Al empleado doméstico, salario justo e igualdad de derechos

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Llegar a casa y encontrar la ropa planchada, las habitaciones esmeradamente limpias y la cena servida no es, en ningún caso, la huella de un duende que ha entrado por una ventana y se ha marchado sin esperar pago alguno. Es el rastro que dejan tras de sí en muchos sitios los empleados –y mayormente las empleadas– de hogar, una fuerza de trabajo que, si se mira con atención, está en la base del éxito profesional y de los laureles que se llevan otros.

Por fortuna, son cada vez más los que “miran con atención” y detectan cuáles son los problemas más acuciantes de este sector, y trabajan por remediarlos. La propia Organización Internacional del Trabajo (OIT), en junio de 2011, recogió en un documento, el Convenio 189, un conjunto de reglas por las que deben guiarse los Estados a fin de garantizar los derechos de los empleados domésticos.

La situación, sin embargo, es todavía bastante mejorable. Un reciente informe del organismo multilateral señala que el empleo en el hogar se ha caracterizado tradicionalmente por las precarias condiciones laborales, los horarios extensos, los bajos salarios, el ser forzado a ejecutar tareas no acordadas en los contratos, y la poca o nula protección social.

El “boom” económico latinoamericano de años pasados ha incidido en el incremento del empleo doméstico

Ha sucedido, pero continúa sucediendo: “Los empleados del hogar se exponen a condiciones lejanas al trabajo decente que estipula la OIT. (…) Ello refleja a menudo la ausencia de leyes adecuadas y la ausencia de una aplicación efectiva de aquellas que ya existen”.

Entre sus datos de interés, el estudio subraya que, de los 67 millones de trabajadores del hogar que hay hoy en el orbe, 55 millones son mujeres, y que el 41% de esta fuerza laboral se encuentra en Asia y el 27% en América Latina. Además, 60 millones no gozan de cobertura alguna por parte de los sistemas nacionales de seguridad social, una realidad que no es privativa de países en vías de desarrollo. En Italia, el 60% de los empleados de hogar no están dados de alta, algo que se repite en Francia y España, aunque en proporción bastante menor: el 30%.

Hay avances. En el caso de España, desde 2012 el Régimen Especial de la Seguridad Social de los Empleados de Hogar quedó incluido en el Régimen General del resto de trabajadores (ver Aceprensa, 13-07-2011). Pero subsiste una arbitrariedad sin pies ni cabeza, pues si bien los empleados domésticos cotizan –y asimismo sus empleadores–, no tienen derecho a la prestación por desempleo. Como si, a diferencia del resto de los mortales, quedarse en el paro no les supusiera contratiempo ninguno, ni facturas que pagar.

Parias entre los parias

En el sector se verifican, además, ciertas circunstancias aún más complejas. Ser empleado de hogar es una cosa, pero ser además inmigrante es otra. Y no para mejor. Según la OIT, que calcula en 11,5 millones el número global de trabajadores domésticos inmigrantes, estos deben cumplir con horarios laborales aún más abusivos que el de sus pares nacionales.

En adición a esto, de los países que garantizan algún tipo de protección a los trabajadores del sector, un 14% no extiende esos derechos a los que llegan de afuera. Así que parias entre los parias.

El de Marruecos es un caso interesante. Desde diciembre de 2015, el reino alauita prohíbe a sus ciudadanas firmar ningún tipo de contrato laboral con potenciales empleadores de Arabia Saudí. El objetivo es mantener a las marroquíes a salvo de eventuales “situaciones comprometedoras” en el país del Golfo Pérsico, aunque no hay detalles de cuáles pudieran ser estas.

Según un sondeo de 2012, el 67% de los empleados internos de origen inmigrante percibía en EE.UU. sueldos inferiores al salario mínimo

El Informe 2016 de Human Rights Watch sí que nos da pistas. Según el reporte, las trabajadoras del hogar sufren allí todo tipo de excesos, desde la obligación de laborar a deshoras, hasta la retención del salario, la privación de alimentos y abusos físicos, psicológicos y sexuales, que las autoridades saudíes se esfuerzan muy poco en investigar. Cuando lo hacen, a instancias de una denuncia, los empleadores suelen contrademandar y acusar a sus empleadas de robo, magia negra o brujería.

Lo paradójico es que la preocupación de Rabat por que sus trabajadoras en el extranjero no pasen por ese vía crucis, disminuye bastante cuando las reclamantes son las trabajadoras foráneas en suelo marroquí. Un grupo notable de ellas es el de las cerca de 3.000 filipinas empleadas de hogar, reclutadas por familias marroquíes de buena posición económica para que, entre otros deberes, ejerzan de niñeras, dado su dominio del inglés.

Pues bien: a semejanza de las arbitrariedades que sufren las magrebíes en Arabia Saudí, también no pocas filipinas en Marruecos se ven contra la pared, sea porque sus empleadores no les pagan lo acordado, sea porque las someten a maltratos físicos, las privan de la debida alimentación o les retienen el pasaporte si quieren marcharse.

El gobierno de Marruecos no parece que haya estado demasiado preocupado por el bienestar de esas inmigrantes, y quizás tampoco haya que esperar mucho de él. De hecho, en mayo de este año su Parlamento ha aprobado una ley para incrementar únicamente de 15 a 16 años la edad a la que una joven puede trabajar como empleada de hogar, a pesar de que grupos de derechos humanos habían pedido que el listón se ubicara en los 18 años, para evitar la explotación de las menores.

Si el empleo como domésticas de chicas de ocho años es algo bastante común en Marruecos, ¿alguien va a poner el grito en el cielo porque se emplee a chicas de 16? ¿Lo hará acaso porque una filipina acuda con moratones a una comisaría?

Un trabajo seguro, con descansos que se respeten

Para un inspector laboral que sin demasiado tropiezo visita una fábrica o una empresa de cualquier tipo, puede resultar difícil supervisar qué ocurre tras las paredes de una vivienda, que es el puesto de trabajo y, en no pocas ocasiones, la morada del trabajador del hogar. Esa frontera de lo privado, de la que es consciente el empleador, es no pocas veces una tentación para imponer reglas injustas.

Marruecos ha incrementado hasta los 16 años la edad a la que una joven puede trabajar como empleada de hogar, aunque es común hallar a chicas de ocho años en ese puesto

Hay, sin embargo, normas que cumplir: las expuestas en el mencionado Convenio 189, no siempre implementadas por las autoridades nacionales, que entre otras garantías deben asegurar:

  1. Que el trabajo de los empleados menores de 18 años, pero mayores de la edad mínima para el empleo, no los prive de la escolaridad obligatoria, ni comprometa sus oportunidades para acceder a la enseñanza superior o a una formación profesional (Artículo 4).
  2. Que los trabajadores domésticos sean informados sobre sus condiciones de empleo de forma adecuada, verificable y comprensible, mediante contratos escritos, en los que se refiera la remuneración, la periodicidad de los pagos, las vacaciones anuales pagadas y los períodos de descanso diarios y semanales (Artículo 7).
  3. Que estos empleados reciban un trato igual al resto de los trabajadores en cuanto a horario laboral, compensación de las horas extraordinarias, períodos de descanso diarios, semanales (que no pueden ser menos de 24 horas consecutivas), y vacaciones anuales pagadas, según la ley nacional y las características especiales de esta ocupación laboral (Artículo 10).
  4. Que se les garantice un entorno de trabajo seguro y saludable (Artículo 13).

Estas y otras previsiones, a todas luces coherentes con el más elemental sentido de la justicia, han sido ratificadas hasta la fecha por 22 de 187 países firmantes del Convenio; de ellos, 12 son latinoamericanos y 7 europeos.

¿Interno e inmigrante? Mala cosa

En lo que se desperezan los gobiernos, las empleadas y empleados de hogar se van coordinando en diversas partes del mundo para hacer valer sus derechos. Es así que la Federación Internacional de Trabajadores del Hogar, fundada en 2013, agrupa hoy a 47 organizaciones de 43 países de Europa, Latinoamérica, el sudeste de Asia y África, así como de EE.UU.

Solo en este último país, la National Domestic Workers Alliance (NDWA) cuenta con 53 organizaciones afiliadas que velan por los intereses de unas 20.000 niñeras, trabajadores de hogar y asistentes de ancianos. Una cifra, sin embargo, aún muy pequeña, pues según The Christian Science Monitor –que cita datos del Economic Policy Institute– hay unas dos millones de personas empleadas en tareas de este corte en todo el país.

De todos ellos, los que bailan con la más fea son los que desarrollan su labor como internos. La denominada Ley sobre las Normas del Trabajo Justo, que data de 1938 y que establece el salario mínimo, los pagos por horas extra y las regulaciones laborales que deben seguirse en los ámbitos público y privado, no cubre a los que viven en casa de sus empleadores. Si, además, los trabajadores son inmigrantes, directamente ni “bailan”.

Un minucioso sondeo de la NDWA, efectuado a poco más de 2.000 empleados y empleadas de hogar en 2012, en 14 ciudades de diferentes dimensiones poblacionales –desde la californiana San José hasta Nueva York–, halló que el 47% de los trabajadores domésticos eran indocumentados, y que el 11% eran live-in workers, es decir, de los que laboraban y literalmente vivían en el puesto de trabajo.

De estos internos, el 67% percibía sueldos inferiores al salario mínimo. En su caso era frecuente la ausencia de límites a la jornada laboral, el no poder dormir lo suficiente, la falta de privacidad, las restricciones de desplazamiento y la posibilidad, dos veces mayor que la de los empleados externos, de sufrir abusos verbales.

Para ellos y para el resto, la NDWA tiene una propuesta: “Join us today”, “Únetenos hoy”. Pero quizás su todavía pequeña lista de afiliados sea la mejor muestra de lo difícil que es tomar las escasas horas de descanso para nuclearse alrededor de una causa justa.

A más clase media, más trabajadores del hogar

Algo más al sur, en América Latina, también los trabajadores del hogar se coordinan para sacar adelante sus demandas. Un documental, titulado Día de descanso y filmado en México, ilustra los esfuerzos de las empleadas domésticas para hacerse oír por quienes toman las decisiones. “¡Detrás de cada diputado hay una trabajadora doméstica!”, claman las manifestantes, y no les falta razón. Por eso exigen que los aludidos muevan ficha.

En el mundo hay 67 millones de trabajadores del hogar; 55 millones son mujeres

Las iniciativas de organización en el subcontinente son muy variadas. En el país azteca, Marcelina Bautista, una joven que llegó de Oaxaca a Ciudad México en los años 80, y a quien sus empleadores le recordaban constantemente: “Tú vales menos que nosotros”, comenzó a interesarse poco a poco por las leyes laborales, mientras conocía a otras mujeres en idéntica situación. En 2000, Bautista fundó el Centro de Apoyo y Capacitación para Empleadas del Hogar (CACEH), entre cuyos propósitos está lograr que el Estado y la sociedad reconozcan la aportación económica de este trabajo y los derechos de quienes lo realizan.

Otros programas y asociaciones latinoamericanas son el Sindicato Nacional de Trabajadoras del Servicio Doméstico, en Colombia; la Asociación de Trabajadoras del Hogar, de República Dominicana, y varios sindicatos regionales en Perú, algunos de ellos surgidos como resultado de la creciente demanda de empleadas domésticas que ha generado el paso de unos 56 millones de hogares a la clase media por la “luna de miel” económica que ha vivido recientemente la región, gracias a sus abundantes materias primas.

María José Chamorro, especialista de la OIT, explica que, al ingresar más mujeres a la fuerza laboral durante los años de bonanza, se ha producido en los hogares una “crisis de asistencia”, que las empleadas domésticas –por lo general mujeres pobres, sin instrucción y pertenecientes a minorías étnicas muy desfavorecidas– han venido a mitigar.

Son las paradojas del desarrollo: que detrás de la creación de riqueza, de las estrategias macroeconómicas para sacar adelante a nuestras sociedades hay, además de los grandes talentos, personas desconocidas pero concretas que garantizan el orden, la limpieza del hogar, el cuidado de los mayores…

Solo queda acordarse de que también tienen derechos.

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