Los Hombres de los Monumentos existieron: se trataba de una cuadrilla de maduros artistas, arquitectos, conservadores de museos, historiadores y un escultor que, en los coletazos de la II Guerra Mundial, se enrolaron en el ejército aliado para rescatar las obras de arte que habían caído en posesión de los nazis.
Con esta apasionante historia, Clooney construye una cinta de hechura eminentemente clásica más cerca –como él mismo reconoce– del cine de atracos que del cine bélico. El polifacético actor manifiesta que su intención era realizar una película a la antigua, que no fuera cínica, y reunir un reparto interesante de actores contemporáneos que pudieran realizar una nueva versión de películas como La gran evasión, Doce del patíbulo, Los cañones de Navarone o El puente sobre el río Kwai.
A pesar de que las críticas han llovido sobre Monuments Men –probablemente, entre otras cosas, porque las expectativas estaban muy altas–, hay que reconocer que la película tiene el tono clásico y heroico de algunos de estos títulos y que el reparto está impecable. Clooney parte de un material de primera –la historia real– con un mensaje –de respeto a la cultura y a las raíces– de esos capaces de iluminar y dar vida a cualquier producto de ficción. La pena es que, con semejantes mimbres, la cinta no llegue a conmover más que en contados momentos.
Monuments Men tenía papeletas para convertirse en un clásico y se queda en una película notable, interesante en muchos momentos, pero algo tediosa y falta de fuerza en otros. No es una cinta redonda y algunos hablan del patinazo de Clooney. Quizás, en cualquier caso, ese patinazo está por encima, muy por encima, de gran parte de los estrenos actuales de la cartelera.
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