La fuerza de la moral religiosa

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Aveces se dice que «la ética laica» es la única válida para todos los ciudadanos de una sociedad pluralista, mientras que cualquier moral religiosa sirve solo para quienes profesan la correspondiente fe. Norberto Bobbio señala (El Mundo, Madrid, 17-XI-99):

(…) ¿Pero hay realmente valores laicos y valores religiosos? Si cogemos cualquier tratado de ética, difícilmente encontraremos una distinción entre valores laicos y valores religiosos. Encontraremos la distinción entre valores absolutos y valores relativos, entre valores instrumentales y valores finales, entre valores extrínsecos y valores intrínsecos, entre valores primarios y secundarios.

No existe, sin embargo, una ética laica, como tampoco existe una ética religiosa. Hay éticas laicas y éticas religiosas. Incluso en el universo de la ética cristiana hay interpretaciones diversas, entre rigoristas y laxistas. El janseanismo es rigorista y se ha contrapuesto continuamente a la moral jesuítica, considerada más laxista. También la ética budista es una ética religiosa, pero ¿cuántos contrastes hay entre cristianos y budismo respecto a los comportamientos que el uno exige o prohíbe y lo que exige o prohíbe el otro?

Hay muchas éticas laicas. Comenzando por la antigüedad, la ética estoica y la ética epicúrea, la ética de la virtud y la ética de la felicidad… Lo que distingue fundamentalmente una ética religiosa de una ética laica no son tanto los preceptos cuanto la forma de justificarlos, es decir la metaética. La prohibición de matar es justificada según la ética religiosa como un mandamiento divino; una ética laica lo justifica racionalmente. Planteado el problema en estos términos, lo que cambia no es el precepto sino el conjunto de argumentos con el que se justifica. La razón profunda de la referencia a una visión religiosa del mundo no está tanto en la exigencia de fundar un sistema moral, como en la exigencia (…) de favorecer la observancia, lo que debe inducir, entre otras cosas, a reflexionar sobre la razón por la que las éticas religiosas tienen socialmente (se comprueba bien en la mayoría de las sociedades que han existido hasta ahora) una autoridad mucho mayor que las autoridades laicas.

Lo que se necesita absolutamente en cualquier convivencia pacífica no es sólo la existencia de reglas de conducta bien fundadas, sino sobre todo su observancia. Es por tanto evidente que la apelación a Dios sirve, y la historia demuestra que sirve muy bien, no tanto para justificar la existencia de normas de conducta que hay que observar, cuanto para inducir a observarlas a aquellos a los que van destinadas. Como he tenido ocasión de decir otras veces, la apelación a Dios en un sistema ético se dirige a Dios no como legislador sino como juez. Conocer la ley moral y observarla son dos momentos muy diversos, y el segundo no sigue necesariamente al primero. El famoso dicho Si Dios no existe, todo está permitido puede querer decir dos cosas: referido al legislador significa que, si Dios está ausente, los preceptos morales no son observados; referido al juez, quiere decir que no son castigados.

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