Karl Ove Knausgard (Noruega, 1968) ha publicado en seis tomos (2009-2011) llamados novelas aunque no dejan de ser piezas autobiográficas, una obra monumental titulada provocadoramente Mi lucha. En este primer volumen tiene 39 años, casado y con tres hijos, e intenta resolver de una vez la que ha sido la influencia más perturbadora y atenazante de su vida, la de su padre.
Su memoria se va a la infancia, cuando la presencia del autoritarismo paterno está apenas matizada por el cariño de una madre delicada pero casi ausente y por la camaradería de un hermano mayor cercano. Con pequeñas intercalaciones del presente o de un pasado más cercano, el otro momento central es el de la muerte del alcoholizado padre y su posterior entierro.
El contenido más interesante del libro no tiene nada que ver con la historia que se cuenta: lo forman las reflexiones de Knausgard sobre el arte y la escritura, sobre el contraste que enfrenta la imaginación y la belleza con la vida real y sobre cómo hay que ocuparse necesariamente de esta última. El relato de su infancia-adolescencia y de la desastrosa figura de su padre no aportan nada que no hayamos leído mil veces.
El valor fundamental de la obra viene del tratamiento literario del tema: una escritura minuciosamente microscópica que toma pie de cada detalle aparentemente sencillo para ir enlazando ideas e intuiciones. Gestos, sensaciones y recuerdos se convierten en ladrillos con los que ir construyendo una explicación de la existencia y de la muerte, de nuestra relación con los demás y en particular con la familia. La imagen del tiempo en su cabeza trastoca la causalidad de todo cuanto ha sucedido en su vida, bastante vulgar y poco satisfactoria en general, con los breves momentos de luz que trae la presencia del arte. Lo que le pasa y cuenta tiene relación con lo que piensa y recuerda, en un todo pertinente y bien entrelazado en frases largas y elegantes.

Estamos ante una obra poco convencional, morosa (lo que le ha valido el calificativo –equivocado, en mi opinión– de proustiana) pero nada aburrida, un examen de conciencia brutal y sincero de alguien que intenta explicarse sus miedos a través de la escritura, una lucha a brazo partido contra la vida y la literatura.