La directora de Quebec Anaïs Barbeau-Lavalette ha heredado la vocación documentalista de su madre Manon Barbeau. Tras diversas experiencias documentales, hizo una especie de making of de la impactante película Incendies. Posteriormente, rodó en Palestina Si j’avais un chapeau, momento en el que decidió hacer Inch’Allah, con el deseo de expresar las contradicciones de aquella sociedad, especialmente de sus mujeres, privadas de libertad por el ejército israelí y también en su propia cultura.
Inch’Allah, a pesar ser una película de ficción, tiene mucho de documental. Chloé es una doctora canadiense que trabaja en una clínica palestina para mujeres de Cisjordania. Tiene dos grandes amigas: una palestina embarazada, cuyo marido está en una cárcel israelí, y una vecina de la colonia judía, que trabaja como militar en la frontera con el campo de refugiados. Esa amistad –que podríamos llamar bipolar– le va generando un desgarro interior que se traduce en rabia, dolor y tristeza. Su compromiso social, y en cierto modo político, solo le trae incomprensiones en ambos bandos que van a desembocar en una pérdida total del norte para Chloé.
En el film se nota claramente la actitud militante de Barbeau-Lavalette, y eso no es malo, pero en su énfasis en la denuncia del drama y la injusticia, la cineasta pierde de vista un horizonte antropológico mayor, y la última palabra la tiene el sinsentido, la irracionalidad y la violencia extrema. Por ello, aunque está bien rodada y las imágenes tienen fuerza, el resultado es decididamente pesimista. Hay otros films, como Una botella en el mar de Gaza, que optan por ofrecer superaciones humanas al conflicto, lo cual es más arriesgado… y mucho más interesante.