Los jóvenes son el futuro… y son cada vez menos

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El periodista Karl Otto Hondrich reflexiona sobre el envejecimiento de Occidente, que puede acarrear una pérdida de dinamismo social (Frankfurter Allgemeine Zeitung, 13-II-99).

La juventud es el tema favorito de la sociedad moderna, por eso es siempre apta para protagonizar titulares espantosos: unas veces por dejarse llevar en su idealismo por perversas doctrinas estatistas como el socialismo o el nacionalsocialismo; otras veces, como en 1968, por rebelarse contra las autoridades estatales. Cuando no se da ninguno de estos extremos, se la considera una generación «escéptica». (…) Continuamente se habla de su falta de interés político, de su apatía, de su violencia o de su drogadicción. Ayer se la temía, hoy se la compadece (…).

Este tipo de «sociología de la preocupación» no está exenta de una cierta ironía. Los problemas de la juventud parecen cada vez más grandes e inquietantes, mientras que la juventud misma es cada vez más pequeña. (…)

La juventud está desapareciendo poco a poco y convirtiéndose en una minoría. Como las demás minorías, atrae considerablemente la atención del público y de los científicos. Desde el punto de vista de los mayores, la juventud parece cada vez más anormal y extraña. Esto no se debe solamente a su decrecimiento paulatino, sino también a que es una minoría muy especial: la juventud no es ningún grupo marginal, sino el corazón mismo de la sociedad. (…)

Constantemente se oyen expresiones como «la juventud es nuestro futuro» o «el futuro pertenece a la juventud». Tomado al pie de la letra, eso significa que pronto el futuro pertenecerá sólo al 15% de la sociedad. Mientras, crece el porcentaje de los que están entrados en años y con frecuencia atrapados en las costumbres y enfermedades de una vida larga que no les permite mirar hacia el futuro, sino sólo echar una mirada atrás.

En las sociedades antiguas, la juventud formaba entre un 50% y un 70% de la población. Esto ocurre también en otras muchas sociedades distintas de la nuestra. Quien viaje a Egipto, India o Perú podrá verlo con sus propios ojos: uno se encuentra rodeado de niños, de su sonrisa, de su ruido, de su movimiento, de su miseria, de su brusquedad, de sus esperanzas. Paradójicamente, las sociedades clasificadas como tradicionales están llenas de juventud y, por consiguiente, de futuro, mientras que las llamadas sociedades postindustriales, que se consideran a sí mismas como las más dinámicas y progresistas, apenas tienen juventud, es decir, personas con futuro. Tal vez por ello se habla aquí constantemente del futuro: como una fórmula mágica para olvidar lo que poco a poco se nos viene encima. (…)

Algunos creen que la solución es importar juventud de las sociedades prolíficas. La inmigración podría facilitar un acercamiento paulatino de los intereses y condiciones de vida entre los países industriales y los prolíficos. Así se espera que las sociedades industriales determinen el camino al futuro, y que las sociedades prolíficas se adecúen a él.

Sin embargo, no se puede importar la juventud sin importar también sus costumbres: unas costumbres acuñadas en una mayoría joven organizada en torno a una minoría de viejos sabios. Este tipo de tradición autoritaria le gustaría también a los ancianos aquí: los inmigrantes traen el respeto a la vejez que se ha perdido entre la juventud autóctona.

Pero esta esperanza se ve decepcionada en muchos casos. Los jóvenes inmigrantes se encuentran aquí con una mayoría de adultos que aparentemente actúan de una manera permisiva con la juventud pero que exigen de ella una disciplina interna y una responsabilidad que estos no conocen. (…) Los jóvenes inmigrantes quedan así atrapados en un conflicto cultural. No están seguros de qué reglas son las correctas. Llevan a la sociedad de los ancianos una vitalidad sorprendente. No es ningún misterio que llamen la atención: como extranjeros y como jóvenes, como minoría dentro de la minoría. La sociedad de los viejos, con su creciente necesidad de silencio, califica de violenta cualquier agitación a la que no está acostumbrada. Al considerarse a sí misma como sociedad civil, reacciona alérgicamente contra todo aquello que pueda parecer insociable. (…)

En cualquier época han tenido los adultos el poder sobre los jóvenes. En las culturas prolíficas, la diferencia de poder entre las generaciones no es tan grande, porque cambian constantemente y la juventud siempre es mayoría. Por el contrario, en las sociedades postindustriales, cada vez más padres, abuelos y bisabuelos disponen sobre la vida de una prole cada vez más pequeña… y cada vez disponen durante más tiempo. (…

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