El bailarín ruso de Montecarlo

Tusquets. Barcelona (2010). 200 pás. 16 €.

GÉNERO

La última novela del cubano Abilio Estévez (1954) tiene algo de autobiográfico. Su alter ego en la ficción, Constantino Augusto de Moreas, sale de La Habana para participar en un simposio sobre el héroe José Martí que va a tener lugar en Zaragoza. A última hora, sin embargo, cambia de opinión, y prosigue el viaje hasta Barcelona, donde se aloja en un hostal venido a menos que gobierna una mujer parecida a Emilia Pardo Bazán. (Como Constantino Augusto de Moreas, Abilio Estévez dejó atrás Cuba y vive hoy en la ciudad condal, retratada en estas páginas con mucha precisión y cierta ternura).

El experto en José Martí se instala, como quien dice, con lo puesto: unos pocos cientos de euros y un amplio extracto de las Memorias de ultratumba, de Chateaubriand. Y, sobre todo, lo hace con un bagaje de recuerdos que columpia la novela en un onírico balancín que va del pasado al presente, y viceversa.

Los recuerdos de Constantino articulan esta emocionante narración, que si bien se deja caer en los brazos de la nostalgia, tan magnánima a veces, no esquiva nunca la lucidez de la denuncia. Así, este exiliado -o, mejor dicho, este “huido”- clama contra la revolución que tergiversó el lenguaje para que las palabras significaran justo lo contrario de lo que pretendían decir, y lamenta que nadie consultara a los cubanos “si querían ser ejemplo de algo, iluminar como faros o andar latiendo como corazones a solo noventa millas del País-Más-Poderoso-de-la-Tierra”.

El protagonista se va despojando (o lo van despojando) de todo excepto de sus recuerdos; y, en ese tesoro, brilla con luz propia un bailarín ruso a quien conoció durante los “voluntarios” cortes de caña que el régimen impuso tras la conquista del poder. En boca de ese bailarín, “un campesino autodidacta” y enfermo que se ha inventado un pasado de gloria en los Ballets Rusos de Montecarlo, pone el autor una hermosa reflexión sobre la libertad, o el deseo y la necesidad que tenemos de ella: “Llegará el día en que, cuando escape por la ventana de El espectro de la rosa, nadie podrá detenerme. Saldré con un doble salto del escenario, del teatro, al viento de la noche. Sí, lo sé. Llegará el día en que conseguiré volar”.

Así, la huida de Constantino a España enlaza con los sueños rememorados del bailarín, y se completa, a la postre, en la figura de la dueña del hostal, que clausura el negocio y cruza con su huésped la frontera natural de los Pirineos, rumbo a Francia.

El bailarín ruso en Montecarlo es una novela sobre la libertad y sus exigencias, así como una fábula declaradamente nostálgica sobre la búsqueda de una patria que, desde luego, no tiene por qué coincidir con un confín geográfico concreto. El autor de Tuyo es el reino (1997) ha sabido dibujar el fondo y la confusión de unos personajes en constante pesquisa de sí mismos; y lo ha hecho con una obra inteligente, sensible, profundamente humana.

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