¿Qué ofrece Occidente?

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André Comte-Sponville ha conseguido que su libro Petit traité de grandes vertus (PUF) (Pequeño tratado de grandes virtudes) sea durante más de un año uno de los más vendidos en Francia. Este filósofo, profesor de la Universidad de París-I, sostiene una postura ética a partir de valores judeocristianos que desliga de referencias trascendentes. Seleccionamos parte de sus declaraciones a Le Figaro (París, 21-III-96).

– ¿Cómo explica el nuevo interés social por la filosofía?

– Es el resultado de varios declives. En primer lugar, el declive de las respuestas prefabricadas que aportaban las ideologías. Eso lleva a la gente a buscar personalmente la respuesta a cuestiones que le preocupan. También, el declinar del cristianismo. Por último, el declive de las ilusiones que nos habíamos hecho sobre las ciencias humanas. (…)

– Crisis de valores, de la moral, de la política, todo está ligado…

– Sería completamente estúpido pasar de un extremo a otro. En mayo de 1968, se decía que todo era política y que una buena política hacía las veces de moral. Sería un grave error caer en el exceso contrario, considerar que todo es moral y que la moral puede sustituir a la política. Dos generaciones, dos errores. (…)

– En ese contexto, ¿para qué puede servir la política?

– El error es creer que la política debe responder a nuestros deseos. La política (…) sirve para realizar opciones. Por ejemplo, querer un aumento indefinido de la atención sanitaria, sin estar dispuesto al mismo tiempo a pagar el coste en términos financieros, es pura contradicción.

– De toda reivindicación se dice que es legítima…

– Se confunde demasiado los derechos y los deberes. La cuestión de los deberes es ocultada por la cuestión de los derechos. Hoy todo el mundo habla de derechos a propósito de cualquier cosa, incluso cuando es absurdo hablar de derechos, pues no se puede -por definición- tener derecho sino a lo que es posible. Se habla, por ejemplo, de «derecho a la salud». Si hay derecho a la salud, el canceroso debería poder querellarse. Pero, ¿contra quién? No hay derecho a la salud. No hay derecho a la vida, puesto que morimos. No existe el derecho a la belleza. No hay derecho a la genialidad, como tampoco a la felicidad. Pero hay derecho a los cuidados, a la seguridad, a la libertad…

– ¿Por qué nuestro sistema educativo da la impresión de que ya no funciona?

– Las tareas elementales de la escuela deberían ser tareas de instrucción, antes que de educación o de iniciación. Enseñar a leer, a contar, hacer adquirir un mínimo de bagaje cultural se ha convertido en un calvario para los profesores. Por eso es urgente devolver a los maestros los medios necesarios para realizar un trabajo eficaz, lo que supone, entre otras cosas, que se les devuelva el poder. (…) Es urgente revalorizar las nociones de instrucción, esfuerzo, disciplina y, por tanto, de obligación. En su época, Alain reaccionaba ya contra lo que llamaba «la ideología del jardín de infancia», que por lo visto invadía ya el discurso pedagógico. (…) La escuela es ante todo un lugar de trabajo, adonde no se va por placer, o, al menos, en el que el placer deriva del esfuerzo, de la dificultad superada. Hay que decir a los jóvenes que van a la escuela a trabajar, que el trabajo en sí no es nunca un placer, que siempre hay que poner esfuerzo. No hay buena escolaridad sin esfuerzo, y no hay esfuerzo sin obligación.

– Volvemos a la cuestión de los valores. ¿Qué somos capaces de proponer?

– Hay que tomar conciencia de que la cohabitación de las culturas no es una amigable partida entre compañeros, en la que cada uno se interesa en cómo ve el otro el universo. También es una relación de fuerzas.

A este respecto, la extraordinaria vitalidad del Islam plantea la cuestión de la vitalidad, o de la ausencia de vitalidad espiritual, de Occidente. No se trata de condenar al Islam en cuanto tal, sino de preguntarse: ¿qué propone Occidente al mundo? ¿Todavía cree en sus propios valores lo suficiente como para practicarlos o, incapaz de defenderlos, sólo sabe consumir y hacer negocios mientras espera la muerte? Si sólo queda en Occidente el nihilismo, la sofística y el individualismo, entonces no tenemos nada valioso que enfrentar al Islam, y su expansión está llamada a continuar. Mejor para ellos, pero peor para esos valores y tradiciones judeocristianas, que son las nuestras y a las que, por mi parte, estoy ligado. (…)

Me parece que el Occidente cristiano, aun descristianizado, implica siempre ciertas cosas. Cuando no se tiene ya la fe, queda la fidelidad, es decir, cierta moral, ciertos valores, ciertas tradiciones… No es necesario creer en Dios para darse cuenta de que el amor es preferible al odio, la generosidad al egoísmo, la valentía a la cobardía. No es preciso creer en Dios para apreciar la grandeza moral, humana, espiritual de las Escrituras y del Nuevo Testamento en particular.

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