La inmigración no podrá evitar el envejecimiento de Occidente

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El envejecimiento en los países industrializados amenaza los sistemas públicos de sanidad y de pensiones. El Fondo de la ONU para la Población, reacio a recomendar políticas natalistas, propone recurrir a la inmigración (ver servicio 121/98). Pero en su último informe sobre migraciones internacionales, la Organización de Cooperación y Desarrollo Económicos (OCDE) considera poco viable ese remedio.

El informe anual Tendencias de las migraciones internacionales confirma datos observados en ediciones anteriores. En la mayoría de los 29 países de la OCDE, desde 1993 descienden el flujo de inmigrantes y más aún las peticiones de asilo. La reunificación familiar sigue siendo el principal motivo de las entradas; pero muchos Estados han endurecido los requisitos. Una tendencia relativamente nueva es que aumenta la inmigración temporal de trabajadores cualificados.

La OCDE anota que en no pocos de sus países miembros la inmigración es decisiva para mantener la población. Algunos (Francia, Gran Bretaña, Holanda, Noruega) deben su crecimiento demográfico -bastante débil- más a la natalidad que a la inmigración. Lo contrario sucede en otros países (España, Grecia, Portugal, Austria, Dinamarca), que empezarían a perder población si no fuera por los inmigrantes. Por último, en países como Alemania o Italia la entrada de extranjeros no llega a compensar el saldo negativo de nacimientos y defunciones.

Además, los inmigrantes contribuyen a la natalidad de los países receptores en proporción mayor que los nativos. En Francia, los extranjeros (6,4% de la población) aportan el 11% de los nacimientos (1996); la proporción sube a casi el 17% si se incluyen los hijos de parejas mixtas (ver servicio 36/97). Otros países registran porcentajes mayores: 13,3% en Alemania, donde los extranjeros son el 8,9% del censo; 22,8% en Suiza, con un 19% de extranjeros.

A la vista de estos datos, la OCDE se plantea si no se podría detener el envejecimiento demográfico recurriendo más a la inmigración. Es cierto, dice, que ese método tendría «un efecto inmediato y relativamente importante sobre la población activa». Pero es dudoso que se pueda poner en práctica, por varios motivos.

El primero es numérico: para contrarrestar el desequilibrio entre activos y jubilados haría falta admitir un contingente de inmigrantes colosal. Por ejemplo, Francia tendría que recibir, entre los años 2010 y 2020, 11 millones de inmigrantes: número que parece inalcanzable, si se tiene en cuenta que las entradas en el decenio 1985-95 fueron 630.000. Lo mismo puede decirse de otros países: Japón, que viene admitiendo unos 225.000 inmigrantes anuales, necesitaría acoger 22 millones en diez años, y Gran Bretaña, 7,6 millones, casi el cuádruplo del número actual (alrededor de 200.000 al año).

Ahora bien, el flujo migratorio es de naturaleza variable. Además, aunque hubiera en el futuro tantas solicitudes de ingreso, semejante flujo sería muy difícil de gestionar, lo cual es otro motivo de escepticismo. La adaptación de tan gran número de inmigrantes a los niveles de formación requeridos sería un obstáculo arduo, por no hablar de la integración social. Por otra parte, la inmigración es una cuestión especialmente delicada, y la OCDE no considera a los políticos ni al público preparados para debatir seriamente la posibilidad de abrir las fronteras de par en par. Sólo «una carestía de mano de obra muy importante y percibida como tal tanto por los gobernantes como por la opinión pública» podría provocar un cambio de las actuales políticas de inmigración. Y tal condición parece difícil de cumplir en estos tiempos de paro.

En suma, para la OCDE, la capacidad real de recurrir a los inmigrantes para reequilibrar la población es muy limitada. «La política de inmigración no puede ser más que un medio, parcial e impreciso, para frenar el envejecimiento demográfico».

_________________________Sobre anteriores ediciones de Tendencias de las migraciones internacionales, ver servicios 40/93, 48/94, 24/95 y 103/95.

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