Cuarta entrega de unos de los frescos narrativos más impresionantes, y necesarios, de todo el siglo XX (ver Aceprensa, 5-03-2008 y 27-05-2009). A través de una treintena de relatos de carácter autobiográfico, el ruso Varlam Shalámov (1907-1982) prosigue desgranando sus experiencias en el campo de prisioneros de Kolimá durante el período estalinista. El autor advierte de lo que ocurre cuando un régimen totalitario alcanza el poder y somete a su pueblo por el simple “delito” de expresar ideas distintas.
La región siberiana a la que Shalámov fue enviado, Kolimá, se “preciaba” de tener uno de los complejos más duros del Gulag, tanto por sus condiciones climáticas extremas como por el trabajo en las minas de oro.
Al igual que en los otros volúmenes (y aún quedan dos para completar el ciclo), Shalámov presenta a una nutrida y convincente galería de personajes secundarios, de una irrebatible autenticidad. Pero el principal valor del libro es la actitud que adopta el protagonista frente a la adversidad, pues en ningún momento se rinde ante el destino. “Pensaba –nos dice– que un hombre podía considerarse hombre mientras sintiera en todo momento y con todo su cuerpo que estaba dispuesto a intervenir en su propia existencia. Esta conciencia es la que le proporciona a uno la voluntad de vivir”.
Las sencillas anécdotas de la vida cotidiana –así el capítulo sobre el robo de un libro de Proust en el hospital– coexisten con el inventario de unas vidas precarias y pisoteadas por la arbitrariedad del poder. Shalámov imprime a estas estampas una huella indeleble, en la que la memoria dignifica cada página. Más allá de una crónica de abusos, injusticias y barbarie, los Relatos de Kolimá perduran como una llamada de la conciencia para preservar el don supremo, y siempre amenazado, de la libertad.