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Raíces de la violencia sexual

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La violencia sexual es uno de los problemas más desagradables y contra los que más se clama en la sociedad de hoy. Es también uno de los que más se resisten a los intentos de atajarlo. Rafael Navarro-Valls, catedrático de Derecho en la Universidad Complutense (Madrid), propone ir a las raíces (El Mundo, Madrid, 23 marzo 2001).

La violencia sexual, dice Navarro-Valls, es «uno de los tiros por la culata de la modernidad», en palabras de Octavio Paz. Así, en efecto, se expresaba el poeta mexicano en La llama doble: «Se suponía que la libertad sexual acabaría por suprimir tanto el comercio de los cuerpos como el de las imágenes eróticas. La verdad es que ha ocurrido exactamente lo contrario. La sociedad capitalista democrática ha aplicado las leyes impersonales del mercado y la técnica de la producción en masa a la vida erótica. Así la ha degradado, aunque el negocio ha sido inmenso».

Un aspecto prominente del comercio erótico es la explotación de la sexualidad por parte de la industria del espectáculo. La influencia precisa de la televisión y el cine en los comportamientos violentos es discutida. Pero es difícil no ver la relación, y un estudio como el de Michael Medved en Hollywood versus America (ver servicio 167/92) aporta datos que permiten apreciarla. «Algunos, como Peter Biskind en Premiere, la rechazaron y la calificaron de histérica. The Economist, sin embargo, coincide con la tesis de Medved», señala Navarro-Valls. En cualquier caso, «puede provisionalmente concluirse que las pautas de comportamiento sexual difundidas por parte de los media contienen una buena dosis de irresponsabilidad. De modo que se produce un curioso efecto: los mismos medios que braman contra la violencia sexual probablemente son cómplices indirectos de ella, al contribuir con sus mensajes a crear el caldo de cultivo propicio».

A menudo, se quiere atajar la violencia sexual así fomentada mediante leyes más específicas y severas. Pero Navarro-Valls advierte contra «la ingenua confianza en las medidas legales para erradicar el problema. El Derecho es un modesto instrumento de paz social. Pero echar sobre sus espaldas la ingente tarea de variar los comportamientos sociales una vez alterados, es olvidar que el Derecho tiene un influjo mayor mediante lo que podríamos denominar su actividad negativa. Esto es, puede contribuir a no erosionar el ecosistema familiar y social con más eficacia que a restaurarlo, una vez modificado por perturbaciones sociales».

Un ejemplo de esta ingenuidad puede verse en Estados Unidos, donde «se ha llegado a presentar en la Cámara de Representantes un proyecto de ley (Pornography Victims Compensation Act) en el que las víctimas de los delitos contra la libertad sexual podrían pedir indemnizaciones a la industria pornográfica. Bastaría demostrar que ella ha sido la causa que ha provocado, aunque sea indirectamente, el ataque sexual contra mujeres o niños. Justificación de los congresistas promotores: ‘La pornografía borra la humanidad de la víctima con mentiras tales como que las mujeres quieren ser violadas o que los niños desean sexo’. Pero estas medidas legales no llegan a la raíz del problema. El verdadero problema es, parece ser, el elevado coste que la población infantil y adolescente está pagando por los errores que los adultos hemos incorporado en el significado de la sexualidad».

Frente a las consecuencias de la «revolución sexual», empieza a percibirse una reacción. La gente redescubre la fidelidad, el compromiso mutuo y el matrimonio, valores despreciados durante años. «Pero esta nueva actitud no significa, sin más, un retorno al equilibrio. La revolución sexual ha sido absorbida en buena parte por la cultura, y aunque, por eso mismo, ha dejado de ser algo nuevo y atrayente, lo cierto es que ha dejado una huella profunda que ha llevado de la exaltación del sexo a su trivialización y, de ahí, al desencanto».

La solución no es rápida, pero tampoco imposible. «¿Cuál es el capital social del que disponemos para atajar estas causas de violencia sexual? Si estamos a los índices que propone Fukuyama para medirlo en las sociedades occidentales, el activo está disminuyendo de forma alarmante. Desde instancias diversas se sugiere un esfuerzo combinado de reconstrucción social en el que intervengan todas las fuerzas sociales: Estado, sociedad civil, religión y poder mediático. Tal vez debamos comenzar por la escuela y la familia en un esfuerzo de verdadera socialización de los valores.

«Reducir el sexo a mera genitalidad es sembrar las semillas de la violencia sexual, y provocar a la larga actitudes de riesgo. No se trata de dramatizar más de la cuenta. Se trata de aplicar la sensatez».

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