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Prácticas profesionales de solidaridad

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Los universitarios ante el voluntariado
Prácticas profesionales de solidaridad Durante el curso y durante las vacaciones, en su propia ciudad o a miles de kilómetros en un pueblo de los Andes, hay universitarios que deciden aplicar sus conocimientos profesionales para ayudar a otras personas agobiadas por la pobreza o la ignorancia. Estas actividades de voluntariado les exigen gastar su tiempo en asuntos ajenos, aguzar el ingenio y olvidarse de muchas comodidades. En un momento en que se insiste tanto en el «pragmatismo» de los jóvenes, no hay que olvidar a los que en tantas universidades se esfuerzan en vivir la solidaridad con efectos prácticos. Y satisfechos de hacerlo. Así se comprueba, por ejemplo, en los testimonios de los alumnos de la Universidad de Navarra, que explican sus actividades asistenciales del verano pasado (1).Médicos e ingenieros en Perú

A finales de junio se presentaron en la aduana con mil kilos de equipaje: una tonelada de medicinas y material sanitario, del que 200 kilos tuvieron que quedarse en tierra. En Abancay y en Chiclayo (Perú), 24 universitarios -la mayoría estudiantes de Medicina- se dividieron en dos zonas, acompañados por dos médicos de la Clínica Universitaria de Navarra. Su llegada era muy esperada por los habitantes de la Sierra andina, que reciben la visita del médico -en el mejor de los casos- cada 6 meses.

Los estudiantes de Medicina se han dedicado a labores asistenciales, como pasar consulta a diez mil personas o impartir cursos de educación sanitaria a los promotores de salud y de primeros auxilios a la compañía de Bomberos.

Entre los pacientes, recuerdan a una niña de seis años, que pasó por momentos difíciles: un día de frío se arropó con una manta y se acercó a la lumbre de una hoguera. Pero tanto se arrimó, que la manta comenzó a arder, produciéndole grandes quemaduras en todo el cuerpo. Sus padres la abandonaron. Un vecino la llevó al hospital, donde permaneció tres meses de rodillas, única postura que podía adoptar. Tras un injerto de piel, la pequeña pudo apoyar la espalda, pero todavía requería muchos cuidados y, sobre todo, un medicamento bastante caro en el mercado peruano. Francisco Rodríguez, testigo de la historia, se la contó por carta a un amigo suyo que, conmovido por el relato, envió 50 dólares para adquirir el fármaco.

En la misma expedición, dos alumnos de ingeniería trabajaron durante dos meses y medio en proyectos de electrificación de las zonas rurales de Abancay. Han recogido datos -como el caudal del río y el salto de agua- y han establecido contactos para la posible construcción de pequeñas centrales hidroeléctricas.

Los peruanos mostraron su agradecimiento obsequiando a los jóvenes con algo de lo poco que tenían: patatas, huevos, una gallina… Y con una frase para el momento de la despedida: «que vuelvan los doctorsitos españoles».

En un hospital de Sierra Leona

Otra estudiante de Medicina, Cristina Gámez Cenzano (6º curso), pasó las vacaciones en el hospital Nuestra Señora de Guadalupe, en Sierra Leona, país costero del Oeste de África. Su trabajo consistió en tratar a los enfermos que acudían diariamente a las dos pequeñas consultas que, junto con el almacén y la farmacia, componen el centro de atención primaria de las Hermanas Clarisas. Durante algún tiempo contó con una ayuda especial, la de su madre, enfermera de profesión, pero luego se las arregló sola con los casi cien enfermos que pasaban cada día por la consulta.

Para entenderse con los pacientes tuvo la ayuda de una traductora. Pero también aprendió un poco de temne, el idioma local, «para estar más cerca de la gente, ya que además de ayudarles quería dar un testimonio cristiano». «Sólo contaba con el fonendo, las manos, ingenio y libros que estudiaba por las noches -explica la protagonista-. Una vez hecho el diagnóstico explicaba a cada persona la enfermedad que tenía. Las hermanas les dan los medicamentos a un precio simbólico, porque si no, dejan de tomarlos o los venden: en los mercados pueden verse puestos con pastillas de todos los colores».

El momento más comprometido llegó cuando un bebé de cinco días que esperaba con su madre para la consulta sufrió una parada cardíaca. «Su madre comenzó a gritar al verlo de color azulado por falta de oxígeno. Me acerqué al oír sus gritos. El bebé no tenía pulso ni respiraba. Con los nervios del momento reaccionas casi por instinto para salvar una vida. Comencé a hacerle la respiración artificial y masaje cardíaco con los dedos, porque era muy pequeño, probablemente prematuro. De pronto empezó a reanimarse. Le inyectamos adrenalina y salió adelante. Fue una experiencia que me impresionó mucho, porque he podido ayudar a muchas personas, pero a este niño le salvé la vida».

El agradecimiento de la gente, que la saludaba por la calle y le llevaba pequeños regalos, como guayabas, plátanos u otras frutas, es uno de los motivos por los que quiere regresar a Yonibana. Pero antes quiere estudiar una especialidad -medicina interna o de urgencias-, ya que, según dice, «para ayudar más, necesitas saber más».

Consultorías para jóvenes

También los estudiantes de Derecho de la Universidad de Navarra están llevando a cabo una experiencia que comenzó a funcionar en octubre del año pasado. Es el Servicio de Orientación Jurídica para Jóvenes, fruto de un convenio de cooperación educativa con la Casa de la Juventud de Pamplona. Las consultas de más de 800 jóvenes de la ciudad han sido resueltas por un grupo de 50 estudiantes de 5º curso.

Los temas de asesoramiento más frecuentes han sido los relativos al servicio militar, la prestación social sustitutoria, la vivienda y el trabajo.

El director de la Casa de la Juventud dice que «las relaciones son muy cordiales, lo que está favoreciendo que nuestra institución sea creíble. Además, posibilita que podamos firmar convenios similares con otras Facultades». Concretamente, existe ya la intención de cooperar con la Facultad de Ciencias de la Información en proyectos puntuales.

El servicio tiene horario de tarde y aspira a servir de medio de formación a los participantes. Los alumnos que forman parte del proyecto obtienen un certificado por sus prácticas, lo que completa su currículum.

Con una idea semejante, la asociación Universitarios por la Ayuda Social (UAS), formada por alumnos de la misma universidad, ha introducido este año una ampliación, encaminada a mejorar la ayuda de sus voluntarios: la creación de grupos de asesoramiento médico, pedagógico y judicial. Estos grupos están dirigidos por alumnos de las Facultades de Medicina, Pedagogía y Derecho. Pretenden cumplir dos funciones: por un lado, la formación de los voluntarios; por otro, que los propios alumnos ayuden a los compañeros desde una perspectiva profesional, cada uno desde el campo que le corresponda.

Está prevista la edición de folletos que resumen lo que un voluntario debe saber para realizar correctamente su trabajo. La iniciativa de UAS se apoya en la colaboración de médicos, pedagogos y abogados profesionales, con quienes mantienen reuniones periódicas.

El año pasado esta asociación contó con la ayuda de unos 500 voluntarios, repartidos en las secciones de Familia, Mayores, Lucha contra el cáncer, Ayuda a Países en Desarrollo, Colaboración con la asociación pro vida Andevi y con Nuevo Futuro, y, por último, el sector dedicado a cuidar de enfermos por Minusvalías, Parálisis y Deficiencias.

Con deficientes en Croacia

Varios grupos de estudiantes de Enfermería, Medicina, Periodismo y Biológicas participaron durante el verano en un grupo de trabajo con deficientes físicos y psíquicos de Croacia. Los voluntarios que viajaban desde Pamplona se sumaron a otro grupo de voluntarios y a uno de profesionales de ASPACE.

Instalados en Split, «la primera impresión fue deñ sorpresa, al descubrir una ciudad turística, sin aires de guerra. Esta apariencia sólo se desvaneció con el movimiento de soldados croatas y cascos azules de UNPROFOR».

Los estudiantes atendieron un centro donde se mezclaban personas autistas, esquizofrénicas, paranoicas, con parálisis cerebral o con síndrome de Down. Las principales carencias eran de tipo higiénico, alimenticio y médico. «Una de nuestras pequeñas batallas fue conseguir que las ventanas del centro se abrieran por la mañana para airear las habitaciones», señala uno de los participantes. Los tratamientos e historiales médicos de los enfermos se habían detenido en los años 70 y la alimentación de estas víctimas indirectas de la guerra -basada en pasta, pan, patatas, papillas y poco más-, era insuficiente.

A pesar de la incorporación a los centros de un personal especializado -fisioterapeutas-, el modo de trabajo estaba aún influido por el régimen anterior, que consideraba a las personas deficientes como algo rechazable. También la situación personal de las trabajadoras era deplorable: con estatuto de refugiadas, tenían un sueldo mensual de 8.000 pesetas y algún familiar en el frente o muerto en la guerra.

«Todo esto supuso un gran golpe para mí -asegura uno de los alumnos-; sentía la impotencia del que quiere y no puede, pero veía que el problema era fruto de toda una vida, al que se añadían algunas condiciones extraordinarias, provocadas por la situación de guerra. Nosotros tratamos de desarrollar nuestra labor desde la humildad, sabiendo que, al fin y al cabo, esas personas se quedaban trabajando allí. Intentamos inculcar el concepto de esfuerzo en el trabajo y el cariño en las relaciones con los deficientes, sin descuidar nunca los aspectos básicos de higiene y alimentación».

Un MBA para el desarrollo

Desde hace cinco años, la Fundación Codespa, en el cuadro de sus actividades de cooperación al desarrollo en Latinoamérica, empezó el proyecto «MBA para el desarrollo», una muestra de colaboración entre escuelas de dirección de empresas y organizaciones locales del Tercer Mundo.

Todos salen ganando. Las organizaciones locales reciben asesoría, las escuelas de dirección de empresas ofrecen un trimestre de trabajo práctico a sus alumnos, y éstos tienen la oportunidad de trabajar en contextos profesionales muy diferentes de los acostumbrados, abriendo así sus horizontes humanos y profesionales.

El Instituto de Estudios Superiores de la Empresa (IESE) ha apoyado esta iniciativa desde su comienzo y cada año tiene diversos alumnos trabajando en el proyecto.

Con la ayuda económica de varias fundaciones, los alumnos de esta escuelas de dirección de empresas trasmiten sus conocimientos y experiencias a posibles microempresarios, y, una vez finalizado el MBA para el desarrollo, se realiza un seguimiento de las microempresas surgidas por la iniciativa de los asistentes.

En algunas ciudades de Latinoamérica varios alumnos del Instituto han vertido sus conocimientos empresariales. Por ejemplo, en Guayaquil han establecido un método para evaluar los proyectos de una fundación a favor de microempresas (menos de 5 empleados) y familias marginales; o bien han organizado seminarios -dirigidos a pequeñas y medianas empresas- con el fin de promocionar las exportaciones de productos alimenticios en todos los países latinoamericanos, salvo, por ahora, Bolivia.

Otra iniciativa es un Curso de Capacitación Profesional dirigido al extenso colectivo de inmigrantes latinoamericanos de Barcelona, en el que hay personas con capacidades humanas y técnicas para llevar un pequeño negocio, pero quizá no se atreven o encuentran limitaciones económicas, legales o personales. Se trata, en primer lugar de encontrar a esas personas y después de darles un Curso de Capacitación Profesional. «El perfil óptimo de candidato es una persona joven, con conocimientos técnicos en algún oficio, pero que esté trabajando en un puesto muy por debajo de sus capacidades, como es el caso concreto de la primera persona que contactó con nosotros», explica Rubén Bonet. «Esta persona posee un título especial de ayuda en quirófanos, muy demandados en los hospitales, puesto que existen muy pocos en Europa. Pero, en la actualidad, está trabajando como ayudante de peón por problemas de reconocimiento de profesión».

Vacaciones en el Bronx

Hay otras muchas iniciativas de ayuda social, ajenas a la formación profesional de los voluntarios, que no requieren una preparación especial. En Redacción se leen también algunos casos, como los de David Suriol y Luis Izquierdo -estudiantes de 2º Periodismo y de 5º Geografía e Historia, respectivamente-, que pasaron parte de sus vacaciones en el Bronx, una de las zonas más pobres y conflictivas de Nueva York. David lo cuenta así:

«14 de junio de 1993. Destino: Nueva York -Bronx-. ¿Dónde dormiré? ¿Qué me espera allí? En el vuelo Barcelona-EE.UU. eran muchas las preguntas para las que no tenía respuesta. Dos días después ya me habían asignado trabajo: de lunes a jueves me encargaría de un grupo de niños en un campamento de verano enclavado en la peor zona del Bronx, y el resto de la semana trabajaría en un hospital para enfermos de Sida que hay en Manhattan.

«Toda mi labor formaba parte de las actividades organizadas por las Hermanas de la Madre Teresa de Calcuta, que dedican su atención a los pobres y necesitados. Ellas fueron las organizadoras del Summer Camp para hijos de hispanos y negros del Bronx, niños que están necesitados del cariño y los cuidados más elementales.

«Los primeros días del campamento fueron muy duros, pero poco a poco los niños hicieron que les tomara un cariño inmenso, incluso el más difícil de ellos, Giovanni. Este chaval de doce años, gordo y excelente cantante de rap, venía al campo de verano obligado por su madre, que le había pillado traficando con drogas y con un arma en la mochila.

«El trabajo del hospital era mucho más duro. Cuidar a un enfermo de Sida suponía levantarse a las seis y media de la mañana y no parar hasta la una, retomar el trabajo a las cinco de la tarde y acabar a las diez de la noche. Pero no sólo era el horario: levantar a un enfermo de Sida, con todo el cuerpo dolorido, bañarlo, darle de comer, sentarlo en el WC, limpiarlo… es duro (…)».

Y Luis Izquierdo escribe:

«Llegué al Centro de las Hermanas y enseguida me asignaron un trabajo: atender a los cientos de vagabundos que venían a comer. El día empezaba a las cinco de la mañana con la preparación de un desayuno-comida para todas las personas de la calle que lo necesitaran. Esta labor nos mantenía ocupados hasta las doce y media.

«Después teníamos un rato libre hasta las cuatro, hora en que entraban los veinte vagabundos que se quedaban a dormir. Se les cacheaba -para que no introdujesen armas ni drogas en el Centro- y se les daba la cena. Una vez cumplidas nuestras últimas obligaciones, los tres residentes nos juntábamos con los vagabundos en uno de esos pocos reductos de los Estados Unidos donde fumar no es un agravio, y escuchábamos sus historias (…)».

_________________________(1) Testimonios recogidos en la revista Redacción (6-XI-93), y en la revista de antiguos alumnos del IESE (Tercer trimestre 1993).

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