Reedición de tres novelas importantes de Juan Carlos Onetti (1909-1994), clásico de las letras uruguayas y autor fundamental de la renovación de la narrativa hispanoamericana del siglo XX.
La vida breve (1950) nos emplaza en una madrugada de Buenos Aires, donde un hombre llamado Brausen trata de dormir mientras escucha a su lado la respiración de su esposa, enferma de cáncer. Entretanto, también siente al otro lado de la pared la discusión de una prostituta con su amante. En medio del insomnio, Brausen comienza a imaginar una historia ubicada en una ciudad imaginaria a la que él mismo da el nombre de Santa María. Esta escena inicial funda el mundo ficticio con el que el protagonista trata de compensar la mediocridad de su vida de oficinista en una agencia publicitaria y de su matrimonio en crisis. La estructura original de la novela va alternando las dos tramas, la inventada por Brausen y la “real”, de modo que poco a poco la primera va inmiscuyéndose en la otra, hasta el punto de que terminan confundiéndose las dos.
De esta manera, Onetti ofrece, dentro del argumento de su novela, la piedra angular de toda su obra: la literatura es un refugio donde escondernos de la miseria de nuestra propia vida. Para Onetti la sociedad humana es un entramado de hipocresías y quien no lo advierta es un malvado o un estúpido. Sólo cabe la solución de escapar a través de la figuración de otra realidad, redimida por un estilo hermoso. Lo malo es que esa evasión no nos depara grandes alegrías. Santa María se presenta como una ciudad fea y gris, poblada de gente cínica y mezquina.
Las otras dos novelas prosiguen algunas líneas argumentales esbozadas en La vida breve. En El astillero, acaso la más notable de las tres, Larsen llega a Santa María dispuesto a reflotar un astillero abandonado. La empresa es imposible y el protagonista lo sabe, pero, aun consciente de su futuro fracaso, se empeña en ella y termina destruido. Juntacadáveres vuelve a presentarnos a Larsen en Santa María, esta vez en una acción cinco años anterior. Ahora intenta regentar un burdel compuesto por patéticas prostitutas. La derrota es, de nuevo, lo que le espera al solitario y marginado antihéroe onettiano.
Una advertencia se hace imprescindible a la hora de abordar la literatura de Onetti (cfr. Aceprensa, 3-05-2006). Es difícil encontrar un autor más antipático de leer, menos hospitalario con el lector. A cada paso, la lectura puede interrumpirse debido a los sobreentendidos, las ambigüedades, las alusiones levísimas. Esto lo reconocen incluso sus admiradores. En consecuencia, la acción se hace difícil de seguir y el hilo narrativo se vuelve, en ocasiones, confuso. Por todo ello, quizá la mejor actitud es tomar sus relatos como poesía contradictoria y exigente, poesía de la decadencia física y moral. Onetti saca brillo formal de lo más mezquino y sórdido; y de una sociedad pustulenta, un mundo de palabras envueltas en belleza. De los ojos de uno de sus personajes, escribe que “alguna vez los comparé con el topacio, con el oro, con el cielo de tormenta en la siesta de una ciudad que huele a letrina”. Eso es tal vez la literatura de Onetti: el oro y la letrina, las dos cosas juntas.