“Estoy viviendo algo que me sobrepasa”, explica Grégoire Ahongbonon (Benín,1953), fundador de la Asociación Saint-Camille-de-Lellis, que ofrece atención a personas con enfermedades mentales en Togo, Costa de Marfil y Benín desde 1991.
La sensación de estar desbordado no es para menos. En un continente en el que hay más de 150 millones de personas afectadas por algún tipo de enfermedad o trastorno mental, el proyecto de Gregoire ha reinsertado a 200.000 personas, ha construido 18 centros con más de 200 plazas en cada uno, ha creado más de 40 dispensarios que ofrecen medicación y seguimiento hasta en las zonas rurales más alejadas
Todo con un programa de tratamiento que, además del adecuado procedimiento sanitario, aboga por reconocer la dignidad de cada persona y hacerla sentir amada. Y con una asociación que, más de 30 años después de su fundación y a pesar de los resultados que ha demostrado, sigue viviendo de la providencia.
Los enfermos mentales en África, “los olvidado de los olvidados”
Grégoire Ahongbonon no es psiquiatra, ni enfermero, ni psicólogo. Es un reparador de neumáticos, casado y padre de seis hijos. Con 23 años era también un precoz y exitoso emprendedor que regentaba un negocio con cuatro taxis que le llenaba bien los bolsillos.
Sin embargo, la mala suerte le hundió de golpe y todo su negocio se vino abajo, dejando a la familia sin nada. “En un mes lo perdí todo, estuve a punto de suicidarme”, explica Ahongbonon. Sin embargo, así fue como se empezó a fraguar su sensibilidad hacia los que sufren.
Un sacerdote católico le tendió la mano en esos momentos y él recuperó la fe de su infancia. A ese mismo sacerdote le escuchó decir que “cada cristiano tiene que participar en la construcción de la Iglesia colocando su piedra”.

Y la piedra de Ahongbonon es ahora un proyecto que está transformando la atención a las personas con problemas psicológicos en África Occidental. Ahongbonon se topó con la realidad que sufren estos enfermos durante sus visitas a un hospital y al empezar a dar de comer a los que habitaban en la calle.
Abundan los “campos de plegarias”, en los que se deja a los pacientes, a los que se considera endemoniados, para que las sectas y los curanderos les “curen” con la práctica de “hacer sufrir el cuerpo para que salga el diablo”
“Los enfermos mentales son los olvidados de los olvidados, abandonados por todo el mundo”, explica. La atención sanitaria prácticamente no llega a ellos, las familias no saben cómo ocuparse y muchas veces viven encadenados en sus propias casas y las abundantes sectas se aprovechan de la situación cobrando por obrar un “milagro”.
De hecho, abundan los “campos de plegarias”, en los que se deja a los pacientes, a los que se considera endemoniados, para que las sectas y los curanderos les “curen” con la práctica de “hacer sufrir el cuerpo para que salga el diablo”. Estos campamentos suponen un negocio para las sectas y las instituciones no intervienen porque a nadie le interesan los enfermos mentales, denuncia Grégoire.
Ahongbonon empezó su proyecto persona a persona. Recogiendo a los enfermos de las calles, yendo a los campos de oración y atendiendo las peticiones de familiares desesperados. Lo que ha visto es un abandono absoluto de las más básicas nociones de humanidad: personas encadenadas, encerradas, sin alimentar, sin vestir y sin tratar.
Ahongbonon es muy duro con las sectas, a las que crítica por hacer caja con esta situación, pero no culpa a las familias, puesto que asegura que sus medidas son producto de la ignorancia y de la angustia.
El fundador de la asociación no olvida a la primera persona a la que tuvo que desencadenar. Un hombre que murió al poco de ser rescatado debido a la desatención que había sufrido. Treinta años después cuenta la historia con la misma indignación y abatimiento que el primer día.
Apostar por la dignidad de las personas: amor, trabajo y reinserción
En Costa de Marfil, un país igual de grande que Francia, solo hay dos hospitales psiquiátricos. En Benín, solo uno. Ahongbonon lo tuvo claro: si quería competir con las sectas, la solución era abrir centros y más centros. A día de hoy, su esfuerzo ha dado resultado y en las zonas en las que trabajan, las familias acuden a ellos y no a las sectas.
“Lo primero que estas personas necesitan es sentirse amados”
En el centro, los enfermos son atendidos por enfermos que también han sido tratados y que se forman para devolver lo que ellos han recibido . El punto de partida muy sencillo: “Lo primero que estas personas necesitan es sentirse amados”.
“Muy pronto entendí que había que implicarles [a los enfermos ya curados] en la misión, y a día de hoy son los que hacen todo”, explica Ahongbonon. “Nos creemos que no pueden trabajar, pero la vía más segura de matar a un ser humano en vida es dejarle sin hacer nada”, asegura.
El objetivo es la reinserción, y los pacientes acaban volviendo a sus familias y a sus comunidades, con los que la asociación también va trabajando para sensibilizar y concienciar.
“A veces los pacientes están enfadados con sus familias por el trato que han recibido. Hay que hacer también procesos de reconciliación que acaban generando mucha alegría”, explica el fundador.
El éxito de la reinserción solo se consigue gracias a la ayuda de religiosos de el país, que garantizan el funcionamiento de los dispensarios y el seguimiento de los pacientes.
Estos sufren de enfermedades mentales graves como la bipolaridad, la depresión o la esquizofrenia; pero también abunda el sufrimiento mental causado por la miseria y la pobreza, y hay un gran número de afecciones causadas por las adicciones a las drogas.
De hecho, en 2024, gracias a la ayuda de la Fundación CESAL, se construyó un centro de tratamiento en Dassa (Benín) con un programa exclusivo para personas drogodependientes, algo prácticamente inexistente en África Occidental.
Para Ahongbonon, su trabajo no habrá acabado mientras una sola persona siga sufriendo: “La persona a la que hemos tratado que más tiempo había pasado encadenada era una mujer. Estuvo treinta y cinco años. En ella están todas las mujeres del mundo, todos los seres humanos del mundo. Allí donde hay un enfermo encadenado, yo también estoy encadenado”.