En materia de inmigración, una de prestaciones y otra de deberes

Fuente: The Economist
publicado
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Los países ricos tienen que formular mejores políticas migratorias para evitar las represalias de los electores contra sus gobernantes, tal como se ha constatado en el voto protesta de los británicos a favor del Brexit, o en el de los norteamericanos en respaldo a un candidato a la Casa Blanca que hizo de la inmigración ilegal el tema estrella de su campaña.

Así lo cree The Economist, que opina que sin los problemas asociados a la inmigración, tal vez en Italia, Hungría y Austria, entre otros, no habrían accedido al poder los que llama “nacionalistas estridentes”. “Incluso Suecia, por mucho tiempo un país de refugio, ha cambiado a peor respecto a los inmigrantes”, dice.

“Como los países ricos apenas admiten a los inmigrantes económicos de los países pobres, a menos que tengan habilidades excepcionales o vínculos familiares, muchos de ellos prueban suerte al hacerse pasar por refugiados. Esto no ayuda a los Estados que tienen normas diferentes para determinar quién es un refugiado. Y enviar a casa a aquellos a los que se les ha denegado el asilo les es un problema, en buena medida porque muchos de sus países rechazan aceptarlos de vuelta”.

Este modo de funcionar del sistema supone “un lío”, alimenta la desafección en Occidente y constituye, además, un desperdicio: las poblaciones envejecidas y la disminución de la fuerza laboral en el mundo desarrollado precisan de más inmigrantes, por lo que los gobiernos “tienen que encontrar el modo de que la políticas de inmigración funcionen para todos”.

Un primer paso sería reconocer las causas de la aversión contra los recién llegados –las más citadas por algunos: que el gobierno ha perdido el control de las fronteras, que los inmigrantes esquilman el sistema de bienestar, que perjudican a los trabajadores locales, etc.

Ante estas preocupaciones, The Economist pide medidas imaginativas, que pasarían por supervisar el desfasado sistema internacional de ayuda a los refugiados y abrir vías para una migración económica bien regulada. Asimismo, afirma que habría que animar a todos los inmigrantes a trabajar, al tiempo que se limitan las ayudas que pueden recibir.

“En EE.UU., donde la red de seguridad es débil, donde las normas laborales son flexibles y abundan los puestos de trabajo al nivel de entrada al mercado, incluso los inmigrantes que han abandonado la escuela son contribuyentes netos a las finanzas públicas. Por el contrario, Suecia tiene una política que parece diseñada para desatar el resentimiento, pues riegan a los refugiados con prestaciones mientras les ponen difícil el acceso al trabajo”.

“Un tratamiento sensible del asunto sería autorizar a los inmigrantes a acceder inmediatamente a la educación y la sanidad públicas, pero limitar las prestaciones de la seguridad social por varios años. Pudiera parecer discriminatorio, pero todavía los inmigrantes se sentirían mejor que si estuvieran en su país de origen”.

“Bien gestionada –concluye–, la inmigración aporta dinamismo. Pero las deficiencias actuales derivan en que la mayoría de los países occidentales estén bastante más cerrados que lo que deberían, y ello alimenta el populismo. Es el desperdicio colosal de las oportunidades y un peligro innecesario”.

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