Materias primas: lo escaso es el precio

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Contrapunto

Si hace treinta años alguien hubiera dicho que en 1998 el precio del barril de petróleo estaría por debajo de los 10 dólares, la mayoría de los expertos se habrían reído. En 1980 el precio del bruto, impuesto por la política de los países productores de la OPEC, llegó hasta 35 dólares por barril. Las previsiones aseguraban que el precio iría a más, como consecuencia del crecimiento de la demanda a causa del desorbitado aumento demográfico y del progresivo agotamiento de las reservas. Entonces la alarma de moda era la crisis de la energía y los sombríos pronósticos de futura escasez de materias primas, lo cual exigía poner fin a la «explosión demográfica».

Pero aunque la población mundial ha pasado de los 4.800 millones de 1985 a los casi 6.000 millones con que acabará el siglo, los precios de las materias primas van a la baja. El menor crecimiento económico mundial, en particular en Asia, explica en los últimos tiempos esta contracción de la demanda. Y no sólo en el caso del petróleo. El índice Goldman Sachs, elaborado a partir de los precios de 22 materias primas, está en su nivel más bajo desde 1972. El cobre ha alcanzado su precio más bajo de los últimos doce años. Lo mismo ocurre con el aluminio, el níquel, el zinc… Todos los agentes de los mercados reclaman un recorte drástico en la producciones mineras, metalúrgicas y de petróleo, para que los precios suban.

En los mercados agrícolas, a pesar de las catástrofes naturales ligadas al huracán Mitch en América Central y a los fenómenos de El Niño y La Niña, los precios de los cereales, del azúcar, del café, están bajando. Privados de una parte de sus exportaciones hacia Asia y los países emergentes, los productores de cereales ven que los precios bajan y que los almacenes rebosan. Esto es compatible con que, según acaba de recordar la FAO, en el mundo haya unos 800 millones de personas malnutridas. Pero no por falta de alimentos, sino de poder de compra.

Así, la pronosticada escasez de oferta de las materias primas se ha transformado en la realidad de una demanda insuficiente. Frente al pasado temor de unos precios astronómicos, ahora el riesgo de catástrofe es la deflación, por una baja simultánea de la producción industrial, del consumo de los hogares, de los precios al por mayor y al por menor, de los salarios y de los mercados bursátiles. El gran peligro es que, como consecuencia de la globalización de la economía, las tendencias deflacionistas de Asia se contagien al resto del planeta. Aunque los expertos se inclinan a pensar que en Europa y en Estados Unidos el crecimiento sostenido excluye una amenaza directa de deflación.

En cualquier caso, esta «inesperada» evolución de las cotizaciones de las materias primas en los últimos veinte años debería vacunarnos contra las predicciones basadas en el corto plazo. Cuando los pesimistas hablaban de la próxima escasez de minerales, un economista como Julian Simon advertía que los precios de las materias primas, en comparación con el promedio de precios de otros productos, había ido tendencialmente a la baja durante todo el período de la historia del que hay datos sobre ellos. También hacía notar que el «inventario» actual de recursos naturales es engañoso, pues las cantidades de reservas y de recursos están afectadas por nuevos descubrimientos científicos, nuevas tecnologías y nuevas demandas comerciales. Lección aprovechable ahora que, descartada la escasez de materias primas, se esgrime la alarma de la «crisis ecológica» para echar una vez más la culpa al aumento de la población. Pero si algo debe preocuparnos es el crecimiento de temores infundados y la miopía para detectar los auténticos problemas.

Ignacio Aréchaga

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