·

La culpa trivializada

publicado
DURACIÓN LECTURA: 2min.

Según un estudio llevado a cabo en ocho países por la organización británica Arise (Asociación para los Estudios en la Ciencia del Placer), muchas personas se sienten culpables después de hacer cosas como fumar, comer dulces, beber alcohol… Arise concluye que el remordimiento por dedicarse a ciertas diversiones o actividades placenteras es perjudicial para la salud. Minette Marrin comenta en The Sunday Telegraph (10-XI-96):

«Me resulta muy extraño que la gente exprese tanto remordimiento por asuntos sin ninguna relevancia moral. Al fin y al cabo, nadie se sentiría culpable después de atracarse de pasteles o de queso camembert, si pensáramos que no nos hace daño». Lo pensamos, continúa, porque estamos inundados de mensajes sobre el colesterol y toda clase de peligros para la salud. Así, luego lamentamos «haber profanado el sagrado templo de la belleza física y violado las santas leyes de la autoperfección. Pero tal sentimiento no es de culpa. La culpa es un asunto mucho más serio».

La trivialización de la culpa viene de lejos: «Entre los círculos progresistas de los sesenta, el remordimiento se consideraba mera neurosis. Era un componente de nuestra inauténtica y reprimida conciencia burguesa que simplemente había que rechazar. Una de las peores cosas que uno podía hacer era ‘inducir en alguien sentimientos de culpa’. Esta idea aún persiste. Hace poco oí a un adolescente dirigir esa misma expresión a su madre. Conozco otra madre que aconseja a sus hijos no sentirse nunca culpables de nada». En cambio, se fomenta el sentido de culpabilidad por cosas triviales o que no podemos o no queremos cambiar. «El clásico ejemplo es la madre acomodada con empleo que no hace más que decir lo mal que se siente por desatender a sus hijos. Si de verdad se sintiera culpable, descubriría la obvia solución. De manera igualmente equivocada, se induce a los niños a sentirse culpables por el pasado colonial del país o por los refugiados que mueren de hambre o por las ballenas en peligro de extinción, cuando es evidente que esos niños ni son responsables de esas cosas, ni pueden hacer absolutamente nada para evitarlas».

Todo eso devalúa el remordimiento, que es la secuela de desobedecer a la conciencia. Pero «en estos tiempos no se oye mucho la palabra ‘conciencia’, salvo unida a ‘libertad de’. En cambio, se habla mucho menos de los imperativos de conciencia, al menos entre los de mi generación». Así, «ha disminuido el verdadero sentido de culpa y nos engañamos inquietándonos por trivialidades e imponderables. Lo más trágico es que cuantas menos restricciones interiores nos impongamos, más restricciones nos tienen que imponer desde fuera. Es lo que ya estamos empezando a ver».

Contenido exclusivo para suscriptores de Aceprensa

Estás intentando acceder a una funcionalidad premium.

Si ya eres suscriptor conéctate a tu cuenta. Si aún no lo eres, disfruta de esta y otras ventajas suscribiéndote a Aceprensa.

Funcionalidad exclusiva para suscriptores de Aceprensa

Estás intentando acceder a una funcionalidad premium.

Si ya eres suscriptor conéctate a tu cuenta para poder comentar. Si aún no lo eres, disfruta de esta y otras ventajas suscribiéndote a Aceprensa.