La escuela católica francesa pugna por su identidad

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Un gran objetivo de los dirigentes del sector educativo católico en Francia ha sido en los últimos años mantener la identidad propia, en parte debilitada al tener bastante resueltos los problemas económicos con los contratos de asociación con el Estado, introducidos por la ley Debré de 1959. Protagonizó esa tarea el secretario general Éric de Labarre, que deja paso ahora a Pascal Balmand, tras la celebración de un importante congreso en Vicennes el primer fin de semana de junio.

El telón de fondo y lema de la convención fue: “¿Tenemos necesidad de la enseñanza católica?” A los 8.300 centros confesionales acuden más de dos millones de alumnos, la quinta parte del total de estudiantes no universitarios en Francia. Se ven obligados cada año a rechazar de 30.000 a 40.000 solicitudes de plaza, por falta de espacio. Es más: sigue existiendo el fenómeno de que los padres envían en algunos momentos a sus hijos a esos establecimientos, no necesariamente por motivos religiosas. Una encuesta de 2004 detectaba que el 40% de los alumnos habían realizado parte de su escolarización en centros católicos.

La escuela católica es el lugar donde la Iglesia puede llegar a unos jóvenes y a sus padres inaccesibles por otros medios

De hecho, según un sondeo publicado por La Croix el 30 de mayo, al 43% de los franceses le gustaría inscribir a sus hijos en esos centros. Esa tendencia no depende del origen socioprofesional, pues aparece en el 39% de las categorías populares y en el 44% de los directivos de empresas. Al cabo, el 90% de los franceses considera normal que los padres puedan elegir la escuela de sus hijos, privada o pública, y al 65% le parece bien la financiación pública de los centros concertados, aunque el 72% lamenta que la escuela privada no sea accesible económica a todas las familias. No obstante, el interés por la escuela católica disminuye con la edad: 49% de los mayores de 65 años; 46% de 50-64; pero solo 37% de 25-34.

Identidad cristiana y prestigio académico
La inquietud por el carácter propio llevó al episcopado francés a adoptar en abril un nuevo estatuto de la escuela católica: un texto extenso, que sustituye al aprobado en 1992. A partir de ahora, un obispo presidirá el comité directivo de la enseñanza católica, que nombra a los directores.

“Hoy, la escuela católica sólo tiene sentido si su propuesta educativa es original”

Como reconocía Éric de Labarre en una entrevista publicada por La Croix el 30 de mayo, “desde mediados de los años 70 hasta el principio de los 90, la secularización afectó profundamente al funcionamiento de nuestros centros, que tendieron a aproximarse al modelo público, por un mimetismo deliberado”. Un punto de inflexión se produjo en 1992-1993 con la aprobación de los estatutos, que contribuyeron a una vuelta a criterios cristianos. “Hoy, la escuela católica solo tiene sentido si su propuesta educativa es original”, dice Labarre.

Esa radicalidad es compatible con el mantenimiento del esfuerzo por la innovación pedagógica, para superar los retos actuales, algunos determinados por la difusión de las nuevas tecnologías, que afectan también a la autoridad del profesor. Además, la escuela tiene que cumplir cada vez más una tarea de formación de los alumnos para la convivencia social.

De momento, el prestigio es grande, como refleja también el sondeo de La Croix: para el 80% de los encuestados la escuela católica asegura educación de calidad y contenidos formativos. Los porcentajes son aún más altos entre los padres que llevan allí a sus hijos (95 y 99%). Estas dimensiones suelen ser decisivas para la elección de las familias, que desean para sus hijos rendimiento académico y apoyo educativo.

Las escuelas católicas acogen al 20% del alumnado, y el 43% de los franceses desearían escolarizar allí a sus hijos

Los obispos prestarán más atención a las escuelas católicas
El nuevo estatuto, a juicio del secretario general saliente, es “un texto comprometido. Muestra que la enseñanza católica está muy a gusto con su identidad cristiana. Como toda norma, acepta una situación y sienta bases para el futuro. Reitera la importancia de la propuesta de la fe. Adapta la arquitectura de la enseñanza católica a la de la educación nacional, que funciona por academias, departamentos, regiones. Manifiesta el deseo de conciliar dos dimensiones: una jerárquica; otra, horizontal y participativa”.

Como escribió en su momento La Croix (18/4/2013), en una Francia cada vez más descristianizada, ¿cómo no prestar interés a un lugar donde se puede llegar a jóvenes –y a sus padres– inaccesibles por otros medios? Porque la identidad católica puede expresarse adecuadamente sin perjuicio de cumplir los requisitos que impone el contrato de asociación con el Estado: seguir los programas de la educación nacional y admitir a todos los niños que reúnan los requisitos generales. Así se comprueba en la diversidad de iniciativas: en las grandes ciudades y en el campo, de carácter general o especializadas en formación profesional, sin excluir la presencia de centros supervisados por institutos de vida consagrada.

Se trata de asegurar el “carácter propio”, con una mayor presencia de las diócesis en el contexto de su misión evangelizadora. No se pretende lógicamente un “control”, sino una mayor corresponsabilidad en los objetivos comunes, tan importantes en tiempos de nueva evangelización.

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