El cine «teen»: a por el joven, que tiene pasta

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Contrapunto

«En busca de la película creíble sobre adolescentes» es el título de un reciente artículo del International Herald Tribune (10-VIII-2000). Ese mismo día, Bruce Orwall (The Wall Street Journal) planteaba más o menos lo mismo, en una indagación sobre los gustos cinematográficos de la que llama «Generación Y», compuesta por adolescentes de 12 a 17 años. Como premisa para la evaluación certera de otros parámetros, conviene recordar que -según los datos de la Motion Picture Association of America (MPAA)- en 1999, el 40% de la taquilla en Estados Unidos fue abonada por espectadores que tenían entre 12 y 24 años. El 50% de los adolescentes (12 a 17 años) afirman ir al cine una vez al mes. A partir de los 18 años, solo el 28% de los potenciales espectadores van al cine una vez al mes. La adolescencia se ha convertido en la mina del Rey Salomón para la industria del cine, siempre atenta a los gustos del público.

La recaudación obtenida por Scary Movie, una parodia procaz y descerebrada sobre las películas de sustos en sede colegial, no parece apoyar el rotundo titular del artículo de Bruce Orwall (The Wall Street Journal, 10-VIII-2000): «Cansados de romances, horrores y malas comedias, los adolescentes dejan perplejos a los productores de películas». Scary Movie -un chapucero asesino encapuchado siembra el pánico entre las jovencitas de una high school norteamericana- ha ingresado 42 millones de dólares en su primera semana de exhibición, colocándose en el primer puesto, por encima de películas como La tormenta perfecta, Esta abuela es un peligro, Sesenta segundos o El patriota. El filón abierto por películas como Scream y Sé lo qué hicisteis el último verano es explotado -y de qué modo- por un recurso habitual del cine made in USA: la parodia. Pero hay muchas formas de parodiar, y la línea que separa el remake o el mix de la parodia es delgadita. La tentación es fuerte, y Scary Movie la abraza sin mayores problemas. Con lo cual, los padres de la criatura matan varios pájaros de un tiro: se forran, dan la imagen de iconosclastia transgresora y hacen méritos para que las grandes productoras se fijen en la habilidad de unos chicos que han hecho una película de bajo presupuesto que ha triunfado al margen de las líneas comerciales de distribución.

Los artículos citados valoran algunos hechos que parecen indicar una actitud crítica por parte de los adolescentes: dicen estar cansados de las películas de fórmula, parecen tener un don innato para oler las maniobras del marketing y descifrar sus mensajes, acceden a mucha información sobre los estrenos en Internet, etc. El productor de American Pie -película teen, zafia donde las haya, que llevó a una multitud de adolescentes a los cines en 1999- tiene la desfachatez de afirmar que los adolescentes saben oler a gato encerrado y pueden decir cuando están siendo víctimas del marketing.

Si un ex adolescente se toma la molestia de ir recortando artículos sobre los gustos de los adolescentes en lo que a ocio se refiere, y los coteja con las críticas y resultados económicos de las películas, salta de la cazuela un tufillo penetrante: lo de menos es que la imagen de los adolescentes que aparece en las pantallas sea grotesca e irreal; lo de más es que la cosa funciona, y -por supuesto- mucho cuidadito con estropearla.

Alberto Fijo

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