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Oscar Wilde se avergonzaría

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John McKellar, homosexual canadiense, es director de HOPE (Homosexuales contra el extremismo del orgullo gay), organización que nunca participa en las manifestaciones del Día del Orgullo Gay porque tiene un enfoque distinto de la cuestión. McKellar explica su postura en una entrevista publicada en Mirror (6-VIII-98), semanario del sector del espectáculo canadiense.

El movimiento homosexual, dice McKellar, ya consiguió hace veinte años su objetivo esencial: el cese de la discriminación. Pero ahora va mucho más allá: «Pretende ventajas, privilegios, derechos especiales, cambiar la sociedad: dar la vuelta a las tradiciones, instituciones y valores en que se funda el país». Para McKellar, el actual activismo gay es motivo de vergüenza para los homosexuales más «civilizados» y «sensatos».

Este activismo, añade McKellar, hace daño, especialmente cuando reclama para las parejas homosexuales un derecho a adoptar niños. Pues entonces, «no se trata ya de un asunto privado entre adultos, sino que eso afecta a niños inocentes». Un niño, afirma, necesita padre y madre para desarrollarse correctamente.

Más adelante, McKellar habla del SIDA. Dice que si la comunidad gay quisiera de verdad impresionar al mundo y hacer una contribución positiva a la lucha contra la enfermedad, «podría interrumpir la práctica de la sodomía y clausurar las casas de baños hasta que la epidemia de SIDA haya pasado». Confiesa su indignación al ver cómo los activistas han aprovechado el SIDA para «labrarse una carrera, convirtiendo la enfermedad en un circo político y pisoteando los derechos de la mayoría. Su principal objetivo fue siempre asegurar que se exagerara mucho el número de afectados por el SIDA, para conseguir que el dinero no cesara de fluir. Ellos inventaron en los años 80 la palabra homófobo, simplemente para hacer callar a la gente. Nunca antes se había politizado de esta manera una enfermedad».

McKellar menciona después una organización, New Directions, cuya misión es ayudar a los homosexuales a dominar su tendencia. Para ello, primero hay que estudiar los antecedentes, a fin de averiguar cuál es el origen de la homosexualidad en cada caso: puede deberse, por ejemplo, a abusos sexuales sufridos en la infancia. McKellar da gran importancia a tales iniciativas: «Creo que el mayor logro científico del siglo XXI no será el remedio contra el SIDA, sino más bien el descubrimiento de las verdaderas causas de la homosexualidad y del método para corregirla».

El entrevistador pregunta si los actuales excesos del «orgullo gay» no se explican como reacción al estigma que pesaba sobre la homosexualidad en el pasado, cuando los homosexuales tenían que ocultar su condición. McKellar precisa que en otras épocas ha habido homosexuales que han hecho importantes contribuciones a la cultura y a la civilización, sin necesidad de privilegios, sin toda esa estridencia que vemos hoy en el movimiento gay. «No pretendo que los homosexuales vuelvan a las catacumbas. Pero ahora todos se han armado de megáfonos y no dejan de gritar: ‘Soy gay, aquí estoy, para que te enteres'». McKellar recuerda que en 1967, el entonces primer ministro canadiense, Pierre Trudeau, «liberó a los homosexuales cuando dijo que el Estado no tiene que meterse en las alcobas. Pero ahora, las alcobas están en la calle, en las escuelas, en todas partes. Oscar Wilde, si viviera, estaría avergonzado de todo esto que está pasando».

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