. De hecho, los países de la OCDE compiten por atraerse del extranjero a profesionales que escasean (médicos, ingenieros, expertos informáticos…), a emprendedores con capital para invertir y a estudiantes universitarios, de los que en 2017 había 3,3 millones inscritos en universidades de estos países (ver Aceprensa, 5-06-2019).
Los más afectados por la inmigración
La contribución de los inmigrantes al mercado laboral será cada vez más valorada en Europa, habida cuenta del envejecimiento de la población y de la necesidad de contar con más activos para financiar el sistema de pensiones. De hecho, la tasa de paro entre los inmigrantes en la zona OCDE ha bajado para situarse en un 9,5% en 2017, y la tasa de actividad ha subido hasta el 67%.
Sin embargo, la contribución de los refugiados a la población activa no se nota mucho por ahora. Entre 2014 y 2017, los países europeos han recibido 4 millones de nuevas peticiones de asilo, y 1,6 millones han obtenido alguna protección. Pero durante algún tiempo, que pueden ser dos años, los recién llegados deben dedicarse a dominar la lengua y adquirir competencias profesionales, antes de poder tener un empleo. Por eso, para el conjunto de los países europeos, la OCDE estima que el impacto relativo del flujo de refugiados sobre la población activa no superará el 0,25% de aquí a finales de 2020. Este efecto es más importante en el caso de jóvenes de baja cualificación en países que han acogido muchos refugiados, como Alemania, Austria y Suecia. De todos modos, la propia experiencia sueca muestra que, a pesar de los cursos de formación, los refugiados no encuentran fácilmente empleo.
Esta dificultad o falta de deseo de integración laboral y social puede contribuir a crear una reacción de rechazo mucho más que una teoría de “supremacismo blanco”. Especialmente entre las capas sociales nacionales que van a sentir más la presencia y competencia de los foráneos: los que viven en los mismos barrios, llevan a sus hijos a las mismas escuelas, o ven alargarse las listas de espera en la sanidad pública; los trabajadores de menos cualificación que compiten con los inmigrantes por los mismos empleos o ven que en algunos países viven de los subsidios sociales sin trabajar. Si a eso se agrega que los recién llegados tienen otro tipo de valores sociales y culturales, que les hacen aparecer como enquistados en la sociedad de acogida, no hace falta ninguna teoría para verlos como “invasores”.
En ese caso, más vale buscar soluciones que afronten los problemas de integración y eviten un “choque de culturas”, que condenar cualquier resistencia como populismo xenófobo.
El temor a la “invasión” da siempre por supuesto que los pobres del Sur solo piensan en irse al rico Norte. Pero la riqueza y la pobreza no son destinos inmutables. Hace medio siglo China era pobre y ahora es una potencia económica. Tampoco hay motivos para pensar que África está atada al subdesarrollo. Ni hay que olvidar que Europa puede perder su dinamismo económico por escasez de población joven.