Riken Yamamoto, arquitecto de la armonía social

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Riken Yamamoto, arquitecto de la armonía social
Museo de Arte de Yokosuka (Japón) / Cortesía de Tomio Ohashi

“El futuro de las ciudades pasa por crear condiciones –a través de la arquitectura– para que las personas se reúnan e interactúen”. Así piensa Riken Yamamoto, galardonado y reconocido con el Premio Pritzker de Arquitectura de 2024. Su inquietud social, convertida en leitmotiv de sus obras, le ha llevado a realizar diseños inspiradores para la interacción social.

Su obra nos recuerda que “en arquitectura, como en democracia, los espacios deben ser creados por la voluntad del pueblo…”. Con él, han sido nueve los arquitectos japoneses que han alcanzado esta distinción desde 1982. El primero fue Kenzō Tange (1987), seguido de Fumihiko Maki (1993), Tadao Andō (1995), Kazuyo Sejima y Ryūe Nishizawa (2010), Toyoo Itō (2013), Shigeru Ban (2014) y Arata Isozaki (2019). Toda una estela de arquitectos que dan fe de la excelencia de la arquitectura japonesa, que se sitúa en lo más alto del panorama mundial.

El arte japonés desde mediados del siglo XIX tuvo una gran influencia en la arquitectura moderna, tras su introducción por los arquitectos alemanes Bruno Taut y Walter Gropius, pues sirvió como contrapeso al funcionalismo. También fue germen de inspiración del arte europeo, de hecho, la Exposición Universal de Londres de 1862 tuvo como principal atractivo una muestra de arte japonés. En aquella época los pintores impresionistas admiraban los grabados japoneses que circulaban por París. El mismo Van Gogh manifestaba: “Envidio a los japoneses por la increíble y limpia claridad de la que están impregnados todos sus trabajos. Nunca resultan aburridos ni dan la impresión de haberse realizado a la ligera… Su estilo es tan sencillo como respirar”.

Al final, en la arquitectura, el influjo sería recíproco: la impronta de Mies van der Rohe y Le Corbusier se hizo presente en la arquitectura de Tadao Ando y de quienes le sucedieron. Y, al revés, la obra de Mies (la casa Farnsworth) fue vinculada al espacio japonés en 1981 por el arquitecto, profesor y crítico de arquitectura inglés, Kenneth Frampton.

Vista del patio de la “machiya” tradicional japonesa / Hamada Tomonori

Las claves de su concepción arquitectónica

Yamamoto ha sido heredero también de ese influjo de la arquitectura occidental. Pero las claves de su concepción arquitectónica se encuentran en su infancia y en su historia personal, ligadas a las tradiciones japonesas. Aunque nace en Pekín en 1945, a los pocos años se traslada a Yokohama (Japón), donde reside desde entonces y trabaja en su estudio.

En su infancia, huérfano de padre, recuerda que vivía en una casa remodelada según las machiyas tradicionales de madera, muy abundantes en Tokio. Estas casas con patio interior podían alternar dos funciones distintas: trabajo y residencia, permitiendo la conexión con la naturaleza y la circulación del aire por su interior. Por eso, su madre en la casa tenía la farmacia hacia la calle y, en la parte trasera, estaba la sala de estar. “El umbral de un lado era para la familia y, el del otro, para la comunidad. Yo me sentaba entre ambos”, decía Yamamoto.

Yamamoto considera que difuminar los límites entre los ámbitos público y privado ayuda a fomentar las relaciones sociales

A esto se suma el gran impacto que le produjo el Templo Kôfuku-ji, en Nara (Japón). Una pagoda de cinco pisos que simboliza los cinco elementos budistas: tierra, agua, fuego, aire y espacio. “Estaba muy oscuro, pero pude ver la torre de madera iluminada por la luz de la luna, y aquel momento fue para mí la primera experiencia con la arquitectura”. Y por decirlo todo, también han influido en su arquitectura los numerosos viajes que realizó por medio mundo, tratando de comprender las diversas comunidades, culturas y civilizaciones, lo que le permitió concluir que la idea del “umbral” entre los espacios públicos y privados era universal.

Viviendas en Pangyo (Corea del Sur), 2010 / Cortesía de Kouichi Satake

Yamamoto considera que difuminar los límites entre los ámbitos público y privado ayuda a fomentar las relaciones sociales, y además, esos espacios enriquecen no sólo a quienes los habitan, sino a toda la comunidad. Esta filosofía de compartir espacios donde los propietarios permiten a otros el paso por su parcela, la comienza a desarrollar en sus primeros proyectos de residencias unifamiliares, como la Yamakawa Villa (Nagano, 1977), en las que fusiona los ambientes naturales y los construidos, con el fin de poder acoger a residentes o transeúntes. Después lo hace en proyectos de vivienda social, como Hotakubo Housing (Kumamoto, 1991), en los que también busca unir culturas y generaciones.

Más tarde, incorpora elementos relacionales en complejos residenciales a gran escala, incluso para que, quienes viven solos, no vivan aislados, como hizo en las Viviendas Pangyo (Seongnam, República de Corea, 2010). Ahí, las viviendas poseen plantas bajas transparentes y parcelas sin vallado, facilitando así la interconexión entre vecinos. También mediante terrazas comunitarias, espacios de reunión, áreas de juego, jardines y puentes que conectan los bloques entre sí. Finalmente expande su influencia arquitectónica con proyectos como la Universidad de la Prefectura de Saitama (Koshigaya, 1999), el Museo de Arte de Yokosuka (2010), y la Biblioteca de Tianjin (en Tianjin, China, en 2012), donde demostró una notable habilidad para adaptarse a diversas escalas y contextos.

Un combinado perfecto de transparencia, funcionalidad y accesibilidad

Como hemos visto, otra clave que maneja en la filosofía de su diseño es la transparencia. Yamamoto busca la unión con la naturaleza: quiere dejar que la visión lejana del paisaje se cuele dentro de la habitación y conviva de igual a igual con los objetos y los muebles del interior.

Pero también busca la conexión social, de modo que quienes estén dentro puedan alargar la mirada hacia su entorno cercano y, quienes estén fuera puedan obtener un cierto sentimiento de pertenencia sobre un lugar ajeno. A unos y a otros –a los que ven o son vistos– se les está animando a compartir el espacio, a trabajar en colaboración. Esto se manifiesta especialmente en uno de sus proyectos más recientes: la Future University, Hakodate (2000), cuyo lema (“Open Space, Open Mind”) se refleja en el lenguaje arquitectónico de Yamamoto.

En ese edificio universitario, todas las áreas comunes son espacios abiertos y el resto (aulas, biblioteca, auditorio…) son salas transparentes divididas con paneles de vidrio. Un combinado perfecto de transparencia, funcionalidad y accesibilidad; categorías estas muy presentes en la arquitectura moderna de Mies van der Rohe, quien en 1933 había escrito: “El vidrio permite un grado de libertad en la configuración del espacio, del que ya no queremos prescindir. Sólo así podremos estructurar los espacios con libertad, abrirlos al paisaje y ponerlos en relación con él”.

Futura Universidad de Hakodate / Cortesía de Isao Aihara

La arquitectura de Yamamoto es de una estética austera y sencilla, basada en estructuras modulares y formas elementales, y que conecta bien con la mentalidad tradicional nipona. La austeridad japonesa se manifiesta en el modo de vivir y de trabajar, en el uso moderado de los bienes personales. En las obras de Yamamoto gana la apuesta la arquitectura moderna (el estilo internacional), pues él acepta la capacidad del nuevo material (el vidrio) para cambiar la sociedad, aunque aparentemente vaya en contra de algunos valores enraizados en su cultura. Una cultura milenaria que se caracteriza por el respeto mutuo, por la cortesía y la amabilidad, que no es sino el respeto a la intimidad: ese espacio privado (físico, emocional y espiritual) de cada uno. Un respeto, que se muestra en continuas reverencias, que incluye también a la comunidad.

La filosofía del “umbral” de Yamamoto, ese espacio fluido de acogida en tensión, converge con uno de los grandes valores de la sociedad japonesa: la armonía (Chowa)

Por eso, los japoneses anteponen el grupo al individuo; el beneficio ajeno al propio. La transparencia del vidrio, sin embargo, permite el acceso a la intimidad y facilita el asalto de los ojos al castillo del espacio personal. Y no solo eso: también en esa arquitectura están ausentes las sombras que bañan los muros. Muros desnudos en los que las sombras son su única ornamentación. ¿Qué pensaría Tanizaki –autor del famoso libro “El elogio de la sombra”– de estos edificios? Edificios en los que –según el catedrático José A. Sosa– “el límite desaparece y se pierde en una atmósfera homogénea de la que las sombras han sido expulsadas”.

Pese a todo, Yamamoto antepone la interacción social, busca acortar distancias y rescatar de la soledad a los habitantes de sus edificios: “El enfoque arquitectónico actual –dice el galardonado– enfatiza la privacidad, negando la necesidad de relaciones sociales. Sin embargo, aún podemos honrar la libertad de cada individuo mientras vivimos juntos en un espacio arquitectónico como una república, fomentando la armonía entre culturas y fases de la vida”.

La filosofía del “umbral” de Yamamoto, ese espacio fluido de acogida en tensión, converge con uno de los grandes valores de la sociedad japonesa: la armonía (Chowa). Japón tiene una de las tasas de criminalidad más bajas del mundo. Entre sus costumbres está la de conseguir un espacio común donde todos velan por el bienestar del resto, sin altercados ni disputas, buscando siempre el consenso. Yamamoto es el arquitecto de la armonía social, que incentiva a través de la cultura y las fases de la vida. Es verdad que puedes pasar sin problemas al jardín del vecino, pero aunque no haya una barrera física, hay una barrera mental que limita entre lo propio y lo de los demás.

En cualquier caso, la arquitectura de Yamamoto se hace eco de ese dicho que comparte la sociedad japonesa: “Solo hay una oportunidad en la vida”, que viene a subrayar la importancia de los encuentros que asaltan nuestro camino.

Universidad Nagoya Zokei / Cortesía de Shinkenchiku Sha

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