Howard Gardner (1943) es un reconocido psicólogo norteamericano que ocupa la Cátedra de Cognición y Educación en Harvard y ha sido co-director del Harvard Project Zero, que promueve el protagonismo y la creatividad del educando en el proceso de su propia educación. Gardner ha tenido una reciente notoriedad en España al recibir el Premio Príncipe de Asturias de las Ciencias Sociales 2011.
La fama de excelente comunicador de Gardner le precede: sus 25 libros traducidos a 28 idiomas, su incansable impulso y diseño de programas educativos, y una multitud de artículos en revistas especializadas y divulgativas han hecho de su nombre una marca de éxito académico y extraacadémico.
En Verdad, belleza y bondad reformuladas, Gardner vuelve a escribir desde sus habituales premisas intelectuales fundadas en la tradición filosófica norteamericana: la reivindicación del sentido común y la razonabilidad, el pragmatismo y la filosofía analítica, la consideración del contexto multicultural y la comunicación cooperativa, la desconfianza hacia los radicalismos y las utopías, la ausencia de dimensión metafísica como punto de partida… Y sobre esta base se encara con la verdad, la belleza y el bien, entendiéndolas directamente como “virtudes” y evaluándolas por su rendimiento en la tarea de educar.
Para Gardner, existen dos peligros: el relativismo postmoderno con su mundo inestable, pero sostenido por la aceptación práctica y masiva de los medios digitales de comunicación; y la nostalgia de órdenes sociales que se miran en el espejo de un mundo de tipo medieval, regidos por una unidad política-cultural-religiosa. Definidos estos dos problemas, el objetivo del libro es promover una vía media, equilibrada, por donde se puedan tomar, razonablemente, tanto elementos útiles de las tradiciones culturales, como acicates postmodernos para el pensamiento creativo y crítico.
De ahí que los términos verdad, belleza y bien hayan de ser avalorados, ahora. Esto supone que la verdad sea un empeño por establecer verdades intersubjetivas en el contexto de la vida práctica; la belleza, la recopilación de “una cartera [sic] de objetos y experiencias bellos, y tal vez crear nuestros propios objetos de belleza, y definir nuestra sensibilidad estética individualizada”; y el bien, la tarea de “cumplir la moralidad vecinal y respetar la convenciones de las diversas culturas. Al mismo tiempo, debemos luchar por ser buenos trabajadores y buenos ciudadanos, no sólo dentro de nuestra sociedad, sino en la comunidad global. Nuestras acciones deben trascender los propios intereses”.
El libro de Gardner aporta herramientas y reflexiones útiles para la tarea de educar en un contexto multicultural. Cierta corrección política y voluntad práctica le impiden la profundización filosófica (otros se han ocupado atinadamente de esas honduras para el mismo contexto cultural: MacIntyre en Tras la virtud –aunque necesitaría una puesta al día para dialogar mejor con la transformación digital de los modos de vida– y Taylor en su Ética de la autenticidad).
El libro es ameno, repite de un modo u otro sus tesis fundamentales, rebosa de ejemplos y referencias persuasivamente eficaces, sugiere ideas, argumentos y acciones para quien quiera educar hoy. La traducción podría estar más cuidada.