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Almas muertas

EDITORIAL

TÍTULO ORIGINALMiórtvye dushi

CIUDAD Y AÑO DE EDICIÓNMadrid (2015)

Nº PÁGINAS424 págs.

PRECIO PAPEL20,60 €

TRADUCCIÓN

GÉNERO


Una versión de esta reseña se publicó en el servicio impreso 71/15

Tras una de las presentaciones más afiladas y mordaces de la historia de la literatura, Chíchikov revela las intenciones que lo mueven en sus andanzas por las provincias rusas: “Me propongo adquirir muertos que, en el padrón, figuren todavía como vivos”.

Almas muertas, la cumbre narrativa de Nikolái Gógol (1809-1852), parte de una idea extraordinaria para armar un lienzo en el que cabe todo: el retrato de un hombre –el estafador Pável Ivánovich Chíchikov– y el de un país, Rusia, objetos de una sátira de miras “regeneracionistas”. Capítulo a capítulo, Gógol pone en solfa a terratenientes ignorantes, funcionarios corruptos y damas sin atributos, con la mácula polimorfa de sus vicios: la codicia, la tacañería, la astucia carente de moral, la misantropía, la mezquindad o el cinismo.

Sutil e ingenioso, el autor de El capote se luce en las descripciones de sus criaturas –“En su despacho tenía siempre un libro, con una señal en la página catorce, que estaba leyendo hacía ya dos años”–, se inmiscuye a veces en la narración para confesar sus filias y fobias o cantar a su amada Rusia, y trata de eximir finalmente a su rufianesco protagonista, porque no hay que ser tan “severo” con el prójimo.

Almas muertas es, en fin, una novela francamente divertida, desopilante, más rabelesiana que cervantina, en la que un antihéroe de su tiempo vaga por las aldeas en compañía de su lacayo Petrushka y su cochero Selifán con un propósito tan retorcido como equívoco: la compra de siervos fallecidos –las “almas muertas” de un título que puede ampliarse al fondo de todos los personajes que desfilan por sus páginas– para hipotecarlos después. La novela podría leerse como una sucesión de caricaturas perfectamente ensambladas, que en su día enardecieron a la crítica más nacionalista y que al lector de hoy le arrancan risas. La estructura de los capítulos es similar: el viaje de Chíchikov en su troika, la llegada a su destino, la presentación de las fuerzas vivas de la región y las distintas reacciones que en ellas suscitan sus intrigas.

Al igual que sucede en El inspector o La nariz, respectivamente su obra de teatro y su relato más reputados, subyace en Almas muertas el problema de la identidad. Chíchikov no es un canalla al uso, sino un ventajista, que acaba atrapado en su red de mentiras.

Maestro del sarcasmo, Gógol fue grande mientras se mordió la lengua de la compasión. Tras proyectar una segunda parte de su libro, más benévola e inocua, quemó su manuscrito en la chimenea de su residencia de Moscú, que todavía hoy puede verse por lo que costaba un alma muerta, más o menos.

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