Mervyn King ha sido protagonista y testigo de excepción, como gobernador del Banco de Inglaterra (2003-2013), de la grave crisis económico-financiera que se desencadenó en 2007. Avalado por su experiencia y por su formación académica, ha escrito un libro comprometido y valiente en el que no incurre en excusas, ni en el discurso de la concatenación de circunstancias que dieron lugar a la tormenta financiera perfecta. Para él, la crisis que aún se deja sentir no es la historia de banqueros malvados o de bancos centrales incompetentes, sino la de fuerzas económicas más profundas.
El fin de la alquimia es un libro penetrante, pero a la vez claro y asequible, sobre el funcionamiento de la economía y, en particular, sobre dos de sus instituciones más importantes: el dinero y la banca. Durante muchos siglos se ha considerado que el dinero y la banca eran los motores de la economía capitalista, pero según el autor son realmente su eslabón más débil. Por un lado, los bancos son indispensables, pero por otro, son peligrosos, por operar con una mercancía tan especial como el dinero. En este sentido, King considera que los sistemas monetario y bancario se han construido sobre lo que él denomina alquimia financiera, que consiste en tratar de convertir activos reales ilíquidos en activos financieros líquidos.
Este ensayo repasa la historia del dinero y del sistema financiero, expone la diferencia entre riesgo e incertidumbre en la toma de decisiones financieras, describe el papel de los bancos centrales, y la influencia que la política ejerce sobre el valor del dinero. No obstante, el núcleo del libro está dedicado a la exposición de lo que, a juicio del autor, han sido las verdaderas causas de la situación en la que hoy se encuentran las economías capitalistas, para a partir de ahí proponer soluciones que puedan evitar crisis futuras.
Para el exgobernador del Banco de Inglaterra, uno de los motivos ha sido que los bancos han estado financiándose con escaso capital, a la vez que mantenían niveles demasiado bajos de activos líquidos. Esto los hace extremadamente vulnerables a cualquier variación del comportamiento de los agentes que operan en los mercados, tal y como quedó patente en la oleada de quiebras y rescates. En este escenario, lo prioritario era recuperar la confianza, y los organismos reguladores han hecho un esfuerzo por incrementar su eficacia en el control de las entidades financieras. Aun siendo, para King, necesarias estas medidas, no han sido suficientes. Su propuesta para resolver la debilidad del sistema bancario es que todo banco central deje de ser prestamista de última instancia, y se convierta en “empeñista para todas las estaciones”. Es decir, que esté dispuesto a prestar dinero al banco que lo pida, siempre y cuando deje en prenda una garantía que permita cubrir el valor del préstamo solicitado.
El otro factor que de acuerdo con King ha provocado de manera inevitable la crisis es la existencia de un desequilibrio macroeconómico masivo. El síntoma de ese desequilibrio ha sido una política de tipos de interés extraordinariamente bajos durante demasiado tiempo, con el consiguiente aumento del precio de los activos y un fuerte incremento de la deuda.
Para evitar, pues, una nueva crisis económica es necesario tanto reformar el sistema financiero, como corregir el desequilibrio de la economía mundial. O lo que es lo mismo, configurar con urgencia un nuevo orden mundial que permita responder a los retos que plantean actualmente las economías capitalistas (ver Aceprensa, 22-06-2016). King deposita su esperanza en que la presión de los acontecimientos obligue a los estadistas a acometer este ineludible proyecto.