Oslo: un obseso en su burbuja

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Breivik critica a las iglesias y a Benedicto XVI por mantener el diálogo interreligioso con los musulmanes

Siempre que ocurre una matanza tan inesperada y tan absurda como la provocada por Anders Behring Breivik en Oslo intentamos buscar explicaciones racionales. Parece que atribuir la exclusiva responsabilidad a la mente patológica de un “lobo solitario” es una respuesta demasiado fácil y complaciente para la sociedad en la que se ha criado. Ahora los noruegos se preguntan cómo ha podido suceder esto en el país que otorga el Premio Nobel dela Paz, cómo ha surgido ese plan atroz en una sociedad que hasta ahora se ha distinguido por su convivencia armoniosa. Hay que detectar el caldo de cultivo donde se ha nutrido esa mente criminal.

El auge de las ideas de extrema derecha en Europa es, no ya el sospechoso habitual, sino el culpable por defecto. La tesis es que grupos neonazis, defensores de las esencias europeas, hostiles a los inmigrantes, habrían creado un clima de islamofobia, proclive a la violencia.

Pero si esto fuera suficiente, habría habido otros muchos incidentes antiinmigrantes en Noruega, y no una explosión de violencia aislada como la ideada por Breivik. Un episodio, por brutal y mortífero que sea, no es de por sí expresión de una difundida mentalidad social. Más bien Breivik, según dice, había concebido la matanza como “una verdadera operación de marketing” para despertar a una sociedad adormecida.

Por el hecho de que Anders Breivik hubiera pertenecido a las juventudes del Partido del Progreso (PR) –hoy la segunda fuerza política del país, con el 23% de los votos– no se sigue que este partido –que él abandonó hace años– sea responsable de sus ideas.

Quizá la veta más segura es su narcisismo, con su idea de estar al frente de una nueva cruzada

El PR, según se dice en estos días, es un partido de corte liberal, pro israelí, atlantista y defensor del libre mercado, que rechaza la inmigración descontrolada, algo muy distinto de la tradicional ultraderecha europea antiliberal y antisemita. Y, en cualquier caso, se puede defender una política de inmigración más restrictiva o pensar que la integración de los musulmanes no es fácil, sin por eso ser un xenófobo, ni mucho menos un asesino en potencia. Igual que se puede estar contra una presión fiscal considerada excesiva, sin que por eso uno deba ser tildado de anarquista dispuesto a poner un coche bomba en el Ministerio de Hacienda.

No da la impresión de que Breivik haya madurado su mortífero proyecto gracias a algún caldo de cultivo ideológico extendido en la sociedad. Más bien, como ha dicho su abogado defensor Geir Lippestad, Breivik es un hombre “que vive en una burbuja”, convencido de estar al frente de una nueva cruzada. En los tiempos de Internet, uno puede alimentar su obsesión simplemente frecuentando webs que confirman sus ideas, en vez de mirar a la realidad social y tratar a personas que podrían aportarle otros puntos de vista.

Fundamentalista con adjetivos

Los primeros intentos de caracterizar la personalidad de Breivik demuestran también la tendencia mediática a pretender resumir una personalidad compleja en un adjetivo. Lo primero que se dijo fue que se trataba de un “fundamentalista cristiano”. Fundamentalista se ha convertido en una palabra ómnibus para designar a cualquier extremista. Pero ¿por qué cristiano? El cristianismo manda amar al prójimo como a uno mismo, no devolver mal con mal, no matar, no mentir…justo todo lo contrario de lo que Breivik ha hecho. El cristiano con convicciones más firmes debe ser el ciudadano más respetuoso con la vida ajena.

Si hay que poner un adjetivo tras “fundamentalista”, Breivik podría haber sido catalogado como “fundamentalista masón”, ya que pertenece a una logia, le gusta retratarse con mandil y asegura haber fundado una orden templaria; o “fundamentalista filosemita”, por su entusiasmo por los judíos y el Estado de Israel; o “fundamentalista noruego”, por su defensa a ultranza de lo que considera la identidad de su país. Claro que ni los masones, ni los judíos ni los demás noruegos le han incitado a matar a nadie.

Pero parece que tras fundamentalista hoy solo se puede poner “cristiano” o “musulmán”. En realidad, Breivik, bautizado de oficio en la Iglesia Luteranade Noruega y nada practicante, no pasa de ser un cristiano cultural, que invoca la herencia cristiana solo en clave anti-islámica. Desde su punto de vista, sería también uno de los que se declaran “cristiano a mi modo”.

Populismo anti-islámico

No es fácil tratar de definir el perfil ideológico de Breivik a partir de ese texto mamotreto de 1.500 páginas (“2083- Una declaración de independencia europea”), en el que define sus objetivos y sus ideas. El especialista italiano Massimo Introvigne, tras examinar ese texto, ha concluido que el pensamiento de Breivik no tiene nada que ver con los valores cristianos, y que si algo le caracteriza es su obsesión anti-islámica. Aunque Breivik escribe en un tono paranoico, “el hilo conductor principal –afirma Introvigne– es un populismo anti-islámico, que hasta ahora rara vez había adoptado formas violentas, y otro secundario basado en una solidaridad casi mística entre la identidad nórdica y la hebrea e israelí, que hunde sus raíces en antiguas teorías esotéricas y masónicas”.

Estos rasgos no encajan en los estereotipos. En vez de ser neonazi, Breivik odia a Hitler, se declara pro-semita y pro-israelí, y sueña con una alianza entre los judíos y los pueblos nórdicos para luchar contra el islam. Su interés principal no es la religión, sino el combate contra el islam. Por eso critica a las iglesias y a Benedicto XVI por mantener el diálogo interreligioso con los musulmanes. A su juicio, Benedicto XVI “ha abandonado el cristianismo y a los cristianos europeos y debe ser considerado un Papa cobarde, incompetente, corrupto e ilegítimo”.

Él, en cambio, se considera a la cabeza de una cruzada, para lo que habría creado una nueva orden templaria, inspirada en los grandes templarios de la masonería. Una orden abierta a “cristianos, cristianos agnósticos y ateos cristianos”, es decir, a todos los que valoran la importancia de las raíces culturales cristianas, “pero también de las judías e iluministas” y “de las nórdicas y paganas”.

En fin, intentar encontrar una coherencia ideológica en ese texto trufado de citas de Internet y de textos anti-islámicos, sería concederle demasiada altura intelectual . Quizá la veta más segura es su narcisismo, con su idea de estar al frente de una nueva cruzada, su pretensión de haber elaborado un plan contra la islamización de Europa, su deseo de llamar la atención del mundo con un atentado mortífero, su afición a fotografiarse con uniformes retocados y la exposición minuciosa de su plan de atentado para que quedase claro quién lo había hecho.

Fobias varias

La tragedia de Oslo nos puede estimular a ser más cuidadosos para evitar todo lo que pueda demonizar a los musulmanes por el mero hecho de serlo. Ahmed Versi, director del periódico británico Muslim News, comentaba en estos días. “El lenguaje hacia los musulmanes es muy negativo en Europa. Cuando un musulmán comete un crimen es un terrorista o un islamista radical. Cuando es un europeo, no musulmán, se trata de un desequilibrado o un loco” (El Mundo, 26-07-2011).

Pero también uno de los daños colaterales de este atentado podría ser que, en defensa del multiculturalismo denostado por Breivik, cualquier crítica de las creencias o costumbres musulmanas cayera inmediatamente bajo la acusación de “islamofobia”, o que todo debate sobre el modo de gestionar la inmigración se descartara para no favorecer la “xenofobia”. Si la respuesta a este atentado debe ser “más democracia”, como ha dicho el primer ministro noruego, Jens Stoltenberg, el resultado tiene que ser más libertad de expresión y más debate, no menos.

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