El loco del zar

Anagrama.

Barcelona (1992).

411 págs.

2.000 ptas.

AUTOR

TÍTULO ORIGINALKeisri Hull

GÉNERO

Encasillar esta obra en la categoría de las novelas históricas supondría quitarle parte de su gran valor. Ciertamente, El loco del zar se inspira en hechos reales acaecidos en el imperio ruso durante la primera mitad del siglo XIX. En este sentido, permite al lector sumergirse en la memoria colectiva de un país muy poco conocido, Estonia, que acaba de recuperar su independencia. Pero la novela va mucho más allá. Porque lo que narra da pie a profundizar en cuestiones universales y, por tanto, de permanente actualidad.

Quizá la autenticidad que desprende cada página de este libro encuentre su razón de ser en la propia vida de su autor. Nacido en Tallinn (Estonia) en 1920, Jaan Kross sufrió desde muy joven las consecuencias de su inconformismo. Nada más acabar la carrera de Derecho fue detenido por los nazis por pertenecer a la Resistencia. Más tarde, los soviéticos le condenaron a cinco años de trabajos forzados en Siberia. A su regreso en 1954, comienza su carrera literaria, y muy pronto destaca como poeta y traductor de clásicos extranjeros. A finales de los sesenta, cuando ya se había convertido en uno de los guías culturales de su generación, se interesa por la historia de su país. Fruto de este interés son una decena de novelas históricas y varios libros de relatos, novelas cortas, ensayos…, que le acaban convirtiendo en el escritor más destacado de Estonia.

En El loco del zar, Kross recrea magistralmente la vida del coronel Timotheus Von Bock, Timo, un joven y brillante aristócrata estonio que durante un tiempo fue edecán de Alejandro I. Pero su extremada fidelidad a la promesa que hizo al emperador de decirle siempre la verdad provoca que Timo sea primero condenado a nueve años de cautiverio y más tarde declarado loco y recluido en su finca de Livonia. Allí, él, su mujer Eeva -una valerosa y culta estonia de origen humilde- y su pequeño hijo Jüri serán sometidos a una estrecha vigilancia policial, que marcará dramáticamente la evolución del sentido de sus vidas. Un sentido al que intenta dar respuesta Jakob, el cuñado de Timo, que narra todos estos hechos en su minucioso diario secreto.

A partir de una prosa elegante, llena de referencias culturales, Kross impulsa la acción con numerosos recursos literarios que proporcionan variedad al libro y alivian el tempo lento, muy eslavo, que imprime al desarrollo de la narración. Pero lo que cautiva de esta novela son sus personajes, todos ellos retratados con gran vigor. En este sentido, es clave la mirada desengañada que página a página se dirige a sí mismo el propio narrador, Jakob. Tras su distante e irónico cinismo, oculta el reconocimiento de su propia mediocridad, en contraste con la enorme talla humana de Timo y Eeva.

Especialmente Timo adquiere perfiles de héroe caballeresco. Su lucha por no traicionar los dictados de su conciencia le lleva a sacrificar todo lo que más quiere, hasta el extremo de convertirse en loco a los locos humanos.

La novela contiene evidentes paralelismos que acercan a un mismo punto dos tiranías: la zarista y la soviética. Pero quedarse en estos aspectos político-históricos -que Kross apunta con certera lucidez- quizá sería superficial. Kross no se queda en el nivel de los sistemas políticos, y se adentra en el núcleo íntimo de los seres humanos, donde radican sus cualidades morales. Así, recuerda a los hombres de Estado que cualquier reforma social o política, para que tenga valor, ha de pasar por la reforma de los individuos.

Kross apunta que es la trascendencia del ser humano la que sostiene su honestidad personal y, por tanto, la justicia del entramado social. «No hay en el mundo principios más estables que éstos: ¡Amor, Verdad, Dios!», llega a señalar Timo en su programa político. Quizá, este interesante enfoque se vea un poco lastrado por la formación luterana de Kross, que se aprecia sobre todo en el limitado valor que parece dar a la providencia divina. Pero está a un paso de superar el inevitable pesimismo al que conduce esa limitación. Y, desde luego, tiene de por sí un gran valor su atrevida apología de esa locura que es ser honesto hasta las últimas consecuencias.

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