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Juan Pablo II calificó la marcha del Orgullo Gay como «afrenta» al Jubileo

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Roma. Juan Pablo II condenó la manifestación del World Gay Pride del sábado pasado, y en nombre de la Iglesia de Roma expresó su amargura por «la afrenta causada al Gran Jubileo» y «a los valores cristianos de una ciudad que está tan dentro del corazón de los católicos de todo el mundo».

Los organizadores del World Gay Pride decidieron celebrarlo en Roma precisamente por la coincidencia con el Jubileo, y según afirman, para «provocar el diálogo con la Iglesia» (claro que con el acento en la provocación y no en el diálogo). En enero, quizá un poco tarde, la Santa Sede pidió al gobierno italiano que salvara la dignidad del Jubileo y de Roma. La petición no parece fuera de lugar, cuando el democrático gobierno israelí no duda lo más mínimo en obligar a los homosexuales de su país a celebrar sus fiestas en Tel Aviv, y les prohíbe tajantemente acercarse a Jerusalén.

Hay que subrayar que Amato, el primer ministro, y Rutelli, el alcalde «verde» de Roma, escucharon estas razones. Se intentó negociar con los organizadores un retraso de una semana, para que el Gay Pride se celebrase durante la ausencia del Papa (el 10 de julio inicia sus vacaciones en los Alpes), pero la respuesta fue negativa. Al final, el ejecutivo italiano mandó señales contradictorias: retiró la esponsorización oficial -el Ayuntamiento hizo lo mismo- pero una ministra, Katia Belillo (comunista), desfiló al frente de los gays a título individual. Significativa también la presencia en el acto de Walter Veltroni, secretario general de los Demócratas de Izquierda (ex PCI).

Aunque en los últimos meses el Vaticano se había mantenido en silencio, Juan Pablo II quiso intervenir personalmente y el domingo después del ángelus, hizo una firme condena. La Iglesia, afirmó, «no puede callar la verdad, porque faltaría a la fidelidad que debe a Dios Creador y no ayudaría a discernir el bien y el mal».

Sobre la homosexualidad, el Papa recordó lo que dice el Catecismo de la Iglesia Católica que, después de haber subrayado que los actos de homosexualidad son contrarios a la ley natural, afirma: «Un número apreciable de hombres y mujeres presentan tendencias homosexuales profundamente radicadas. Esta inclinación, objetivamente desordenada, constituye para la mayoría de ellos una auténtica prueba. Deben ser acogidos con respeto, compasión y delicadeza. Se evitará, respecto a ellos, todo signo de discriminación injusta. Estas personas están llamadas a realizar la voluntad de Dios en su vida, y si son cristianas, a unir al sacrificio de la cruz del Señor las dificultades que pueden encontrar a causa de su condición» (n. 2358).

Pasto de telecámaras

Para los organizadores del Gay Pride, el principal resultado ha sido una extraordinaria cobertura informativa -la prensa italiana le dedicó una media de dos-tres páginas, con puntas de seis en La Repubblica del domingo, el TG1 (el telediario de más audiencia) dio en directo la apertura de la semana, RAI 3 hizo unas dos horas en directo sobre la manifestación-, y una confusión total en el terreno de las ideas. A la postre, el objetivo de la manifestación pareció ser desfilar por Roma, a pesar del Papa y de la Iglesia.

Éxito mediático, sin duda. El día después de la manifestación, el Corriere della Sera escribía: «El río de palabras que se ha volcado sobre esta edición romana del Gay Pride provocó su conversión en un acontecimiento mediático: no hay un grupo de manifestantes mínimamente pintoresco que no vaya seguido o precedido de una telecámara, mientras que otros grupos que no tienen nada que ver con la homosexualidad aprovechan para conseguir un poco de publicidad, y toda la importancia del orgullo que se está celebrando se disuelve al sol de este sábado canicular».

Y el mismo periódico confirmaba algo que saltaba a la vista: la mayoría de los manifestantes -70.000 según la policía, 200.000 según los organizadores- que desfilaron por el centro de Roma, desde el Circo Máximo al Coliseo, no eran ni gays, ni militantes, sino más bien romanos que durante un rato se unieron al desfile porque sí, porque «en esta ciudad, una manifestación nunca se le ha negado a nadie». En cambio, el concierto de clausura al aire libre, que pretendía ser multitudinario, reunió solo a un millar de personas.

Aparte de intentar dar un disgusto al Vaticano, no se supo muy bien a qué venía a Roma el Gay Pride. El 3 de julio se organizó un seminario sobre Homosexualidad y Religiones (con asistencia de no más de 200 personas) en el que se habló de cómo conseguir que las instituciones religiosas cambien su actitud hacia los homosexuales. El principal resultado del seminario fue la presencia de Mons. Gaillot, a pesar de que -por indicación del Papa- el presidente de la Conferencia Episcopal de Francia le había pedido que se abstuviera de participar. Gaillot no estuvo materialmente en la sala del acto, pero se dedicó a conceder entrevistas a diestro y siniestro, con gran satisfacción del Gay Pride.

Ni budistas ni judios

Vittorio Messori reveló en un artículo nuevos datos, que el Gay Pride se ha guardado muy mucho de dar a los medios. Primero, la orden en el Vaticano era silencio total hasta el fin de la semana. Por otra parte, los organizadores del Gay Pride anunciaron la participación del Dalai Lama primero, y como esto era claramente absurdo, lo trasformaron en un mensaje de solidaridad que nunca llegó. «El secretariado de Ginebra del jefe budista ha comunicado a la Santa Sede que están indignados por una noticia que para ellos no solo es falsa, sino ofensiva: nunca el Dalai Lama ha pensado en un mensaje y, mucho menos, en participar», dice Messori.

Otro patinazo de la organización fue el presunto «patrocinio» de la Unión de Comunidades Hebreas de Italia, desmentida por el presidente de la misma, Amos Luzzato. También la Alianza Evangélica italiana ha censurado el «relativismo teológico y moral» de algunas iglesias protestantes, mensaje claramente dirigido a la iglesia Valdense que sí participó en el seminario Religiones y homosexualidad.

Messori termina preguntándose qué hubiera pasado con la semana Gay Pride si se les ocurre celebrarla en una ciudad musulmana: «En todos los países musulmanes la homosexualidad es un delito, y en una docena de ellos, está condenado con la pena de muerte».

Coincidiendo con el seminario, el dominico Georges Cottier, de la Comisión Teológica Internacional, publicó un artículo recordando la doctrina de la Iglesia Católica, contenida en la «Carta sobre la atención pastoral de las personas homosexuales», de 1988. El padre Cottier subrayaba que el uso de la facultad sexual «debe ser regulado por la virtud de la castidad», y que esta virtud es para todos: jóvenes, casados, solteros, personas consagradas. Por esto se distingue entre orientación homosexual y actos homosexuales. Lo primero no es moralmente condenable, mientras que «los actos en contraste con la regla moral, si se hacen de modo deliberado y voluntario, constituyen pecado».

El final del artículo era una llamada a la seriedad: la fidelidad a una vida casta puede ser difícil y exigir sacrificios, «pero difícil no quiere decir imposible». «Quien recurre con confianza a la oración y a los sacramentos puede luchar victoriosamente contra las tentaciones, y las victorias que consigue son fuente de gozo espiritual. Es cierto que en nuestra civilización erotizada, muchas sirenas insinúan que resistir a pulsiones consideradas irresistibles puede provocar desequilibrios psíquicos. Pero esto significa ignorar cuánto puede crecer la persona asumiendo valerosamente sus responsabilidades y dominando los propios impulsos instintivos».

Miguel Castellví

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