·

Para ser dignos de la condición humana

publicado
DURACIÓN LECTURA: 4min.

Más allá del orden público y de las leyes está la conciencia moral, y es preciso educarla, afirma el cardenal Jean-Marie Lustiger en unas declaraciones a Bernard Lecomte para L’Express (23-XI-95).

– ¿Los fundamentos de la moral eran más sólidos cuando eran dictados por la religión?

– Desde hace ya mucho tiempo la Iglesia, en Francia, no dicta ya sus principios al poder. A veces sucedía a la inversa, en los tiempos de la religión de Estado, como pasa todavía en algunas naciones ortodoxas. Para el cristianismo la razón y la libertad son la fuente y la condición de la moralidad. No basta señalar el bien y el mal para que no haya ya más sinvergüenzas, asesinos, ladrones, mentirosos… El cristianismo, mayoritario en nuestro país, ha contribuido a fundamentar y conformar la moral y los valores comunes a nuestra civilización.

– Pero hoy es la ley civil la que fundamenta la moral pública.

– ¡Cuidado! La ley define las obligaciones sociales y mínimas necesarias para el funcionamiento de la sociedad, respetando la libertad de los individuos. La ley sanciona los delitos que van contra el orden público, pero no define el bien. No puede disciplinar el pensamiento, regir el deseo, determinar la moralidad de los actos. Si no, la sociedad se haría totalitaria, aunque no fuera más que por el conformismo: ¡si todo el mundo lo hace, tengo el derecho moral a hacerlo; puesto que es legal, es moral! Ninguna civilización puede prescindir de la conciencia moral personal y de su formación.

En nuestros países, la norma legal depende, de hecho, de la opinión: expresa lo que es socialmente deseado o admitido. En cualquier campo, hacen falta espíritus particularmente lúcidos y fuertes, héroes o santos, para permanecer libres frente a los prejuicios colectivos de la época. No fueron muchos los que, a finales de los años 30, se atrevían a oponerse al régimen nazi. O, en la URSS, al pensamiento estalinista. Ciertamente, las democracias respetan la libertad de debate y reconocen a los ciudadanos el derecho de objetar en conciencia. Pero sigue siendo difícil no dejarse esclavizar por el conformismo tiránico de la opinión. (…)

– ¿Toda moral fundada sobre el derecho es, pues, frágil y aleatoria?

– En una democracia representativa, el principio mayoritario da a los escogidos por el pueblo el derecho a hacer las leyes. El dispositivo jurídico evoluciona según el estado de las costumbres y de la opinión pública resultante. Sin embargo, la nueva cultura mundial de los medios de comunicación reduce y debilita la potencia de transmisión de las culturas particulares. La existencia personal se proyecta así en una representación mediática que la conecta a un modelo mundial, y que valoriza la imagen y la emoción en detrimento de la razón y del derecho. La estructuras elementales de la sociedad son puestas en fuera de juego por la inmediatez y la fuerza de esta comunicación. En cambio, la maduración personal y la integración social por la familia, por la escuela y por el trabajo exigen tiempo. Los sistemas educativos son cortocircuitados por los productos de una cultura de imágenes y de instantáneas fabricadas según los criterios del beneficio. Y así la opinión, modelada por este medio ambiente mediático, paraliza los procesos educativos y los reflejos inmunitarios de las sociedades humanas, por ejemplo, frente a la droga, la prostitución o la economía mafiosa. Esto no facilita en absoluto la formación de la conciencia moral.

– «Una democracia sin valores -dice Juan Pablo II- lleva al totalitarismo». Pero nuestra República tiene valores -«libertad, igualdad, fraternidad»-, forjados en dos siglos de historia.

– En la conciencia de sus ciudadanos, nuestra República se ha alimentado del universalismo cristiano y bíblico. Así lo expresa nuestro lema republicano, pues sus tres términos recogen convicciones fundamentalmente cristianas. La escuela pública laica, a la que yo asistí en mi infancia, me impartió una enseñanza moral que es la de la Biblia y la del Evangelio. ¡Y no hace tanto tiempo! Pero no hemos sabido o podido transmitir a las nuevas generaciones esta memoria. No hace mucho, la educación religiosa de la mayoría de los niños franceses aseguraba la perennidad de este patrimonio espiritual y moral. Ahí reside uno de los problemas de los suburbios, que viven hoy en otro universo cultural y que ignoran los recursos de nuestro patrimonio común. Aunque laicizado, este sigue alimentándose, como de una savia, de las herencias religiosas anteriores. Si la savia se seca…

Contenido exclusivo para suscriptores de Aceprensa

Estás intentando acceder a una funcionalidad premium.

Si ya eres suscriptor conéctate a tu cuenta. Si aún no lo eres, disfruta de esta y otras ventajas suscribiéndote a Aceprensa.

Funcionalidad exclusiva para suscriptores de Aceprensa

Estás intentando acceder a una funcionalidad premium.

Si ya eres suscriptor conéctate a tu cuenta para poder comentar. Si aún no lo eres, disfruta de esta y otras ventajas suscribiéndote a Aceprensa.