El desencanto de la clase obrera

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En algunos países ricos el auge del populismo coincide con la crisis de identidad de la socialdemocracia, cuyas nuevas causas tienen poco atractivo para sus votantes tradicionales. Llama la atención que un sector de la clase obrera se sienta más representado por partidos de derechas como el UKIP y el Frente Nacional que por los socialistas de toda la vida.

Desde que Gordon Brown dimitió como primer ministro y líder laborista en 2010, los socialistas británicos han buscado secretarios generales –primero Ed Miliband y ahora Jeremy Corbyn– que lleven el partido más a la izquierda de donde lo situaron los tres mandatos de Tony Blair (1997-2007).

El giro a la izquierda dado por Corbyn ha sido tan decisivo para los laboristas que hoy es frecuente dividirlos entre “corbynistas”, partidarios de expandir el poder del Estado como hizo la socialdemocracia en tiempos de Clement Attlee, y “blairistas”, defensores de la sinergia entre lo público y privado que impulsó el Nuevo Laborismo.

Los “blairistas” acusan a los primeros de radicalizar el partido con el regreso a las políticas de la vieja izquierda, que incluye nacionalizaciones, más impuestos a los bancos y a los ricos, menos libertad de enseñanza, priorizar el gasto público frente a las medidas de austeridad… Pero los “corbynistas” alegan que lo único que está haciendo su comandante en jefe es llevar al partido a la orilla de donde nunca debió apartarse.

Bienvenidos al UKIP

Para los laboristas más a la izquierda, el viaje al centro de Blair sería el responsable último de que un sector de sus votantes de siempre –la clase trabajadora– se haya pasado al Partido de la Independencia del Reino Unido (UKIP), de Nigel Farage, considerado populista de derechas, antieuropeísta y antiinmigración.

Los partidarios de Sanders reprochan a las élites demócratas que hayan desatendido las causas que deberían importar más a la izquierda

Matthew Goodwin y Robert Ford, autores del libro Revolt on the Right (2014), fueron de los primeros en dar la voz de alarma desde las páginas de The Guardian: “En un momento en que los salarios bajan, la desigualdad aumenta y hay más recortes sociales, esos votantes [los trabajadores de cuello azul] deberían estar apoyando al partido que tradicionalmente ha defendido la protección social y la redistribución. Sin embargo, han cambiado su lealtad a un partido de derechas (…). Los más golpeados por la crisis y la austeridad ya no acuden al laborismo, sino a las soluciones de Farage”.

Esto lo escribieron dos meses antes de que el UKIP –que también alberga a exvotantes tories– se convirtiera en el partido más votado del Reino Unido en las elecciones europeas de 2014, con el 26,7% de los votos. Según Peter Kellner, presidente de la consultora británica YouGov, por cada nueve votantes que el UKIP robó ese año a los conservadores, quitó seis a los laboristas.

En las generales de 2015, el partido de Farage sustituyó a los liberal-demócratas en el tercer puesto (12,6% de los votos), por detrás de los laboristas (30,4%) y de los conservadores (36,9%). Aunque solo obtuvo un escaño por las distorsiones que provoca el sistema electoral británico, basado en la regla “el ganador se lo lleva todo”, se hizo patente el tirón del UKIP: quedó segundo en 118 circunscripciones.

En otro artículo, Goodwin hacía ver que la escalada del UKIP venía de lejos. Entre 2005 y 2013, el apoyo al Partido Laborista entre los pensionistas blancos de clase trabajadora bajó del 45% al 26%. En el mismo período, el respaldo al UKIP por parte de ese grupo subió del 3% al 28%.

“Nos hemos quedado solos”

El malestar de Martin, despedido de una fábrica de Ford en 2013, refleja bien la sensación de abandono que ha arraigado entre los británicos de clase trabajadora. “Siempre he votado a los laboristas (…). Pero me harté de ellos con el Nuevo Laborismo de Tony Blair. Ya no es un partido para la clase obrera. Los tories son para los ricos. Y los liberales se irían con cualquiera. Nos hemos quedado solos”.

Bueno, solos, solos no. Porque ahora tienen a Farage. “El UKIP está ofreciendo soluciones en estos momentos –continúa Martin–. No digo que logren gobernar el país. Pero al menos se atreven a decir lo que había que decir”.

Martin es uno de los entrevistados por la periodista Hsiao-Hung para su libro Angry White People (2016), en el que también da espacio a simpatizantes de la organización radical English Defence League (EDL). Los exlaboristas conversos al UKIP sostienen que la izquierda ha dejado de preocuparse por las condiciones laborales de la clase trabajadora y por las oportunidades de sus hijos, mientras “regala” prestaciones sociales a los inmigrantes del Este de Europa. El EDL añade un ingrediente racista, al achacar todos los males del país a los inmigrantes, sobre todo musulmanes.

¿Turismo de prestaciones?

En un documento publicado tras las elecciones de 2015 por el think tank de izquierdas The Fabian Society, varios laboristas se preguntaron por qué el UKIP ha conseguido echar raíces en algunos de sus feudos tradicionales. Entre sus respuestas hay algunos mea culpa que parecen dar la razón a los desencantados. “No hemos sabido explicar la relación entre lo que aporta la gente a la sociedad y lo que recibe a cambio en dinero o en especie”, escribe una exdiputada. Un candidato que perdió frente al UKIP dice que la gente con la que habla se queja de que el sistema de bienestar no se administra con responsabilidad y que los socialistas británicos no han hecho nada por arreglarlo.

Paradójicamente, el error al que apuntan estos laboristas podría haberse arreglado con las recetas del Nuevo Laborismo antes que con la defensa de los derechos incondicionales que propugna la vieja izquierda. En su libro La tercera vía (1998), el sociólogo Anthony Giddens –inspirador de las políticas de Blair– propuso como lema “ningún derecho sin responsabilidad”. Y recomendó, por ejemplo, que las prestaciones por desempleo acarreasen la obligación de buscar trabajo de forma activa.

No obstante, la idea de que la libre movilidad dentro de la Unión Europea está favoreciendo un “turismo de prestaciones”, por el que ciudadanos sin trabajo de la UE se aprovechan del Estado del bienestar de otros países, tiene mucho de mito. En un estudio publicado en octubre de 2013, la Comisión Europea concluyó que el “turismo” de ese tipo “no es grande ni sistemático”, si bien hay diferencias entre países (ver Aceprensa, 16-10-2013).

La situación del Reino Unido que pinta este estudio no es unívoca. Por un lado, los británicos podrían quejarse de que el gasto sanitario en su país por desempleados comunitarios ronda los 1.800 millones de euros, frente a los 4 millones de euros destinados por Francia. Pero, por otro, el Reino Unido es el único país donde los extranjeros comunitarios hacen un menor uso proporcional que los nacionales de las prestaciones por desempleo contributivo: solo el 1% de los comunitarios sin empleo percibe prestación, frente al 4% de los británicos.

El precio de la globalización

Otra inconsecuencia de los conversos al UKIP es su nacionalismo: primero, “los nuestros”, y después, los inmigrantes. La socialdemocracia clásica era internacionalista, como recordó Giddens. Por eso, el sociólogo británico defendió las ventajas de la globalización y de la “soberanía múltiple”, con pertenencia a la UE incluida.

Pero es cierto que el Nuevo Laborismo relegó a un segundo plano a los trabajadores manuales. Para Giddens, la moderna economía del conocimiento exigía orientar la educación hacia el desarrollo de las habilidades que más falta harían en el futuro. Sin embargo, hubo pocas alternativas para quienes verían destruidos sus empleos con el advenimiento de la nueva economía global.

El problema está de actualidad gracias a las campañas de dos candidatos a la presidencia de EE.UU., el demócrata Bernie Sanders y el republicano Donald Trump. Ambos se oponen a los tratados de libre comercio y prometen medidas para garantizar que las fábricas de EE.UU. se quedan en el país.

En un artículo publicado en NewStatesman, el periodista Robert Wright cuenta que entendió mejor este problema en una peluquería en Indianápolis, situada justo enfrente de una fábrica de aparatos de aire acondicionado. Los empleados de la planta de Carrier acababan de recibir la noticia de que esta trasladaría su producción a México en 2019, pese a que la multinacional propietaria (United Technologies) había obtenido en 2015 unas ganancias netas de 7.600 millones de dólares. Según explicó a Wright el peluquero, muchos de sus clientes –trabajadores de la fábrica– se ven en el futuro atrapados en empleos temporales y con seguros médicos más precarios.

Ante ejemplos de este tipo, los “blairistas” siempre podrán escudarse en que su plan de choque contra los efectos perversos de la globalización consistía precisamente en formar a las siguientes generaciones para el tipo de empleo que demanda la nueva economía del conocimiento. En vez de proteccionismo y redistribución, como quiere la izquierda pura y dura, Giddens propuso dar prioridad a la igualdad de oportunidades a través de la educación y el empleo. Es la misma receta reformista que aplica en Italia el Partido Democrático (PD) de Matteo Renzi, la formación de centroizquierda que hoy goza de mejor salud en Europa.

Excomunistas por Le Pen

El choque entre “corbynistas” y “blairistas” en el Reino Unido, o entre los simpatizantes de Sanders y los de Hillary Clinton en EE.UU., guarda similitudes con el que se está viviendo estos días en el seno del Partido Socialista (PS) francés, con motivo de la reforma laboral (ver Aceprensa, 7-03-2016 y 13-05-2016).

Los partidarios de la izquierda clásica, alineados con el discurso proteccionista de los sindicatos, acusan a François Hollande y a Manuel Valls de haber traicionado al PS con sus políticas “neoliberales”. Estos, en cambio, se defienden diciendo que el verdadero socialismo combate la desigualdad de un mercado de trabajo que blinda a los trabajadores que llevan más tiempo contratados, mientras dificulta la contratación indefinida de nuevos empleados.

Los socialistas británicos y los franceses se debaten entre llevar sus partidos al centro o a la izquierda pura y dura

En mitad del fuego cruzado, el Frente Nacional (FN) consigue pescar votos con un discurso muy parecido al del UKIP. “Marine Le Pen está atrayendo a cada vez más votantes de la izquierda, sobre todo de municipios excomunistas del norte industrial. (…) En las elecciones europeas de 2014, fue el partido más popular entre los votantes de clase trabajadora”, explica The Economist.

El atractivo del FN para estos votantes, que volvió a hacerse patente en la primera vuelta de las regionales de 2015, da munición a la izquierda de línea dura: al desplazarse hacia el centro para intentar seducir a la clase media, la izquierda reformista se habría olvidado de las preocupaciones específicas de la clase trabajadora, ya se trate de obreros o de empleados en servicios como la hostelería o el transporte.

Las nuevas causas de la izquierda

Pero en el duelo entre ambas izquierdas hay algo más que economía y estrategia electoral: también pesan las causas sociales a las que cada facción da prioridad.

El Partido Demócrata de EE.UU. es un buen ejemplo. En un momento en que goza de enorme popularidad entre los ganadores de la globalización, como los gigantes tecnológicos de Silicon Valley que ayudan a financiar al partido, los demócratas estarían intentando camuflar su deriva elitista “haciendo hincapié en la defensa de los derechos de todas las minorías, no solo de los millonarios”, observa Christopher Caldwell en Le Monde.

Pero las batallas de Obama, a las que los seguidores de Hillary Clinton parecen dispuestos a dar continuidad –desde el matrimonio homosexual a los baños “trans”, pasando por las cuotas para mujeres en los consejos de administración y el acceso gratuito al aborto y a los métodos anticonceptivos– no son las que más interesan a los partidarios de Sanders.

Anoa Changa, activista de la organización Women for Bernie Sanders, se queja a The Guardian de que algunas feministas le reprochen que dé la espalda a Clinton. “Estoy segura de que, para ciertas mujeres, es la candidata perfecta. Pero hay muchos temas que afectan a las mujeres con sueldos bajos, a las inmigrantes o a las de color, que su manera de hacer política no aborda”. En cambio, opina que las propuestas del senador por Vermont para implantar la gratuidad de las matrículas universitarias o subir el salario mínimo federal a 15 dólares la hora beneficiarán a más mujeres.

En el extremo opuesto estaría la columnista de izquierdas Katha Pollit, quien se decanta por Clinton. Hace notar que Sanders también defiende los llamados “derechos reproductivos”; pero una cosa es estar a favor, y otra promoverlos activamente. Para el veterano socialista, dice Pollit, “el feminismo es una distracción”. Y eso implica que “los derechos reproductivos (al igual que [el control de] las armas y los derechos LGTB, que él sitúa al mismo nivel) son cuestiones secundarias”.

Ver también: El Estado social, en clave nacionalista

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