La educación del carácter como arma contra la desigualdad

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La desigualdad se ha convertido en el tema de moda en la política norteamericana, y cada vez surgen más voces que reclaman un enfoque no solo económico para luchar contra ella. La Brookings Institution, un think tank de línea más bien progresista, ha reunido en un cuaderno 18 artículos que abordan el papel de la educación del carácter en la lucha contra la pobreza desde diferentes puntos de vista.

Algunos textos se centran en la vertiente política, otros en la social; hay quien reflexiona desde un punto de vista psicológico, filosófico o moral, y quien lo trata desde la perspectiva de la igualdad de sexos.

En la introducción, Richard Reeves destaca la necesidad de abordar sin miedo este asunto, ante la evidencia cada vez mayor de que detrás de la crisis del “sueño americano” hay un problema de virtudes personales y cívicas.

Las reticencias al término “virtud”

No obstante, como señala Lanae Erickson Hatalskyen su artículo, la clase política no parece muy dispuesta a acometer el problema desde esta perspectiva. Entre los demócratas se teme que este enfoque pueda ser entendido como una forma de culpar de la pobreza a las víctimas. Además, abordar el tema desde la moralidad conduciría a plantarse temas como la crisis del compromiso en la familia, algo que tradicionalmente ha sido un argumento de los republicanos. Estos, a su vez, con su crítica al exceso de gobierno, se muestran reticentes a cualquier “intromisión” del gobierno federal en la vida privada de los ciudadanos.

Separar la ética social de la moralidad privada resulta artificioso y contraproducente

Sin embargo, señala Hatalsky, “no podemos luchar de verdad contra el inmovilismo social a no ser que estemos dispuestos a ir más allá de las fáciles y políticamente correctas medidas económicas”.

Un ejemplo de la reticencia a hablar claramente de virtudes es el artículo de Isabel Sawhill. En él retoma el argumento de su reciente libro, Generation Unbound (la generación sin vínculos): la crisis del matrimonio entre la juventud actual es la manifestación de su falta de compromiso y de responsabilidad social. Por eso, es necesario retomar la ética social, pues la ley no es efectiva si falta ese sustrato moral.

Sin embargo, Sawhill no da el paso a la ética personal: en su artículo se echa de menos el razonamiento de que, de igual forma que la ley positiva carece de base sólida sin una moral social, esta se asienta a su vez en virtudes individuales. Un ejemplo es lo que denomina la “ética de la paternidad”: una pareja no debería tener un hijo si no están seguros de querer tenerlo, o si no están psicológica y económicamente preparados para criarlo y educarlo. El problema de Sawhill es no advertir que detrás de lo que ella entiende como “falta de responsabilidad social” hay una carencia de virtudes personales como la prudencia o la templanza. La mera educación sexual, o la mayor disponibilidad de métodos anticonceptivos, no son la solución a la crisis del compromiso.

Fuerzas sociales y fuerza de voluntad

Un defecto parecido se puede señalar al artículo de Stuart Butlersobre la importancia de la cultura social para educar el carácter. En él se destaca el papel del “ambiente de la calle” como moldeador de la moralidad en una determinada zona. Los guetos sociales suelen convertirse en guetos morales: de ahí la necesidad de fomentar la libertad para elegir colegio, con políticas como los cheques escolares a las familias más necesitadas.

Las capacidades cognitivas han eclipsado a la formación del carácter en la escuela

Sin embargo, como el mismo Butler admite, estas medidas –y otras parecidas orientadas a la promoción social– solo funcionan con las familias comprometidas. En el mismo gueto socioeconómico unos se comportan de una manera y otros de otra. Detrás de muchas de las “fuerzas sociales”, como el grupo de amigos del que me rodeo, hay decisiones personales.

Este es el enfoque de Martin Seligman. En su artículo critica el abandono por parte de la filosofía del concepto de libertad personal, a favor de determinismos científicos o socio-económicos. Reivindicar el papel de la voluntad personal no significa menospreciar las presiones o los condicionamientos sociales; pero para romper el ciclo de la pobreza, “los ciudadanos deben ser conscientes del potencial de su fuerza de voluntad”. La libertad no es una capacidad inmutable: es un motor que puede quedar inútil, y hay que ir alimentándolo para que no pierda potencia.

Moralidad antes que resultados

A una conclusión parecida llega James Heckman. En su opinión, el mundo académico ha comprendido mal el papel del carácter en la formación del llamado “capital humano”. Un ejemplo es la discusión sobre las condiciones familiares necesarias para la buena crianza de los hijos: se ha hablado demasiado de ingresos, y muy poco de virtudes paternas y filiales. Algo parecido ha ocurrido en el ámbito educativo: el foco en las habilidades cognitivas, quizá porque pueden medirse más fácilmente mediante pruebas normalizadas, ha eclipsado a las no cognitivas.

Incluso cuando se ha hablado del carácter, explica Marvin Berkowitz en su contribución, el enfoque en las escuelas ha sido fijarse en los rasgos de la personalidad que conducen al éxito, a cumplir con unos determinados objetivos académicos que después facilitarán un buen futuro profesional. Esta perspectiva de la educación del carácter centrada en resultados y en la autorrealización (performance character education, la denomina Berkowitz), o como mucho en el loable objetivo de la movilidad social, ha ido en perjuicio de la justificación moral de las virtudes.

Detrás de la crisis del “sueño americano” hay un problema de virtudes personales y cívicas

Sin embargo, opina el autor, incluso para abordar el problema de la desigualdad y el estancamiento económico de ciertos sectores, es necesaria una justificación ética: “¿Por qué debemos perseguir la movilidad intergeneracional? Si la respuesta tiene una base moral, el enfoque centrado en los resultados es un camino equivocado”. En el fondo, se trata de revertir la artificiosa separación que se ha dado entre educación del carácter y moralidad.

Autoridad y autocontrol

Lawrence Mead, un prestigioso economista al que se considera el padre intelectual de la reforma del Estado del bienestar norteamericano, explica en su artículo que el debate sobre la movilidad social se ha enfocado mal. La premisa ha sido que el buen carácter –perseverancia, prudencia, responsabilidad– es consecuencia y no causa de las oportunidades de prosperar; pero para Mead, “decir que la juventud pobre se comportará debidamente solo si pueden anticipar el éxito es no conocer la psicología de los jóvenes. La mayoría no calcula su futuro así Hacen lo que sus mayores les recomiendan que hagan, o bien lo que consideran moralmente bueno (a pesar de que puedan equivocarse en la apreciación)”. Es decir, la autoridad y la moral son dos moldeadores del carácter más importantes que la “oportunidad”.

Lo mismo puede aplicarse al tema de los hijos fuera del matrimonio. Frecuentemente se ha explicado esto como un círculo vicioso de raíz sociológica y económica: las parejas no se casan por la mala perspectiva laboral, y los hijos contribuyen a estancar a estas familias en la pobreza.

Sin embargo, para Mead, si los norteamericanos están teniendo más hijos fuera del matrimonio, a pesar de sus malas perspectivas económicas, es sobre todo por falta de prudencia, de autocontrol, y por una crisis del compromiso. Si solo fuera por razones económicas, estas parejas pobres no tendrían hijos. Eso no quita que haya que ofrecerles posibilidades laborales, pero simplemente aumentar las oportunidades no va a solucionar el problema. De hecho, en ocasiones la afluencia de recursos puede ser un obstáculo para la moral: “en una sociedad rica, ¿por qué posponer las gratificaciones inmediatas?”.

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