¿Cuántas vidas puede salvar una conversación a tiempo? Es una pregunta sencilla, pero de difícil respuesta, que retumba en el aire mientras las luces del Aula Magna de la Universidad Internacional de Catalunya (UIC Barcelona) se apagan. Hay un silencio expectante, solo roto por el sonido de una sirena lejana. El periodista Ramon Pellicer toma la palabra: “A veces, el peor de los escenarios para una familia comienza con el sonido de una llamada de emergencias…”.
Durante tres días, la Universidad Internacional de Catalunya quiso dar voz a un problema, que algunos han calificado como “pandémico”: en torno al Día Mundial de la Prevención del Suicidio, tres jornadas de reflexión y talleres para hablar, sobre todo, a los más jóvenes. La pretensión no era llenar de estadísticas los dos campus de la universidad y calles de Barcelona y Sant Cugat, sino despertar conciencias, poner rostros y nombres a una realidad que, con demasiada frecuencia, queda sepultada en el silencio. El suicidio, una crisis de salud pública que cobra miles de vidas cada año, encontró en la UIC un espacio para hablar de esperanza, de redes de apoyo, y de la necesidad imperante de escuchar antes de que sea demasiado tarde.
“Queremos hablar de las personas”, explicaba Ramon Pellicer, durante la presentación del documental producido por la misma universidad, La xarxa invisible, momento central de estas jornadas. “Queremos hablar de personas dispuesta a ayudarnos a crear redes invisibles de protección, creadoras de esperanza”. “Algo muy presente –seguía diciendo el periodista– en los objetivos de la UIC, precisamente por su capacidad de divulgación y concienciación, como ya demostró hace tres años, con el documental Brazadas, sobre la problemática del ELA”. Entonces, el invitado especial y protagonista fue Juan Carlos Unzué, hoy felicísimo de haber marcado un gol decisivo –aunque no el último–, con la aprobación reciente de la ley tan reclamada.
En esta ocasión, la “red invisible” atrajo a otro grande. Grande de cuerpo –más de dos metros, con resonante voz– y grande de corazón. Iñaki Zubizarreta, exjugador de baloncesto quien, a pesar de su tamaño, un día decidió acabar con su vida, a causa del mal del que era víctima.
El gigante de cristal
Ahora, Iñaki Zubizarreta es un Cid Campeador contra el bullying. Imparte talleres sobre la prevención del acoso escolar y el suicidio, enseñando a los niños –y no tan niños– a romper el ciclo de la violencia, a no quedarse en silencio. Suele empezar con una foto de cuando tenía once años. Equipo de fútbol: rodeado de cuatro compañeros y el entrenador. Pero el contraste es impactante: un niño grande, sí, pero con una mirada herida, frágil, que nadie supo ver.
“Me llamaban subnormal”, cuenta; “parece que cuando eres grande, es imposible que te hagan daño, pero cada insulto es como una espada que te mata en vida. Y más cuando ves que los que, se suponía, tenían que ayudarte –algunos profesores–, se ‘aliaban’ con los ‘malotes’… ‘Son cosas de niños’, dicen. Pero la broma es cuando todo el mundo se ríe: si hay una persona que no se ríe, no es una broma”. Su tamaño, lejos de convertirlo en alguien admirado, lo transformó en blanco de burlas y desprecio. Y un largo silencio que, sumado a una difícil situación familiar, lo llevó a los acantilados de Getxo, con la intención de acabar con su sufrimiento.
“Lo único que quiere el que está al otro lado de la línea es una pregunta: ¿Qué te pasa?”, dice el responsable del Teléfono de la Esperanza
“Uno no se planta frente al vacío porque no quiere vivir, sino porque no encuentra paz”. Sin embargo, la historia de Iñaki no terminó en el borde del abismo. Fue el amor por su hermano pequeño lo que le detuvo, lo que le hizo darse cuenta de que no podía sumar otro dolor a su familia. “No me parecía justo dejarle solo… Y me aferré a ellos con uñas y dientes”. Tiempo después, gracias al amor de dos amigos y de quien es hoy su mujer, pudo romper con ese silencio y reconstruir su vida: “El amor propio es lo que me salvó, y es lo que intento enseñar a los jóvenes: que se amen lo suficiente, para no dejarse destruir y para amar”.
El sonido de la esperanza
El 19 de marzo de 1969, el sacerdote catalán Mn. Miquel Àngel Terribas creó lo que llamó el “Teléfono de la Esperanza”. ¿Misión? Escuchar. 24/7. Un servicio considerado ya entonces tan fundamental, que, a la muerte prematura de Terribas –tan solo con 53 años–, en 1986, los barceloneses se dieron cuenta de que no podían prescindir de este servicio: para quien lo necesitara y cuando lo necesitara. Sin excepción. Mn. Agustín Viñas tomó el relevo, constituyendo, en noviembre de ese año, la Fundación Ayuda y Esperanza, un equipo de varios centenares de voluntarios, dispuestos a atender a las miles de personas que llaman a ese teléfono, todos los años… “Lo único que quiere el que está al otro lado de la línea –explica Sergi, psicólogo, responsable de la fundación– es una pregunta: ‘¿Qué te pasa?’”. Una pregunta que infunda esperanza. “Tenemos más herramientas que nunca para escucharles y escuchamos poco”, comenta Roger, uno de estos voluntarios, siempre atento a la llamada necesitada.
Son centenares, miles, las personas que quieren poner fin a los casos de acoso y suicidio, especialmente el juvenil y que forman parte de esta red invisible de la que habla el documental dirigido por Albert Gordillo. Esta película, dice el realizador, “busca ayudar al que sufre, abriéndole una puerta a la esperanza”. Y sigue: “Queremos concienciar y dar visibilidad a esta realidad, rompiendo el estigma que actualmente tiene”. Porque, como afirma la psicóloga Cecilia Borràs, al inicio del filme, “la palabra ‘suicidio’ no mata. En cambio, el silencio sí. Que no hablemos de ello, sí”.
Ese era el silencio que encerraba, por ejemplo, a Susanna, desde muy jovencita, por las consecuencias que, pensaba, podría acarrearle hablar. “Me encontraba en una soledad absoluta”, dice. “Tenía 18 años y fui a la estación para terminar con todo. Veía venir el tren y, cuando ya estaba lista, una voz en mi interior, algo que no sabría explicar, me dijo: ‘No podrán conmigo. Te tienes a ti misma’. Di un paso atrás y tuve una nueva sensación; como cierta felicidad. Un suspiro. Una sonrisa… Entonces, me agarré a lo que pude: a mis estudios, a mi trabajo… Y, poco más tarde, a un deseo inmenso de ser madre; un deseo de tener a alguien a quien amar y cuidar. Esto fue lo que realmente me salvó”. Y esto fue lo que consiguió: hoy, madre de cuatro hijos, asegura que toda iniciativa para prevenir estas muertes es necesaria. “Es abrir una ventana a estas personas y darles la mano y decirles que ‘no estáis solos’. Es abrir a la vida”.
“El éxito académico es un factor protector contra el suicidio”, pero lo que más protege “es que los jóvenes aprendan a narrar su vida, a entender sus emociones, porque solo así pueden gestionarlas” (Francisco Villar, psicólogo)
Esperanza. Seguramente, la palabra que más se repitió durante estos tres días, en la UIC y que, de intento, se repite en esta crónica. Porque es de lo que habla La xarxa invisible y de lo que hablan los testimonios de quienes han conseguido salir del pozo y empezar de nuevo.
No se trata de un mensaje utópico. Lo aseguraba Glòria Iniesta, maestra y miembro de la Asociación para la Prevención del Suicidio y la Atención del Superviviente, en la mesa de expertos final, refiriéndose a los avances en la sensibilización y la creación de espacios de escucha: “El documental evidencia cómo ha cambiado la conciencia sobre la prevención del suicidio en los últimos años”. Y Diego Palao, director del Plan de Prevención del Suicidio, de la Generalitat de Catalunya: “La prevención es posible, y empieza por reconocer la vulnerabilidad de las personas, pero también su capacidad para salir adelante”.
Concienciar. Prevenir. Acompañar
Hay que actuar. Generar espacios seguros donde se escuche a los jóvenes y se les enseñe a gestionar sus emociones desde una temprana edad. Es una de las conclusiones a la que llegaron Palao, Iniesta y Francisco Villar, psicólogo clínico infantil y juvenil, coordinador del programa de atención a la conducta suicida del menor, en el hospital Sant Joan de Déu, en Barcelona.
Villar, de hecho, empezó poniendo el foco en el papel que juega el entorno educativo, afirmando que “el éxito académico es un factor protector contra el suicidio”. Pero lo que más protege, siguió explicando, “es que los jóvenes aprendan a narrar su vida, a entender sus emociones, porque solo así pueden gestionarlas”.
Otra vez: concienciar y romper el silencio autoimpuesto.
Y, también, la maestra Iniesta aseguró que, aunque queda mucho por hacer en cuanto a recursos y personal especializado, “el esfuerzo para formar a los docentes en prevención es cada vez mayor”. “Estamos ante carrera de fondo, no una de cien metros”, aseguró Palao. Y he aquí el ejemplo de tantos países que “han conseguido una reducción del suicidio, partiendo de unas tasas muy superiores a las nuestras, y todo fruto de planes estratégicos que han durado diez años. Necesitamos, por tanto, continuidad y, sobre todo, voluntad de escuchar”.
“#TriemLaVida” –elijamos la vida. Es el lema de la campaña del plan que dirige Diego Palao y que tan bien ha penetrado en escuelas y universidades. Elijamos la vida, “para afrontarla con valentía; es un reto, claro”, decía Villar.
El reto de ayudar y acompañar.
La red que salva vidas
Tres días son pocos, cuando se trata de una carrera de fondo. Pero son tres días que sirven para espolear. ¿Un gesto, quizá? Pero una pequeña luz, seguro. Como la metáfora con la que Alfonso Méndiz, rector de la UIC, quiso concluir el acto de presentación de La xarxa invisible. “Si alguna vez habéis estado al lado de alguien que sufría –se dirigía a las cerca de cuatrocientas personas que asistieron–; si alguna vez le habéis tendido una mano, por favor, encended la luz de vuestros móviles”. Y en ese momento, como si las estrellas se hubieran materializado en la sala, las luces comenzaron a brillar.
Un recordatorio de lo más esencial: somos una red de apoyo para quienes nos rodean. Estar presentes, escuchar, preguntar “¿cómo estás?” y actuar antes de que el silencio sea irreversible.
“La red invisible somos todos”, concluyó Méndiz, dejando al auditorio con la certeza de que, aunque el camino sea largo, no estamos solos en la lucha contra el suicidio. Centenares de luces encendidas, formando una auténtica red visiblemente invisible.
Jaume Figa Vaello
@jaumefv