Nos encontramos ante una síntesis bastante lograda en la que el autor confiesa el propósito que manifestara Lytton Strachey: “ilustrar más que explicar”. No podía ser de otro modo para quien pretende realizar un repaso tan extenso de la época contemporánea.
A lo largo de los primeros capítulos, que se detienen en el origen y las consecuencias de las revoluciones liberales, se introduce al lector en esa idea tan propia de Ortega y Gasset, según la cual la democracia liberal representaría la más alta voluntad de convivencia. La casi idealización del liberalismo tiene mucho de discutible, aunque se trasluzca en las páginas de este libro. Se entienden entonces los elogios a la Declaración de Independencia de los Estados Unidos como “uno de los textos políticos más admirables jamás escritos”. La filosofía democrática y la proclamación de la igualdad entre todos los hombres explicarían el aplauso de Fusi, por contraste con el principio hereditario o estamental en el que se basaba el antiguo orden social y político.
Otro tanto sucede con la revolución francesa de 1789. La idea de soberanía popular, la liquidación de la sociedad aristocrática, la Declaración de los Derechos del Hombre son catalogadas de “conquistas memorables”. Quizá sea por falta de voluntad explicativa –imposible en una obra de tan aguda síntesis−, o por constituir un lugar común en muchos autores; sin embargo, bien podría merecer aquel comentario de Margaret Thatcher: “Los derechos humanos no empiezan con la revolución francesa, de donde realmente proceden es de la mezcla de judaísmo y cristianismo”. Ciertamente, en la obra de Fusi se echa de menos alguna referencia a la Escuela de Salamanca de los siglos XVI y XVII, cuyos pensadores abundaron en los fundamentos del derecho natural y de gentes, en línea con una larga tradición basada en el concepto realista de la naturaleza humana.
Tampoco parece de recibo hablar del Terror jacobino (1792-1794) como una “desvirtuación de la revolución”, sino como una consecuencia casi automática de un proceso violento de ruptura. Todo lo contrario a la reforma gradual que se intentó en España con Carlos III −como aquí bien apunta Fusi−, truncada por el fragor revolucionario de París. Una reacción que también repercutiría en los episodios emancipadores de la América hispana.
El exquisito tratamiento de las manifestaciones literarias y artísticas adentra al lector en las mutaciones y continuidades que afectaron a los principios configuradores de la cultura. En este punto, Fusi resume con enorme tino el problema cultural de nuestro tiempo. La apertura de la Europa occidental tendría como reverso “una sociedad sin verdades absolutas, marcada por el relativismo moral”.
La crisis de civilización –a la que dedica un capítulo− con la eclosión de los totalitarismos y el estallido de dos guerras mundiales serían el mascarón de proa de un problema cultural de fondo. La conclusión de los conflictos acentuaría dichas cuestiones: el existencialismo –entendido a veces como “compromiso del intelectual al servicio del comunismo (Sartre)”− abriría paso a la subversión de los valores tradicionales y a la revolución sexual (mayo de 1968). Con la caída del bloque comunista en 1989 se inauguraría un proceso de creciente globalización económica y cultural. Un punto que merecería mayor atención, si no estuviéramos ante una síntesis que debería tomarse como una guía orientativa, para luego profundizar con sentido crítico en muchos de sus temas.