No a las certezas… de los demás

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Algunos afirman que la intolerancia es el destino de quien pretende poseer una verdad absoluta. Por verdad absoluta entienden la religión, y en concreto la católica. El cardenal Giacomo Biffi, arzobispo de Bolonia (Italia), desmonta este y otros tópicos, en una entrevista que publica Umberto Folena en el diario Avvenire (Milán, 31-I-93).

La realidad histórica es que la intolerancia, que llega hasta el asesinato en masa de inocentes, entra en el acontecer humano con el triunfo político de la razón separada de la fe, con el triunfo del librepensamiento. El principio de que es lícito suprimir categorías enteras de personas por el solo hecho de ser consideradas obstáculos objetivos para la imposición de una ideología, fue aplicado por primera vez en la historia en 1793, con la incansable actividad de la guillotina y con el genocidio de La Vendée.

Los frutos más amargos de esta semilla se han producido en el siglo XX, el siglo más sangriento que se conoce, con la masacre de los campesinos rusos por parte de los bolcheviques, con la solución final del problema hebreo por los nazis, con las matanzas de camboyanos llevadas a cabo por los comunistas, etc.

– En la cultura dominante, la duda está bien vista, mientras que las certezas se miran con sospecha.

– En realidad, lo que se mira con sospecha no son las certezas, sino las certezas de los demás. Todos tienen certezas y no las discuten porque están demasiado ocupados en acusar a los demás de dogmatismo. Es interesante observar, a este propósito, que el desprecio de las certezas de los demás se da sólo sobre cuestiones morales o religiosas: ninguno de los que alaban la duda se dejaría operar por un cirujano que no estuviera seguro de su competencia, ni subiría en un avión de una compañía aérea que manifestase incertidumbres sobre la seguridad del vuelo.

– ¿No es cierto, entonces, que la seguridad en la fe sea, de hecho, causa de intolerancia?

– Causa de intolerancia, en el sentido de incapacidad de apreciar los valores allí donde se encuentren, es la cerrazón mental, que no hace distinciones: la encontramos tanto en espíritus incrédulos como en espíritus religiosos. A Santo Tomás de Aquino le gustaba repetir: «Toda la verdad, la diga quien la diga, viene del Espíritu Santo». Bastaría esta frase, que no tiene reciprocidad en la llamada mentalidad tolerante, para comprender hasta qué punto puede ser abierto un creyente, incluso un creyente medieval.

– ¿Existe una ética sin fe?

– Existen personas de gran rectitud moral que se consideran no creyentes. Se pueden encontrar también doctrinas éticas muy respetables que prescinden de la fe. No se ve, sin embargo, cómo puede existir una ética total que haya quitado el pensamiento de Dios y pueda considerarse racionalmente fundada. Dostoiesvky dice: «Si Dios no existe, todo está permitido»; siete palabras muy simples y claras para todos, que ninguna acrobacia intelectual, por muy fantasiosa que sea, puede suprimir. Si Dios no existe, todo está permitido; pero si todo está permitido, todo es insignificante, no tiene sentido ni lógica el peregrinar del hombre sobre la tierra.

– La doctrina social de la Iglesia, para sus detractores, es simple moralismo, abstracto y vacío, incapaz de enfrentarse a sus propios enunciados.

– El hecho cristiano es como una nuez aprisionada entre dos tenacillas: la primera es la acusación de ineficacia práctica o, más aún, de alienación. La segunda, cuando el discurso social se hace incisivo, es la acusación de injerencia indebida. Lo que se pretende es que la nuez se rompa, para privar a la Iglesia de toda posibilidad de intervenir.

– ¿Cuál es el estado del ateísmo contemporáneo?

– Lo que me parece más sugestivo en las posiciones ateas, teóricas o prácticas, de nuestro tiempo, es la calificación de laico de la que todos se adornan con complacida ostentación. Laico es una palabra que entra en el uso de los creyentes desde el final del primer siglo, con el Papa Clemente, segundo sucesor de San Pedro, y permanece en el lenguaje teológico y canónico para indicar «que pertenece al pueblo de Dios». Que hoy, en Italia, no se encuentre nada mejor que este vocablo típicamente eclesial para señalar la actitud de independencia con respecto a la Iglesia y su magisterio…, esto constituirá en el cielo un tema de benévola hilaridad entre los querubines.

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